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Europa y África (II)

Empiezo retomando lo que quedó pendiente en Europa y África 1. En cuanto a mentiras y silencio, recursos de los grandes medios para mantener su dominio, solo añado que usarlos no era nuevo pues en los 20 los descubrió la prensa de EU y en los 30 los desarrollaron los nazis, maestros en propaganda y manipulación. Eso sí, hemos avanzado, pues para convertir hoy una mentira en verdad no hace falta repetirla miles de veces. Con una sola vez basta si se la hace llegar al instante a cientos de millones de receptores domesticados, como sucede ahora. Y en cuanto a que los medios silencian lo que quieren, hoy esos silencios, aún más estruendosos, tienen, a mayor escala, la misma utilidad de siempre. Y ellos lo saben. 

Y paso ahora a los crímenes del colonialismo europeo del siglo XIX con sus colonias de África y también de Asia y Oceanía. Cito pocos ejemplos y solo porque debo hacerlo para sustentar lo que digo. 

Aunque Europa occidental tenía ya 3 siglos secuestrando millones de jóvenes pobladores negros en las costas occidentales de África para venderlos como esclavos en América, es en la cuarta década del siglo XIX que empieza la ocupación colonial del continente africano. Y la inicia Francia en 1830 con la invasión y ocupación masiva de Argelia. Con brutalidad criminal se impone en los siguientes 30 años, en los que Argelia pierde un tercio de su población, producto de la violencia impuesta por los militares asesinos que lideran esa conquista. Sus nombres: Bugeaud y Montagnac. Bugeaud dirige esa feroz guerra con virulencia racista. Su política, lo declara él mismo, es incendiar pueblos que resisten, destruir sus cosechas y quemar o asfixiar a los campesinos que se refugian en cuevas. Mediante esa sucesión implacable de quemas, matanzas y saqueos, Francia se apropia de todo el territorio argelino. El principal subordinado de Bugeaud es el coronel Montagnac, asesino serial uniformado. Cito solo un texto suyo: “Los militares bajo mi mando han sido advertidos por mí que si alguno me trae un árabe vivo recibirá una serie de planazos. He aquí cómo se hace la guerra a los árabes: matar a todos los hombres hasta la edad de 15 años y secuestrarles las mujeres y los niños para enviarlos a las islas Marquesas o a otra parte. En otras palabras, aniquilando todo lo que no se arrastre a nuestros pies como perros”.  

¿Y cómo olvidar la complicidad de Tocqueville, autor de La democracia en América, con esos crímenes? Los justifica como leyes de una guerra colonial que estima necesaria y justa. Otros militares asesinos cometen crímenes iguales en Vietnam. Y Pierre Loti describe cómo vietnamitas rebeldes, ametrallados en masa por la tropa invasora francesa, se doblan de dolor ante las ráfagas que los matan, lo que a él le parece una danza cómica.

´África Central, 1898. Francia cierra el siglo con la misión Voulet-Chanoine. La tropa de este par de militares asesinos recibe orden de apoderarse de Chad. Lo logran mediante una espantosa orgía de sangre: queman pueblos, degüellan hombres, violan mujeres, decapitan niños. Llegan quejas a Francia, pero nada hay que investigar. Todo en orden, Los soldados han asesinado a sus jefes y Chad es ya francés. 

En India, su colonia desde el siglo XVIII, los ingleses provocan en 1857 la rebelión de los cipayos y tras vencerlos, atan los sobrevivientes a bocas de cañones para desintegrarlos al disparar estos. Inglaterra quería nuevas colonias en Asia. A China le impone la primera Guerra del opio, la invade y se apodera de Hong Kong, y 14 años más tarde, en una segunda y más asesina Guerra del opio, los ingleses invaden China desde el sur y recorren el país masacrando y pillando todo hasta llegar a Pekín, que saquean y casi destruyen. En África, que se reparten con Francia, se apoderan de todo el este, desde El Cairo (Egipto es su protectorado) hasta El Cabo, en Sudáfrica. En esta enfrentan a los heroicos guerreros zulúes que luchan con sus lanzas contra modernos fusiles ingleses y los masacran. En Tasmania, Oceanía, exterminan a los tasmanos, pueblo atrasado e indefenso al que califican de monos. Los cazan con fusiles, castrando y torturando a los sobrevivientes. Truganini, la última tasmana, muere en Hobbart, la capital, en 1876.

