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Para EE.UU., la cuestión es reducir a China, no apostar a sí mismo

Estados Unidos bloquea la tecnología de punta a China. Esto impide el total desarrollo del 5G y la profundización de la Cuarta Revolución Industrial en la República Popular.

Por

Jorge Castro

Analista Internacional

El golpe infligido a China por EE.UU. en el desarrollo de su industria de alta tecnología basada en la digitalización completa de sus líneas de producción es enorme. A partir de la decisión del presidente Joe Biden y el Congreso de Washington de prohibir en agosto pasado las exportaciones de “chips” (semiconductores) de alta gama, así como de los bienes de capital capaces de fabricarlos, es evidente que la República Popular ha experimentado un retroceso significativo en el despliegue de la Internet 5-G, así como de “la nube” o “cloud computing”, y en el dominio de la tecnología decisiva de la Cuarta Revolución Industrial (CRI) que es la Inteligencia artificial.

Esto le ha sucedido a la segunda economía del mundo (US$18.6 billones/19% del PBI global), y la única capaz de competir con EE.UU por el dominio de las tecnologías de avanzada de la 4ta revolución industrial.

La cuestión está centrada en los “chips” ubicados entre los nanómetros (nm) 3 y 14 del proceso tecnológico, dónde la franja absolutamente decisiva del cambio tecnológico es la de los segmentos 3, 4, 5 y 7.

En este punto se encuentra, centrado en el mundo de la nanotecnología que utiliza un lenguaje infinitesimal, el núcleo del conflicto geopolítico central que enfrenta hoy a EE.UU con la República Popular.

Cada nanómetro equivale a 1/10.000ava parte del diámetro de un cabello humano, y se utiliza para medir la distancia existente entre los transistores individuales de un “chip” de alta tecnología, lo que significa que mientras menor sea la distancia que separa a estos bienes, más unidades y de mayor potencia será posible colocar en cada semiconductor o “chip” individual, todos ellos constituidos originariamente de una arena de naturaleza particular. En definitiva, la ecuación más avanzada de la tecnología del siglo XXI se reduce a uno de los objetos más elementales de la naturaleza.

“El poder es el control de la energía”, dice Ernest Jünger; y la energía fundamental de la época es la que se transmite a través de un tipo de arena particular, cuya potencia se mide en el lenguaje de la nanotecnología, de características infinitesimales: el poder se ha miniaturizado.

Sólo Corea del Sur y Taiwan producen hoy “chips” de menos de 6 nanómetros; y entre los 2 disponen de más de la mitad del mercado mundial de semiconductores, lo que implica que hoy tanto China como EE.UU .son ajenas al núcleo del poder en el mundo en su fase de producción.

Pero ocurre que EE.UU. domina todos los accesos a esta franja decisiva: el diseño, la investigación, y el testeo o experimentación.

Hay que agregar a esto que la superpotencia norteamericana tiene un virtual monopolio de la fabricación de bienes de capital de este núcleo decisivo de los “chips”.

El dominio de los equipos industriales o bienes de capital es lo que le otorga a EE.UU. la supremacía sobre China; y en este punto crucial el retraso de la República Popular frente a EE.UU. es de 10 a 15 años, un periodo muy prolongado en la época de la instantaneidad.

Lo asombroso es que en estas condiciones EE.UU. haya optado en esta contienda estratégica central de la época por priorizar el debilitamiento de China antes que apostar al pleno despliegue de sus fuerzas propias, a diferencia de lo que hizo en la Segunda Guerra Mundial, o en el transcurso de la Guerra Fría.

El arma fundamental de EE.UU. para adquirir su supremacía en el mundo ha sido la superior productividad de su economía y de su sociedad, lo que ha ocurrido en los últimos 200 años de la acumulación capitalista mundial.

Esta superior competitividad estadounidense ha surgido siempre de una combinación entre los “animal spirits” (la pasión por invertir e innovar) como rasgo esencial de la civilización estadounidense, expresión acabada del “Nuevo Mundo”, sumada a una educación de avanzada y masiva, y a una infraestructura de punta, ante todo una superior conectividad, desde el Canal de Erie a Internet.

Pero ahora la fobia anti-China se ha convertido en uno de los escasos – prácticamente el único – elemento de consenso nacional existente hoy en EE.UU.

Este es el momento de mayor ruptura y fragmentación, inclusive cultural, de la historia norteamericana desde la Guerra Civil de 1861/1865, en la que más de 500.000 norteamericanos del Norte y el Sur murieron combatiendo en el frente de batalla.

Si EE.UU. otorgara prioridad absoluta al despliegue de todo el potencial de su extraordinario genio creador, volvería a ser imbatible, como lo ha reconocido en forma reiterada la República Popular.

En esta opción se vería favorecido por el hecho de que China no pretende “vencer” o “dominar” a la primera superpotencia mundial, porque, a diferencia de lo que sucede hoy en EE.UU., su objetivo es volver a ser lo que ha sido a lo largo de sus 5.000 años de historia, el “Imperio del Medio”, sólo que ahora del siglo XXI.

El dato estratégico central de la época es que China cree en si misma y actúa en consecuencia, mientras que EE.UU. no hace ni una cosa ni la otra.

En estos términos se plantea la disputa estratégica central entre las superpotencias del siglo XXI. No hay ningún otro aspecto en discusión.