Argentina
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¿Cómo deconstruir al populismo?

Es la expresión de una denuncia sobre el funcionamiento democrático. Es la consecuencia de crisis reiteradas y desconfianza creciente.

Por

Fabio Quetglas 

Diputado Nacional (Provincia Buenos Aires. UCR-JxC)

El auge populista tiene múltiples causas, pero inequívocamente expresa una denuncia (rústica y de consecuencias negativas), acerca del funcionamiento de las instituciones democráticas.

El imaginario centrado en la exaltación del liderazgo, la reivindicación de alguna forma de supremacía nacional, la presión a las instituciones desde la movilización callejera, el asedio sobre los órganos de control, el cuestionamiento del marco constitucional, la polarización social, la politización de la vida cotidiana y el uso de políticas públicas como forma de construcción de legitimidad, ha configurado con distinta intensidad un modo de gestionar el poder en las últimas dos décadas en muchas sociedades. No nació de un repollo. Crisis agudas y desconfianza creciente han alimentado una perspectiva política elemental que al mismo tiempo asigna un rol relevante a nuevos sujetos.

Ese imaginario, es también una cultura, que da por supuesto que el poder político es responsable absoluto de la felicidad de las personas, que establece muy asiduamente una especie de “moral oficial”, y que no reconoce plenamente a los gobiernos alternativos a su ideología.

No es posible salir de ese laberinto planteando respuestas simplificadoras, buscando otros lideres salvíficos, o recurriendo a otra perspectiva moral. Escribí “deconstruir el populismo”, en la lógica de que la solución, es abrir un tiempo histórico diferente sentando bases más sólidas, y que por lo tanto pueda ayudar a resolver la herencia de dos décadas populistas, pero también de dos siglos de desencuentro nacional.

Generalmente, la superación de un modo de construir poder, además de ideas alternativas que desplacen las previas, requiere de cierto agotamiento del modelo preexistente. En el caso de América Latina, hay una correspondencia inequívoca entre la hegemonía populista y el momento de altos precios de los commodities. El agotamiento no ha ocurrido de manera categórica, entre otras cosas porque las reacciones sociales, aún siendo potentes carecen de un imaginario alternativo que dialogue con el futuro.

La paradoja latinoamericana es la persistencia en respuestas pendulares, exaltadoras del pasado, en muchos casos vacías respecto de la agenda pública contemporánea y centradas en la indignación frente a los atropellos institucionales. La indignación es una fuerza poderosa y sirve para presionar por la alternancia democrática, pero es absolutamente insuficiente para emprender la tarea que necesita el continente.

La agenda del perfeccionamiento democrático aparece vacante en la tensión entre quienes (los populistas supuestamente de izquierda) asedian la institucionalidad en nombre de la ampliación de derechos, y quienes (los populistas supuestamente de derecha) muchas veces insinúan preferir la sustitución de los procedimientos democráticos ante su funcionamiento insatisfactorio.

El debate en torno de mala calidad del estado, los controles, las instituciones de soporte técnico, la calidad legislativa y administrativa, la incorporación de tecnología a la burocracia, el cuidado del vinculo cívico entre estado y ciudadanos/as, el sentido trascendente de la cohesión social que potencialmente generan las políticas públicas universales cuando son diseñadas con calidad, han sido desplazados en la conversación pública por el “abolicionismo de estado”.

Los déficits de la democracia institucional no obedecen a la maldad de una casta. Ese diagnóstico excluye de responsabilidad a quien lo emite, pero es falso. Sin pretender absolver a nadie, es mucho más útil que alimentar la indignación, revisar con estrictez y sentido responsable un modelo estatal corroído por la corrupción y la captación de renta, y promover una agenda que aliente dinámicas económicas más competitivas e incluyentes. Hacerlo es una tarea compleja, colectiva y persistente. No se trata de un anuncio, de la creatividad de un genio o de un momento circunstancial de envión emocional.

Identificar oportunidades, construir un camino crítico con la mirada puesta en la deuda que tenemos con el futuro, es la tarea de esta generación, y la vía más útil para salir de esta tensión empobrecedora.

Tanto el negacionismo expresado por quienes alteran los números oficiales para construirse un paraíso ficticio, como la respuesta reactiva no solo constituyen vías falsas a la resolución de los problemas, sino que alienten un modelo basado en el conflicto permanente (en el mejor de los casos, de baja intensidad).

Una visión alternativa y contemporánea, que no renuncie al esfuerzo que un programa reformista exige es el modo de evitar los “paraísos peligrosos” y ofrecer al país un horizonte al mismo tiempo realista, humano, pluralista y convivencial.

“Deconstruir el populismo” es un borrador al alcance del lector para avanzar en una conversación que nos ayude a comprender, pacificar y transformar. Los tres verbos que deben dominar nuestra próxima campaña electoral.