Colombia
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Las dudas que dejan las campañas de Hernández y Petro sobre economía

Falta apenas una semana para que los colombianos cumplan su cita con las urnas y escojan el nombre del sucesor de Iván Duque. Termina así una campaña presidencial atípica en muchos sentidos, no solo porque ambos finalistas representan un rompimiento con las ideas y partidos que dominaron la política colombiana durante décadas, sino que la contienda ha estado dominada por temas distintos al de hacer un examen profundo de las propuestas de los candidatos.

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“En esta ocasión quedó demostrado que ser realista no vende”, sentencia la politóloga de la Universidad de los Andes, Mónica Pachón. “Claro que en cada caso hay plataformas más o menos profundas que unos pocos habrán leído, pero lo que realmente importa es una promesa de cambio que no es específica y está asociada a la personalidad de Rodolfo Hernández o Gustavo Petro”, agrega.

Obviamente, en cualquier elección el carácter percibido de los aspirantes es un factor determinante en las preferencias de los ciudadanos. Pero lo que es usual es que también se confronten las posturas sobre múltiples asuntos, con el fin de que la gente se incline por unas, rechace otras y de paso sepa a qué atenerse en el siguiente gobierno.

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Según el encuestador César Caballero, las preocupaciones que de manera consistente encabezan los sondeos son cinco: desempleo, inflación, pobreza, seguridad y corrupción. Ninguno de esos puntos es nuevo, así otros –como la paz– hayan salido del radar.

Con excepción de la corrupción, que es la bandera de Hernández, los otros cuatro han sido mencionados sin mayor profundidad, haciendo más uso de lugares comunes que de recetas detalladas. Incluso en el caso del exalcalde de Bucaramanga la promesa de “acabar con la robadera” está concentrada en el qué y no en el cómo.

Es probable que lo ocurrido con los debates cara a cara explique las características particulares de esta temporada electoral. Antes de las consultas del 13 de marzo, los encuentros entre un nutrido grupo de postulantes fueron muy abundantes, pero había tantas personas en el escenario que era imposible diferenciarse cuando el tiempo asignado para cada uno era corto. “En lugar de ser programático, el contraste acabó siendo de personalidades”, dice Mónica Pachón.

Después de las elecciones parlamentarias, el péndulo se movió en el sentido opuesto. Quienes aparecían de primeros en las preferencias prefirieron no exponerse a ser cuestionados en un atril, optando en cambio por controlar su mensaje a través de discursos en plaza pública, intervenciones individuales o videos en redes sociales que apelan más a los sentimientos que a la racionalidad.

Más allá de que esa sea una estrategia electoral válida, la sensación entre múltiples observadores es que faltó profundidad en los planteamientos. Si bien en lo que atañe a pensiones o al tema tributario tuvieron lugar discusiones intensas, lo que se transmite es mucho más etéreo que preciso.

Y no faltará quien señale que esas son las reglas de juego del presente. Sergio Fajardo, cuya plataforma incluía un gran número de documentos detallados, acabó naufragando, al igual que aquellos con buenas credenciales académicas. De hecho, criticar y alejarse de la tecnocracia generó al parecer más réditos que costos, ante una audiencia embelesada con los cantos de sirena del populismo. Dicho de manera coloquial, en la política de hoy el ser pilo no paga.

Mundos distintos

El problema es que eso que sirve para hacerse elegir no necesariamente es útil a la hora de liderar una administración. Lograr que funcione de manera adecuada el aparataje del Estado exige habilidades que van mucho más allá de ganar aplausos desde una tarima o lograr miles de ‘me gusta’ por cuenta de un trino.

Por ello, desde el próximo 20 de junio a primera hora, el ganador de la jornada de la víspera necesita hacer una inmersión en lo que está pasando si quiere evitar un encontronazo con la realidad una vez le coloquen la banda presidencial. Incluso, mucho antes del juramento el 7 de agosto, será indispensable enviar señales que calmen a los mercados y tranquilicen a una opinión que por estos días oscila entre la incertidumbre y el miedo.

Parte de ese ejercicio pasa por entender que la situación del mundo es muy distinta a la de hace pocos meses. Una simple mirada a los titulares muestra que la guerra en Ucrania trajo consigo transformaciones que se sentirán durante décadas.

Más allá de lo que suceda en el campo de batalla, el panorama geopolítico es muy distinto y lleva, para citar un caso cercano, a que Washington restablezca el diálogo con Caracas. El permiso dado a las compañías petroleras estadounidenses para que vuelvan a operar en Venezuela está relacionado con la necesidad de contar con fuentes de suministro de hidrocarburos que garanticen la seguridad energética.

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En un plazo todavía más inmediato, las hostilidades en Europa Oriental le han dado un nuevo impulso a la inflación, hoy por hoy el dolor de cabeza más grande para la mayoría de los ministros de Hacienda en los cinco continentes. Conseguir que el ritmo de los precios disminuya obliga a los bancos centrales a subir las tasas de interés, con el peligro de causar recesiones o, en el peor de los casos, la temida estanflación que tantos estragos hizo en la década de los años setenta del siglo pasado.

Un mayor costo del dinero es un riesgo adicional para las naciones que tuvieron que endeudarse con el fin de mitigar el impacto de la pandemia, como fue el caso de Colombia. Así tenga tradición de honrar con seriedad sus compromisos financieros, el país necesita demostrar que conserve la casa en orden para que no sea vea obligado a pagar mucho más por sus acreencias.