El peor de estos colonizadores asesinos es empero el rey de Bélgica Leopoldo II, dueño personal del Congo, al que sus empresas explotadoras someten a una colonización brutal. Se quiere marfil y caucho. Se imponen cuotas diarias a los esclavizados negros, y a los que no logran cumplir con ellas se les cortan las manos, y a los que protestan se los azota y masacra. Las víctimas de este genocidio se calculan en 10 millones. Al menos su denuncia en Europa (Conrad, Casement, Conan Doyle) fuerza al hipócrita rey a ceder el Congo a Bélgica, país del que es el rey.

Pero no son solo los militares, que hacen el trabajo sucio, es también la Iglesia cristiana, que tolera, suaviza y defiende esos crímenes, y son sobre todo los funcionarios, políticos y gobernantes coloniales, que los mandan y los premian. Cito solo un ejemplo, suficiente porque es el más claro mensaje que exalta ese racismo y proclama la supuesta superioridad racial y moral europea que no solo le permite cometer esos crímenes, sino celebrarlos y premiarlos. Es un texto de Ernest Renan, conocido escritor y humanista cristiano, autor de una Vida de Jesús, que en su libro La Reforme intelectuelle et morale, publicado en 1876, y muy leído entonces, escribe esto:

“Nosotros aspiramos, no a la igualdad sino a la dominación. El país de raza extranjera deberá convertirse en país de siervos, de jornaleros agrícolas o de trabajadores industriales. No se trata de suprimir las desigualdades entre los hombres sino de amplificarlas y de hacer de ellas una ley. 

“La regeneración de las razas inferiores o bastardeadas por las razas superiores está en el orden providencial de la humanidad. El hombre del pueblo es casi siempre entre nosotros un noble desclasado. Su pesada mano está mejor hecha para manejar la espada que el útil servil. Más que trabajar, él escoge batirse; es decir, que vuelve a su primer estado. Regere imperio populus, he ahí nuestra vocación. Verted esta devorante actividad sobre países que, como la China, claman por la conquista extranjera. Aventureros que turban la sociedad europea, hechos un ver sacrum, un enjambre como los de los francos, de los lombardos, de los normandos, y estarán en su rol. La naturaleza ha hecho una raza de obreros. Es la raza china, de una destreza de manos maravillosas y casi sin ningún sentimiento de honor; gobernadla con justicia sacando de ella todo el bienestar de un gobierno semejante, una amplia herencia de beneficios para la raza conquistadora, y ella estará satisfecha. Una raza de trabajadores de la tierra es el negro; sed buenos con él y humanos y todo estará en orden. Una raza de amos y de soldados es la raza europea. Reducid esta noble raza a trabajar en la ergástula como negros o como chinos y ella se rebelará. Todo rebelde es entre nosotros al menos un soldado que ha fallado en su vocación, un ser hecho para la vida heroica al que vosotros aplicáis a una tarea contraria a su raza. Mal obrero, demasiado buen soldado. Ahora bien, la vida que haría rebelarse a nuestros trabajadores haría feliz a un chino, o a un fellah, seres que no son absolutamente militares. Que cada uno haga aquello para lo que está hecho, y todo irá bien”. (Traducción mía, VA).

Ese es en pocas palabras el racismo brutal que ha soportado sobre todo África, por la piel negra de sus hombres y mujeres, y que en gran medida aún siguen soportando de europeos y de estadounidenses que la explotan y saquean y que no ocultan su desprecio y su racismo. Pero, como ya vimos, parecería estarse iniciando en África un cierto despertar.