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¿La reducción de la inflación puede salvar el planeta?

Después de todos los falsos comienzos y las esperanzas frustradas de los últimos dos años, me resisto a decir que es un hecho antes de que se haya firmado en el Despacho Oval. Sin embargo, parece que los demócratas por fin se han puesto de acuerdo sobre otra importante ley, la Ley de Reducción de la Inflación. Y si se promulga, será algo muy importante.

En primer lugar, ¿sí reducirá la ley la inflación? Sí, tal vez, o al menos reduciría las presiones inflacionarias. Esto se debe a que el aumento del gasto de la legislación, sobre todo en energía limpia, pero también en atención sanitaria, se compensaría con creces a través de sus disposiciones fiscales; por lo tanto, sería una ley de reducción del déficit, lo que, en igualdad de condiciones, la haría desinflacionaria.

Pero hay que pensar que la Ley de Reducción de la Inflación es como la Ley de Carreteras Nacionales Interestatales y de Defensa de 1956, que quizá reforzó muy poco la defensa nacional, pero benefició mucho a EE. UU. al invertir en el futuro de la nación. Este proyecto de ley haría lo mismo y quizás incluso más.

Para entender por qué este proyecto de ley inspira tantas esperanzas, resulta útil comprender lo que ha cambiado desde el último gran esfuerzo de los demócratas para hacer frente al cambio climático, el proyecto de ley Waxman-Markey de 2009, que se aprobó en la Cámara de Representantes, pero pereció en el Senado.

En esencia, la ley Waxman-Markey era un sistema de límites de emisiones que, en la práctica, habría funcionado de manera muy parecida a un impuesto sobre el carbono. Había y hay buenos argumentos a favor de ese sistema, que daría a las empresas y a los particulares un incentivo para reducir las emisiones de múltiples maneras. Pero, desde el punto de vista político, era fácil presentarlo como un plan en los que hay que hacer lo que es bueno, aun cuando aquello exija sacrificios a los trabajadores comunes.

Con el fracaso de Waxman-Markey, el gobierno de Obama se tuvo que conformar con una agenda más limitada, que se basaba más en los incentivos que en los castigos: exenciones fiscales para la energía limpia, garantías de préstamos para las empresas que inviertan en energías renovables. Creo que es justo decir que la mayoría de los economistas no esperaban que estas medidas consiguieran mucho.

Pero ocurrió algo curioso en el camino hacia el apocalipsis climático: hubo un progreso revolucionario en la tecnología de las energías renovables, que quizá estuvo impulsado, al menos en parte, por esas políticas de la era de Obama. En 2009, la electricidad generada por la energía eólica seguía siendo más cara que la generada por la quema de carbón y la energía solar era incluso más cara. Pero en la década siguiente, el costo de la energía eólica disminuyó un 70% y el de la solar, un 89%.

Si a esto añadimos la caída de los precios de las baterías, podemos ver los contornos de una economía que consigue reducir de manera importante las emisiones de carbono con poco o ningún sacrificio, mediante el uso de electricidad generada por energías renovables (en lugar de quemar combustibles fósiles) para calentar y enfriar nuestros edificios, hacer funcionar nuestras fábricas, impulsar nuestros autos y mucho más.

La parte climática de la Ley de Reducción de la Inflación es, en su mayor parte, un intento de acelerar esa transición energética, sobre todo mediante créditos fiscales para la adopción de tecnologías de bajas emisiones, incluidos los vehículos eléctricos, pero también a través de incentivos para utilizar menos energía en general, sobre todo al hacer que los edificios consuman energía de manera más eficiente.