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De lo contrario, la cuenta de cobro llegará rápido y comenzará con un salto en la tasa de cambio, que ya se encuentra bajo presión ante las amenazas inflacionarias que enfrenta Estados Unidos, las cuales obligarán al Banco de la Reserva Federal a apretar más las tuercas. En su momento, Pedro Castillo en Perú y Gabriel Boric en Chile entendieron que era indispensable enviar un parte de calma, designando como titulares de la política económica a personas bien calificadas.

Ahora que el ambiente es mucho más turbulento que en 2021, el margen de error es todavía menor. Cualquier salida en falso por parte del presidente electo ocasionará castigos que la ciudadanía sentirá directamente en el bolsillo y le harán más difícil al gobierno entrante comenzar con el pie derecho.

Al respecto, no faltará quien señale que no hay que caer en alarmismos. A fin de cuentas, la economía colombiana sigue creciendo bien, mientras el planeta se desacelera. La semana pasada, la Ocde sostuvo que la expansión prevista para este año es de 6,1 por ciento, el número más alto dentro del llamado club de los países ricos.

Sin embargo, precisamente por ese factor es que hay que tener cuidado para no meterle palos en la rueda a una reactivación que sirve para que disminuya el desempleo y se concrete una mejoría en los indicadores sociales. Como reza la expresión popular, ‘el palo no está para cucharas’ y menos en materia de improvisaciones.

Mirar el inventario

Cada vez que comienza un nuevo mandato, el dilema de quien llega a ocupar el despacho presidencial es el mismo: tratar de mantener la luna de miel con la opinión o girar contra la cuenta corriente de la popularidad e impulsar cambios que pueden ser difíciles de digerir. La primera opción es tentadora, pero hay quienes se inclinan por la segunda a sabiendas de que la ventana en el Congreso tiende a cerrarse después de la primera legislatura.

Saber qué va a suceder en esta ocasión es imposible, pero expertos como Mauricio Santamaría, de Anif, sostienen que hay urgencias a las cuales es imposible hacerles el quite. “La situación de las finanzas públicas hace inescapable una reforma tributaria, por la sencilla razón de que las cuentas no dan”, sostiene.

Si a lo anterior se le agregan los compromisos de campaña, en los cuales abundan las promesas de más gasto, el diagnóstico es que no basta con sacar la tijera. Por lo tanto, lo que procede es encontrar fórmulas que aumenten el recaudo sin afectar la actividad económica e incorporen las prevenciones de una ciudadanía recelosa ante la posibilidad de pagar más impuestos.

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Aunque siempre estarán los que prefieran la negación y se resistan a aceptar que las enfermedades hay que tratarlas a tiempo, será necesario insistir en que la lista de pendientes es muy larga. No hay duda de que la ciudadanía está descontenta y el desenlace de estas elecciones muestra que existe un castigo implícito para aquellos que representaban el statu quo, por lo cual el llamado no es a cruzarse de brazos, sino a actuar en múltiples frentes.

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Al respecto, vale la pena recordar que hay una buena cantidad de propuestas sobre la mesa. Fedesarrollo, para citar un ejemplo concreto, viene de publicar un compendio de trabajos que empezaron a salir a la luz hace seis meses y que trata sobre políticas públicas en 17 temas diferentes.

Estos van desde empleo y desarrollo productivo hasta salud y educación, pasando por descentralización y corrupción, entre otros. Todos son fruto de muchas horas de estudio, con el fin de encontrar de manera desapasionada salidas a los grandes problemas nacionales.

Múltiples universidades, al igual que centros de pensamiento y de investigación, han adelantado una labor en el mismo sentido. En lugar de displicencia, tan grande acervo de conocimiento le serviría como insumo a la administración que viene, entendiendo que las recomendaciones específicas se pueden aceptar o no.

La alternativa es atenerse al instinto y actuar de manera más intuitiva que fundamentada. Para los que son partidarios de romper con el pasado, la idea suena atractiva, pero desconoce que hay verdades que son la misma independientemente del color del lente con que se miran.

Aprender sobre la marcha sería la peor salida en las actuales circunstancias. Por tal razón, el triunfador el próximo domingo debería hacer un esfuerzo de humildad y aceptar que no conoce todas las respuestas.

Puesto de otra manera, lo que sigue es llenar el vacío de la falta de profundidad temática que acabó siendo la norma durante la campaña, con contadas excepciones. A sabiendas de que nadie es infalible, lo que debería obsesionar al próximo presidente es disminuir las equivocaciones propias y de su equipo, que se pueden evitar con facilidad si la ruta se prepara bien.

Desde que la democracia existe es verdad sabida que una cosa es ganar elecciones y otra gobernar. Ahora que la opinión exige resultados rápidos, alimentada por las mayores expectativas del borrón y cuenta nueva, el reto es aún mayor.

No obstante, el desafío es el mismo de siempre: que al término del periodo presidencial el colombiano promedio sienta que avanzó en su bienestar personal y que se le devolvió la esperanza en el futuro. Solo así, la maltrecha confianza en un sistema lleno de fallas e inequidades comenzaría a mejorar. Ojalá quien salga victorioso el próximo 19, dejando la vanidad a un lado, entienda lo que asumir esa responsabilidad significa.

RICARDO ÁVILA PINTO
Especial para EL TIEMPO
En Twitter: @ravilapinto