Messi hace todo en la nada

El 'diez' marca y arrastra en solitario a Argentina, que se enfrentará a Países Bajos en cuartos tras eliminar a Australia en otra noche sombría. Los Socceroos, pese a sus carencias y al grosero error de su portero Ryan, rondaron la prórroga en el crepúsculo

Leo Messi está solo. Hay otros futbolistas a su alrededor con la camiseta albiceleste que corren, sudan, se emocionan, intentan ayudar y, lo más importante, hacen todo lo posible por no estorbar demasiado. Son los mismos que salen detrás de él antes de comenzar los partidos, cantan, celebran y se emocionan por formar parte de esa solitaria carrera del diez por el Mundial.

Messi hace todo en la nada. Y eso ya ha sido suficiente para alcanzar los cuartos de final del torneo tras dejar esta vez por el camino a Australia, cuyo fútbol físico y de pierna dura no fue suficiente para borrar de la escena a uno de los mejores jugadores de siempre. Alguien que, a sus 35 años y con la gestión de los esfuerzos más presente que nunca, puede pasarse medio partido observando, dando pasitos muy cortos, para acabar sacando la pala en el lugar adecuado.

La media hora de partido ya se había rebasado. Australia, con su 4-5-1, vivía cómoda porque no había manera de que los centrocampistas de Scaloni metieran pelotas interiores. Enzo Fernández miraba más a sus centrales que al frente. De Paul sólo se preocupaba de la brega. Julián Álvarez, quien le ha quitado el sitio a Lautaro, no tenía quien viera sus desmarques. ¿Y el Papu Gómez? Sí, sustituyó a Di María. Pero ni rastro de él.

Pero, tal y como ocurriera en el segundo partido de la fase de grupos contra México cuando Argentina jugueteaba con el cataclismo tras su derrota inaugural frente Arabia, Messi dijo basta.

La lectura de las estadísticas, monstruosas todas ellas (cumplió La Pulga contra Australia 1.000 partidos como profesional, con 789 goles anotados), puede igualar la sensación de excitante incomprensón que sólo Messi provoca. Porque un nefasto control de Otamendi, porque aquello no fue una asistencia, ni mucho menos un pase, fue el único preámbulo que necesitó Messi.

El origen del episodio, cómo no, fue una falta lateral botada en corto por el diez. Después de un intento de pared y con Otamendi haciendo un cameo en una película que no era la suya, tres jugadores australianos se fueron a por Messi. Pero éste ni siquiera golpeó fuerte al balón. Tuvo suficiente con detectar el pasillo entre todas aquellas piernas, incluidas las del gigante Souttar, y darle una caricia a la pelota.

Qué podía pensar de todo aquello Graham Arnold. Él mismo ya se había cruzado con Diego Armando Maradona y Argentina en 1993, en busca de una plaza en el Mundial de 1994. Y quedó fascinado. Aunque con la sensación de que, más allá de generar un recuerdo, aún pudieron haber apretado algo más a una albiceleste que iba de la mano de una sombra, no del Diego.

Pero, con este Messi obstinado en su último gran reto como futbolista, todo resulta difícil. Y Scaloni, más allá de que el juego de su Argentina en este Mundial esté lejos de todo preciosismo, continúa interpretando el relato que cree que le toca. Así que no extrañó que, cinco minutos después de que comenzara el segundo tiempo, quitara al Papu del campo para reforzar su defensa con un tercer central (Lisandro). Por mucho que los Socceroos no se hubieran acercado hasta entonces a las inmediaciones de Emiliano Martínez. Ni siquiera querían los argentinos presionar en la salida a los australianos, conservando así fuerzas para lo que pudiera venir frente a los Países Bajos de Louis van Gaal en cuartos. Fue un error.

Con la pelota circulando a cámara lenta por el campo y los Socceroos acusando el golpe, el desconcierto llegó a la pieza más sensible. El portero Ryan, después del acoso de De Paul, creyó que podría salir de allí driblando. No lo consiguió, y Julián Álvarez marcó a placer.

Lo que nadie esperaba es que Australia, en su primer chut, recortaría distancias porque Enzo Fernández fue en busca de un garrotazo de Goodwin y se coló el balón en su propia puerta. Y el empate habría llegado a diez minutos del final si Lisandro no hubiera llegado a tiempo para detener a Behich, a punto de marcar uno de los goles de la historia de los Mundiales entre un sinfín de regates y quiebros.

Messi fue el único que respondió. Dejó solo a Lautaro dos veces. Una la tiro a las nubes, y la otra contra Ryan. Y en la última jugada de la noche, Emiliano Martínez tuvo que detener un disparo de Kuol que llevaba el encuentro a la prórroga.

Nunca el éxito tuvo tanto que ver con el drama.