Hace 15 años, en 2007, salió a subasta el contenido de un trastero en Chicago en el que una niñera conservaba, en cajas de cartón apiladas, varias fotos impresas y miles y miles de carretes con imágenes sin revelar. Uno de los coleccionistas que adquirieron parte de ese lote, por menos de 400 euros, fue John Maloof, un joven que se había visto obligado a dejar sus estudios de arte por problemas económicos y quien enseguida apreció el enorme valor artístico de aquel archivo.
En aquellas fotos (unas 143.000 en total) había autenticidad a raudales y mucha humanidad, había denuncia de las desigualdades, de las injusticias y de la división racial en Estados Unidos, había gente de la calle, había mendigos y trabajadores, había ricos y pobres, había imágenes del boom económico, había magníficas vistas de Nueva York y de Chicago, había varios famosos, había niños... Y había además varios autorretratos de una misteriosa mujer alta, vestida con traje sastre y sombrero, grandes zapatos de hombre y una cámara de fotos colgando de su cuello. Pero se ignoraba todo sobre esa mujer, no se sabía nada sobre la autora de ese imponente repertorio de imágenes.
Las fotos eran tan potentes que pronto comenzaron a hacerse populares, espoleadas también por el secreto impenetrable que rodeaba a su autora. Sólo en 2009, cuando una mujer llamada Vivian Maier murió a los 89 años, una de las familias para las que había trabajado como niñera descubrió su identidad.
Pero numerosos enigmas siguieron rodeándola. ¿Por qué alguien con su inmenso talento no se había dedicado en exclusiva a la fotografía y había trabajado sin embargo como niñera? ¿Por qué había dejado casi todos sus carretes guardados en un almacén, sin molestarse en revelar siquiera la inmensa mayoría de ellos? ¿Quién era en realidad Vivian Maier?
Ann Marks, directiva jubilada de varias empresas importantes y apasionada de la genealogía y de los misterios, decidió ponerse a investigar. Y, con enorme perseverancia, consiguió acceder a documentos personales y a fuentes de primerísima mano que permiten reconstruir los terribles lazos familiares y la vida solitaria de esa mujer extraordinaria que fue Vivian Maier. El resultado es Revelar a Vivian Maier, una imponente biografía de más de 400 páginas de la niñera fotógrafa publicada por Paidós, que incluye más de 400 fotos (muchas de ellas inéditas) y en la que, por fin, su vida y su obra se funden en una sola historia.
"Misterio resuelto", en palabras de la propia Marks.
El retrato de Vivian Maier que emerge de las páginas del libro es el de una mujer compleja e impenetrable, una superviviente que, aunque creció en una familia disfuncional marcada por la violencia, logró escapar de ella y encontrar su propio camino. Una artista nata que, con el paso de sus años, fue perfeccionando su técnica y que si mantuvo siempre ocultas sus fotografías fue, en gran medida, por los traumas que le dejó su muy complicada infancia.
El destino de Maier estuvo marcado por su abuelo, el francés Nicolas Baille, quien dejó embarazada a su abuela, Eugénie Jaussaud, cuando ésta tenía 16 años. Se negó en redondo a casarse con ella. De aquella relación nació Marie, la madre de Vivian, quien durante toda su vida arrastró el estigma de ser hija ilegítima, una lacra terrible en aquellos tiempos.
Cuando su hija tenía cuatro años, Eugénie Jaussaud escapó del escándalo que suponía ser madre soltera y puso rumbo a Estados Unidos, donde trabajó como cocinera de varias familias adineradas de la Costa Este. Marie se quedó en Francia hasta 1914 cuando, con 17 años, se reunió con su madre en Nueva York. Ambas eran para entonces dos extrañas.
Pocos años después, en 1919, Marie se casó en Nueva York con Charles Maier. Y aunque el matrimonio fue un desastre desde el principio, al año nació su primer hijo, Carl, y en 1926, Vivian.
El padre de Vivian era alcohólico, ludópata y violento. La madre, una mujer profundamente narcisista incapaz de cuidar de sus hijos o de mantener un trabajo. La pareja se separó definitivamente en 1927. Carl ingresó entonces en un orfanato, acabó luego en un reformatorio y después en la cárcel; tuvo problemas con el alcohol y otras drogas y le fue diagnosticada esquizofrenia. Vivian se quedó con su madre, quien a menudo la dejaba sola o en centros de acogida y que a partir de 1939 empezó a mostrar signos de graves problemas mentales.
Al morir su abuela y dejarle en herencia unos terrenos en Francia, Vivian se trasladó brevemente a ese país para gestionar la venta de esas tierras. Allí comenzó su pasión por la fotografía, armada con una cámara que había sido de su madre. A su regreso a Nueva York comenzó a trabajar como niñera, profesión que ejercería durante toda su vida, sin dejar ya nunca de hacer fotos.
Las entrevistas a 30 personas que la conocieron realizadas por Ann Marks muestran que Vivian Maier fue una mujer extremadamente reservada y celosa de su intimidad, que muy raramente mostraba sus fotografías a otros y que rechazaba totalmente el contacto físico. La biógrafa considera que eso se debe a los terribles traumas que sufrió en su niñez, a los que se añade la sospecha de que pudo sufrir abusos sexuales. Eso explicaría el temor que le provocaban los hombres, a los que consideraba una amenaza potencial.
Toda esa retahíla de traumas, a la que se añade el historial familiar de enfermedades mentales, provocó que la niñera fotógrafa desarrollara un grave trastorno de acumulación. Compraba y almacenaba de manera obsesiva grandes cantidades de libros, revistas, folletos y sobre todo periódicos. Probablemente, según especula Marks, esa conducta acumuladora le proporcionaba una sensación de control, esas posesiones le brindaban consuelo. Pero, con el pasar de los años, su paranoia acumuladora fue en aumento y provocó que fuera despedida de muchos trabajos.
Fue una defensora convencida de la igualdad entre los sexos, apoyó activamente el movimiento por los derechos civiles y condenó el segregacionismo. Hasta el final de sus días se mantuvo vital y activa, haciendo fotos casi a diario, y parece que fue relativamente feliz. Falleció en 2009 a los 83 años, sin sospechar nunca la fama que conseguiría a título póstumo.
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