Costa Rica
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Bendito 7-0. ¡Nos salvaste!

El delantero Dani Olmo (21) anotó el primer gol de España ante Costa Rica. Keylor Navas, Óscar Duarte (8) y Yeltsin Tejeda no lograron evitarlo. (KIRILL KUDRYAVTSEV/AFP)

Hay un discurso antes y un discurso después de la paliza recibida por la Selección Nacional frente a España. De antemano, nos vendieron la quimera de que íbamos a pelear por el título mundial. Después, el objetivo tuvo un giro radical: Había que lavarse la cara.

La arenga inicial, ilusa, casi desquiciada, quedó en ridículo con cada uno de esos siete dardos que nos expuso a nivel planetario. El mundo del fútbol no había visto en el Al Thumama a un equipo mundialista, sino a una rudimentaria Selección que rayaba en el amateurismo.

Por consiguiente, el reto posterior no tenía nada que ver con aquella demencial idea. A la depresión colectiva en la que cayeron los ticos había que darle un antídoto de efecto inmediato. “La operación del desierto anti 0-7″.

Salvar el Mundial para Costa Rica pasó a tener otro significado. “Si nos atropelló España, nos toca evidenciar que todo fue por un accidente”. “Hay que tener mucho de aquello para levantarse después de una goleada”.

Ahora el objetivo si era realizable. ¿O acaso se puede caer más bajo después de un 7-0? Toda la maquinaria motivacional de la Sele apuntó al objetivo de lavarse las heridas. Competir contra los rivales y no ser comparsa de nuevo.

El gane contra Japón fue de 1-0, pero a efecto de las necesidades curativas de la Selección valió como un 7-0. Ese escuálido remate en 100 minutos borró la inoperancia ofensiva de dos juegos, e hizo despertar de nuevo –ilusamente– la idea de trascender en el Mundial qatarí.

La retórica se apoderó, otra vez, del interno de la Selección y se propagó a todo el país, como un secuestro emocional al que quisimos someternos. El “Añita Mikilona”, y el “Sí se Puede” se volvieron a instalar en la cabeza de todos, como los principales argumentos para ganarle a Alemania.

“El Matagigantes anda suelto”, fue el sueño recurrente de tres días. Así como durante tres minutos enterramos a España y Alemania juntos, lo cual permitió a los vendedores de ilusiones generar la síntesis de una muerte con dignidad.

No esperaba que la Selección sumara más de tres puntos. Pensaba que dos ya sería un éxito. Pero el discurso emanado del equipo ofreció pelear por el título y, entre eso y quedar en el puesto 27, con un 0-7 de por medio, y con estadísticas futboleras de miseria, hay un mundo de distancia.

El triunfo frente a los nipones y esa cruzada emocional de pocos minutos contra Alemania, no puede decorar la triste realidad de que nos faltó una propuesta futbolística adecuada, equilibrada y menos rústica, para competir en todos los juegos, más allá del resultado.

Las no-tragedias frente a Japón y Alemania no pueden ser el trapo dominguero con que regresa la Selección, pavoneándose de haber rescatado la imagen casi heroícamente tras el 7-0. Quedarse en ese nivel de análisis sería duplicar las heridas de semejante paliza.