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España roza un ridículo mayúsculo ante Japón, pasa como segunda y se medirá a Marruecos en octavos

Rozó España uno de los mayores ridículos de su historia y a punto estuvo de quedar eliminada en la primera fase del Mundial donde comenzó asombrando. En cinco minutos esperpénticos al inicio de la segunda parte, la selección que había marcado la primera fase de la competición por su goleada a Costa Rica y su partido duro contra Alemania se diluyó, se convirtió en unas selección pequeñísima, superada por el ambiente y por la angustia. No quedó eliminada -lo estuvo durante tres minutos- porque Alemania sacó el orgullo ante Costa Rica, pero el borrón es igual de gordo con el pase en la mano. El martes se verá con Marruecos, otro equipo sin pedigrí, como Japón, y teóricamente se va al lado cómodo del cuadro, aunque, visto lo visto, con este equipo ya no se sabe qué es mejor.

Esta primera fase resume perfectamente lo que es el proyecto de Luis Enrique. Un tiro al aire capaz de brillar ante Costa Rica, y brillar mucho, un tiro al aire capaz de ser un equipo rocoso, hosco y hasta áspero en una noche exigente ante Alemania, y un tiro al aire capaz de desmoronarse de mala manera ante un simple arreón de un rival entusiasta como Japón. Esto es España, y es lo que hay, para lo bueno y para lo malo. Marruecos, en realidad, es lo de menos. Porque esta idea de Luis Enrique tiene todas las aristas imaginable y, aunque ahora resulte difícil, es capaz de terminar jugando los siete partidos que se marcó como anhelo, pero también es perfectamente posible que el del martes sea su último partido.

En la ruleta rusa -es una forma de escribir, no insinúa la expresión que nada se haga por improvisación- que son las alineaciones de Luis Enrique, probablemente nadie esperaba cinco cambios, tres de ellos en defensa. Porque el seleccionador derribó otro mito, o topicazo como los denomina él, ese que señala a la línea defensiva como la zona del campo que menos se ha de tocar. Tres de cuatro son el 75% de la defensa, en la que sólo se mantuvo, curiosamente, el último en llegar, Rodrigo. Pero Azpilicueta dejó en el banquillo a Carvajal, Pau Torres a Laporte (quizá lo más llamativo) y Balde a Jordi Alba. Otro desafío a la presunta lógica fue mantener a Busquets con tarjeta en el once y a Gavi después de no haber podido entrenar dos de los tres días previos. Arriba, sólo permaneció Dani Olmo, el hombre que siempre está, y junto a Morata compareció Nico Williams por delante de otros nombres como Sarabia o Ansu Fati.

En Japón, un equipo dinámico y desorganizado cuando se suelta el pelo, llamó la atención la renuncia prematura a la pelea. Con una defensa de cinco, dejó que España hiciera todo. Lo bueno y lo malo. La selección, dueña del balón durante un exagerado 80% del tiempo, convirtió la noche en un monólogo, con el riesgo que conllevan los monólogos de olvidarse que enfrente hay alguien, aunque ese alguien sea un público o un equipo presuntamente dormido. No empezó mal España, madrugadora para descubrir los resquicios que dejaba el bloque nipón, defendiendo los once en campo propio y corriendo mucho, porque otra cosa no, pero los japoneses correr, corren. Esa lucided de España se acabó, curiosamente, cuando se puso por delante gracias al gol de Morata, que culminó, más solito que la una en el área pequeña, una buena jugada del todo el equipo, que empezó en un lado y terminó en el otro con un centro estupendo de Azpilicueta.

Pero a partir de ahí a España se le apagó la luz. No pasó apuros más que por alguna pérdida un tanto sorprendente de Busquets en el área propia, o un despiste de Pau Torres. Nada fue siquiera una ocasión para el rival, pero la priera parte devino en una sucesión de malas entregas que llevaron a Luis Enrique por la calle de la amargura. Más imprecisa que de costumbre, la selección fue perdiendo confianza y dejando de llegar a los dominios de Gonda. Sin continuidad en el juego por esos fallos en pases relativamente sencillos, España se fue diluyendo. ES cierto que no pasó apuro ninguno, pues Japón nunca fue capaz de romper la primera línea de presión para llegar con cierto desahogo. Lo único que pudo hacer es aprovechar algún despiste para generar algún 'uy'. Pero poco más.

Ocurre que en este juego todo cambio en un minuto, y eso fue exactamente lo que pasó en un inicio de segunda parte impropio de una selección que dice haber venido aquí a jugar siete partidos, algo que todavía puede conseguir, pero que queda en entredicho por esos primeros cinco minutos tras el descanso. En un visto y no visto, tras dos cambios del seleccionador japonés (uno de ellos retirando a Kubo), Japón se abalanzó sobre España, que se diluyó como un equipo menor. En la primera jugada, de nuevo un jugueteo innecesario en la salida del balón, y una actitud contemplativa de Pau Torres permitió a Doan, uno de los recién ingresados, disparar desde la frontal y doblarle las manos a Unai Simón, que si pudo hacer más, lo pareció. Envalentonada, Japón hizo todo lo que se presumía en la previa y no había hecho en la primera parte.

Siguieron presionando como lobos y perdieron el miedo. Eso, más lo pequeña que se hizo España, permitió otra combinación en la frontal culminada bajo la misma línea por Tanaka. Reclama España que el balón había salido por la línea de fondo justo antes, y ciertamente lo pareció, pero el VAR, después de dos minutos, concedió el gol. En ese momento marcó Costa Rica y España quedaba a un gol de los centroamericanos de quedar eliminada del Mundial. Luis Enrique dio carrete a Asensio y a Ferran en lugar de Morata y Nico, superado por los acontecimientos. España recuperó el balón y cierta pausa, pero le costaba pisar el área. Redobló la apuesta, no le quedaba otra, el técnico acudiendo a Ansu Fati y a Jordi Alba. En estas marcó Costa Rica, y durante tres o cuatro minutos la selección estuvo eliminada en lo que hubiera sido un ridículo mayúsculo.

Durante los últimos 20 minutos, y habiendo empatado Alemania, España se dio de bruces contra el muro japonés, ya metido en su propio campo sin miramientos. Con Ansu y Asensio de falsos delanteros, con Olmo tirado también como interior a la derecha para dejarle todo el carril a Jordi Alba, el equipo, preso de los nervios, se estrelló una y otra vez con la defensa. Vivió pendiente del hilo de un gol de Costa Rica hasta el final, algo impensable tras los dos primeros partidos pero que, visto lo visto, también forma parte del ADN de este proyecto, vivo de milagro en el Mundial donde empezó arrasando.

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