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Carmen Mola: "No somos escritores mojigatos. Si estamos escribiendo sobre el mal, vamos a reflejarlo en su extremo"

Hay un juego de espejos que atraviesa Las madres, la quinta novela firmada por Carmen Mola (Alfaguara), la cuarta dedicada a la inspectora Elena Blanco y su equipo. A un lado de la historia están los supuestos polis buenos: Blanco, Zárate y sus colegas de la Brigada de Análisis de Casos (BAC): investigadores de élite, autodestructivos, cargados de culpas y resentimientos que tienden a mantener sórdidos encuentros sexuales entre ellos. Su réplica son los supuestos policías malos, los miembros de La Sección; agentes de barrio malo unidos en una trama de corrupción que, sin embargo, cuidan de sus vecinos (también de aquellos que están en una posición débil), son buenos padres, buenos compañeros de trabajo y buenos jugadores de mus. Incluso hacen bien el amor. Son, en realidad, dos familias de policías, sólo que una es disfuncional y la otra... La otra también.

«Al final de la novela, no está claro quiénes son los policías buenos y quienes los malos», explica Agustín Martínez, uno de los tres guionistas que escriben las historias de Carmen Mola. «La historia de la Brigada está llena de líneas rojas cruzadas. Hay ilegalidades, hay crímenes, hay secretos... La Sección es un espejo deformante de la Brigada. En La Sección también quieren hacer el bien y traspasan líneas para lograrlo. La diferencia es que los policías de La Sección procesan bien sus contradicciones y los de la Brigada no».

La Brigada y La Sección cruzan sus caminos en Las madres en la investigación de un caso que empieza como una especie de performance brutal: al cadáver de un hombre le han arrancado sus órganos internos. En su hueco, el asesino ha instalado un feto muerto que lleva los genes del muerto. A medida que pasen las páginas, esa imagen mareante habrá de llevar a Blanco y Zárate a una granja clandestina de vientres de alquiler que no es ajena a los enredos de La Sección. Las madres también tiene una parte de reportaje moral y de historia de venganza.

«En España no existen granjas así; están en la India, en algunos países de Europa del Este... Y, como están lejos, ignoramos la brutalidad que implican», dice Jorge Díaz, el tercer carmen mola. «Es como lo de comprar una camisa sin preguntar de dónde sale. Si el taller en Pakistán donde hacen la camisa se instalase en nuestra calle, ¿cambiaría nuestro comportamiento?», pregunta Martínez.

Lo primero que llama la atención de Las madres son los alardes visuales: los muertos, los gusanos, las vísceras. "No somos escritores mojigatos. Si estamos escribiendo sobre el mal y la violencia, vamos a reflejarlos en sus extremos. No vamos a hacer como esas películas en las que, en la escena del asesinato, apartan la cámara y enfocan a la chimenea. Pero también hacemos muchos esfuerzos de contención al escribir para no perder verosimilitud y para no abrumar al lector. Lo que nos gustaría sería escribir como Chejov, dar con los dos detalles justos y que no haga falta una pincelada más. Pero no siempre es posible", explica Mercero.

Sin embargo, lo que en el fondo importa no son esas instantáneas de brutalidad, sino la supervivencia de los personajes de Carmen Mola en ese horror. "Entre tanta oscuridad en la que viven Elena y Zárate, la pregunta es dónde encontrarán la luz, si tienen aún alguna posibilidad de darse unos a otros el afecto que necesitan", dice Mercero. "Eso es lo que intentan, pero lo intentan torpemente porque la vida los ha zarandeado mucho. Hay una gran subtrama que atraviesa sus cuatro novelas que consiste en saber si podrán rescatar su historia de amor".

Dicho así, ¿a qué suena Las madres? Un poco a Stephen King, un poco a Don Winslow y un poco a David Simon "porque el gran tema de Carmen Mola es la violencia y la desigualdad". Pero también un poco de Museo del Prado. Hay dos momentos en la historia en la que dos críos, dos personajes desvalidos y aparentemente inocentes, aparecen como si fueran un arcángel y dirigen la mirada de los policías hacia un fleco de que habían pasado por alto y así desatascan la investigación. ¿No suena eso a los niños que en las pinturas barrocas señalan a la clave de la composición? "Son un poco como los niños de Zurbarán, es verdad", dice Mercero. Su colega Díaz añade que una de las esencias de las novelas de Carmen Mola está en su escenario, en un Madrid tenebrista, chabolista y envilecido, "como de Goya o de Pascual Duarte". Los poblados de la droga, el legendario y temido depósito de la grúa de Valdemingómez, la Colonia Marconi... Ese es el Madrid de Carmen Mola.

No será fácil que Blanco y Zárate encuentren la paz en lugares así. ¿Lo conseguirán? "Soy pesimista. Además, creo que el lector no quiere que lleguen a ese punto. Una novela es conflicto y si Blanco y Zárate llegan a un acuerdo en algo, tendremos que inventarles otros problemas", dice Díaz. "Pues yo quiero que haya boda, que sean felices y que, en vez de libros de asesinatos, escribamos El recetario de Blanco y Zárate", termina Mercero.

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