Argentina
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Cristina Kirchner ofreció un destilado de su tesis política: victimización, conspiraciones y amenazas

La vice desespera por la mancha que el caso Vialidad planta en el diseño de su paso por la historia. Sin pruebas para acreditar su inocencia, condensó su teoría contra los jueces, los medios y la oposición.

No hay novedad en la conclusión de que Cristina Kirchner piensa y trabaja para la Historia, entre cuyas páginas descuenta para sí misma un sitio heroico y glorioso. Esa orfebrería fue brutalmente desmantelada durante los tres años y medio del juicio por corrupción en la obra pública vial de Santa Cruz, mediante una estructura puntillosamente concebida por Néstor Kirchner y ejecutada por Lázaro Báez y la propia Cristina hasta el último minuto de su gobierno.

Aunque la molicie de la burocracia judicial fue poniendo ladrillo sobre ladrillo en una sólida fortaleza probatoria y argumental que durante las audiencias orales comprobó y amplificó la investigación iniciada en la instrucción del caso, esa robustez quedó públicamente exhibida en las nueve jornadas del alegato de los fiscales Diego Luciani y Sergio Mola.

Aquella exposición, y la enorme resonancia social que logró con sus transmisión en vivo, propinaron al exuberante relato K una conmoción de la que no pudo recuperarse. El solvente abogado Carlos Beraldi apenas balbuceó alguna excusa procesal durante su alegato defensivo, y terminó abrazado a los ensueños del lawfare y la supuesta persecución política, que disimulan la impotencia para contraargumentar las acusaciones.

Pero esa operación tuvo un formidable auxilio de la mano del viscoso copito Fernando Sabag Montiel, que el 1 de septiembre gatilló un revolver frente a la cabeza de la vicepresidenta en la puerta de su casa.

Desde ese mismo instante, la maquinaria oficialista vinculó el atentado con un supuesto "discurso del odio" -otra burbuja inasible para cualquier análisis- y a ese discurso de odio como el combustible de los fiscales Luciani y Mola, los jueces Giménez Uriburu, Basso y Gorini, la oposición política y los medios de comunicación no adictos al poder. El intento alumbró una primera receta magistral: "me quieren como acusada, no como víctima".

Este martes, la fórmula tuvo su destilado perfecto en la frase con la que Cristina inició sus últimas palabras ante el TOF 2, reiterada varias veces para editarla como título en todos los portales: "este tribunal es un pelotón de fusilamiento".

Sin la estridencia de las intervenciones anteriores -en su indagatoria y el "descargo" ad hoc transmitido por YouTube luego del alegato de Luciani- la vice no ofreció nada nuevo a su audiencia, pero al menos hilvanó su discurso con más coherencia que en aquellas oportunidades.

Ese razonamiento requiere de aceptar decenas de presupuestos discutibles, pero si de digiere esa pastilla de credulidad podría resumirse de la siguiente manera retórica: mi gobierno fue revolucionario y por eso los poderosos me persiguen como lo hicieron siempre con los peronistas; de hecho, el mío es sólo el último episodio de la saga histórica de persecución al peronismo, por parte de los jueces -o el "partido judicial", que en el esquema K reemplazó al "partido militar" descripto por Alain Rouquié-, los medios de comunicación y los opositores, y sus armas no son las balas sino los expedientes. Pero si con eso no alcanza, entonces sí aparecen las balas. Como las que quiso usar Sabag Montiel.

La asimilación de ese mensaje puede chocar con otras inexactitudes y perfidias -como una oblicua y errónea referencia a los fusilamientos de José León Suárez, que ocurrieron el 9 de junio de 1956 y no en agosto, como ella fantaseó para vincularlos a la fecha en que Luciani inició su alegato- pero no logra ocultar dos escenarios incómodos: Cristina no tiene argumentos jurídicos para responder a las acusaciones en su contra por corrupción, y para compensar su debilidad política apela a la amenaza y las admoniciones.

El primer escenario trajo este martes una novedad, con el anuncio de las "veinte mentiras" del caso Vialidad, que en un remedo de las "veinte verdades peronistas" enumerará los jalones de su confesa teoría de la conspiración. En palabras de la misma Cristina, se trata de "un aporte doctrinario". Suena ambicioso, pero sin dudas está lejísimos de las necesarias pruebas judiciales para acreditar su inocencia.

Otro detalle se deslizó en la breve intervención de la vicepresidenta, que entre chicanas a Mauricio Macri y María Eugenia Vidal -a uno por su viaje a Qatar, a la otra por la compra de un departamento en Palermo Chico- afirmó que ella terminó su gobierno con el mismo patrimonio con el que lo había comenzado. Falso: en numerosos expedientes se investigaron y siguen investigando progresiones un tanto inexplicables en esa fortuna, tanto cuando  la compartía con Néstor Kirchner -recordemos el sobreseimiento récord y posterior confesión de aprietes para firmarlo por parte del juez Norberto Oyarbide- como ahora, que fue transferido a sus hijos.

El segundo escenario, el de la debilidad política de la vice, también tiene ecos del Perón acosado por una coyuntura que dejaba de brindarle buenas noticias, como ocurrió a partir de 1952. Sin llegar al "cinco por uno" o la promesa de hacer tronar ningún escarmiento, Cristina sí prometió "una etapa en la que otros van a tener que responder", ya que "la historia los va a condenar".

La historia, ese campo de batalla que desespera a la vicepresidenta mucho más que la inflación, la inseguridad o la pobreza que atenaza a millones de argentinos.