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Indecisos, abstenciones y voto útil: los posibles catalizadores de la sorpresa en las elecciones de Italia

Desde hace semanas, pero más visiblemente días, la suerte está echada en Italia. Nadie parece dudar en serio de que el bloque de las derechas va a ganar las elecciones y va a ser capaz de formar Gobierno. La izquierda, resignada, casi ha tirado la toalla y se sienta a invocar o esperar un milagro, sin saber exactamente de qué forma podría producirse o si pudiera precipitarlo. Esa apatía, esa fatiga, de sus simpatizantes pero en cierto modo del país entero, es la imagen que mejor parece dibujar la situación en la víspera de que abran los colegios. Italia está cansada, está enfadada, está frustrada. Por el estancamiento económico, la ausencia de oportunidades, de infraestructuras. Por las desigualdades, la falta de trabajo para los jóvenes, los desequilibrios, la mafia, la 'casta', la incapacidad política, los rentistas, la suciedad, el deterioro de regiones enteras que se caen a pedazos. Está cansada, cargada de rabia y necesita explotar. Lo intentó con los partidos tradicionales y los bufones. Lo intentó dándole una oportunidad, incluso en el Mediodía, a la Liga que hasta antes de ayer crecía llamando "ladrona" a Roma y despreciando a los "terroni", a los del sur. Y ahora, por qué no, parece más que dispuesta a intentarlo con Giorgia Meloni.

El día de ayer en Italia estuvo marcado por una jornada de reflexión tranquila, hasta aburrida. A pesar de la cita, la prensa ha seguido dando este mes las primeras páginas a la guerra en Ucrania, convirtiendo este fenómeno que tanto inquieta en Europa en algo secundario. Dicen los candidatos que es porque se vota mucho, demasiado entre comicios y referendos. Que se pasan el día convocando y prometiendo cambios o revoluciones y luego nunca pasa nada. Gritan mucho pero hacen poco. Los rostros se perpetúan, cambian de un lado a otro, fundan partidos escindiéndose de otros, la pelotita se mueve pero el resultado no se altera. No ya en los últimos años, sino desde los 80. La política es un teatro con muchos actores, pero los protagonistas nunca se retiran. Que en las papeletas de mañana concurran liderando cuatro ex primeros ministros y otros tantos ex ministros es un dato espectacular y que no tiene equivalente posible en el continente.

En esa aparente falta de interés de la ciudadanía están las tres claves que van a marcar el próximo mapa parlamentario, pero también las posibles sorpresas. Es de lo que hablan estos días en los desplazamientos las delegaciones, los equipos, los analistas y los periodistas. Descontada la victoria de Meloni, que se comporta hábilmente ya como mandataria y no como aspirante, lo más entretenido, lo más italiano, es elucubrar sobre por dónde puede saltar la sorpresa y cuánto falta para las siguientes elecciones.

Italia, paradoja eterna, es el lugar en el que los ciudadanos admiran, respaldan y valoran al presidente Mattarella y al primer ministro saliente Mario Draghi, muy por encima de los demás, pero al mismo tiempo van a votar sin pestañear sobre todo a las fuerzas que representan todo lo contrario a ambos, las que le han hecho oposición o las que le hicieron caer. Para la derecha, la guerra cultural, las cuestiones identitarias, la inmigración, la política fiscal, las reformas pendientes en la administración y cambiar hacia un modelo presidencialista han sido las claves de la campaña. Para el centro izquierda, la vuelta del fascismo la política exterior y la guerra en Ucrania (por la afinidad de Meloni y Salvini hacia Putin u Orban), la UE. Para Cinco Estrellas, la renta de ciudadanía, denostada por la derecha. El salario mínimo y el infradesarrollo del sur. Sólo el centro, el de Renzi y Calenda, y una parte (importante) del PD han hecho de Draghi, de su legado, las reformas pendientes y su ejemplo el eje sobre el que vertebrar sus aspiraciones.

Tres elementos son los que deben estar en el centro del radar hoy. El primero, la abstención. Fue del 28% en las elecciones de 2018 pero se espera o teme en torno al 40% ahora, después de que en las últimas citas haya estado incluso por encima. El segundo, la indecisión, que superaría el 30% según las estimaciones que majean los partidos y la posibilidad de que los sondeos hayan infravalorado el apoyo a la izquierda, o lo que queda de ella. Y el tercero, el voto útil, sobre todo el de la izquierda, que avisa del retorno del fascismo, que usa grandes palabras y quiere meter miedo, pero que pierde credibilidad a espuertas al ser incapaz siquiera de ir de la mano ante una amenaza de ese calibre.

La gente de Meloni teme que los suyos se desmovilicen al dar por hecho su triunfo. Y ven con inquietud la feroz campaña de Conte en el sur, su caladero principal. Lo único que puede dar la vuelta a los pronósticos es una mayor participación, una movilización inesperada o el voto oculto. O más bien las tres a la vez. El voto útil de quienes hayan visto a Berlusconi en televisión defender que Putin sólo quería "poner a gente de bien en Kiev". A Matteo Salvini cargar contra la UE. A cargos cercanos de Meloni haciendo el saludo fascista, o a su líder, desencajada, prometiendo que todos los que "llevan años agachando la cabeza y aguantando sus palabras" están a punto de resarcirse. "El futuro nos pertenece", dice su lema de campaña. Y ese temor, aunque improbable, es quizás lo único que pueda servir para despertar a los durmientes y dar una sorpresa.

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