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Casi un siglo friendo churros o trabajar en el frío ourensano

Yago González es la cuarta generación de churreros en su familia, que lleva casi cien años dedicándose a este negocio ambulante en la provincia: temperaturas extremas y demasiadas horas de pie

No sirve cualquiera para trabajar a la intemperie en el frío invierno ourensano. De casta le viene al galgo, si hablamos de Yago González (Ourense, 1985), cuarta generación de una familia de churreros que lleva casi un siglo dedicándose a este negocio ambulante en la provincia, soportando temperaturas extremas y demasiadas horas de pie. “Dicen que es rara una feria en Galicia en la que no haya una churrería de los Hermanos González. Parece imposible, porque hay muchas fiestas en nuestra comunidad, pero es cierto”, presume este padre de familia que sueña con que sus dos hijos se dediquen a otras profesiones para que tengan más calidad de vida. “Paso muchísimo frío y puedo estar unas quince horas de pie perfectamente, aunque aguanto muy bien”, reconoce Yago.

El olor caliente a aceite de girasol sobrevuela la conversación, a media mañana, en la churrería de la Rotonda do Afiador de la ciudad. “Abrimos a las ocho de la mañana y cerramos a las diez de la noche. Hacemos muchas horas, incluidos sábados, domingos y festivos. No descansamos nunca. Hay que aprovechar”, dice este churrero, que ya ayudaba a sus padres de niño y empezó como profesional cuando se casó, a los 18 años.

 La estirpe de los González tiene churrerías en el centro comercial Pontevella, el pabellón de Os Remedios, Mariñamansa, A Valenzá, O Carballiño, Verín, Quiroga… “Cuando empezó la pandemia del covid estuvimos dos años parados; nos dieron el cese de actividad. Nos quedamos sin trabajo todos: mis padres, mis tíos, mis primos y nosotros, pero las letras y los seguros seguían llegando”, recuerda Yago, que ahora debe hacer frente a la inflación. “Una sartén de churros pequeña lleva 30 litros de aceite de girasol y lo cambiamos cada tres días para que no coja sabor ni olor. El aceite se ha encarecido más del doble, así que hemos tenido que subir los churros de tres a cuatro euros. El chocolate también subió, pero hemos mantenido el precio”, explica.

La receta de la familia

El secreto de unos buenos churros es un buen aceite de girasol alto oleico, que resiste más el calor, dice Yago, que no quiere desvelar la receta de la masa. “Es harina, agua y sal, pero luego depende de las cantidades y las ganas que le pongas. El chocolate lo hacemos con leche entera y dándole vueltas (risas)”, afirma. 

Lo mejor de ser churrero es trabajar de cara al público, explica este emprendedor. “Me gusta mucho hablar con la gente y el cliente ourensano da gusto. En Ourense gusta mucho el churro y tengo una clientela fija. En esta esquina llevamos ya siete u ocho años. Mis tíos están en el centro comercial Pontevella y mis padres, en el pabellón de Os Remedios”, señala Yago, para quien la lluvia es peor que el frío porque la gente no sale. “Aunque llueva mucho no cerramos porque me fastidia que baje alguien a por churros y esté cerrado”, confiesa.

Durante la temporada de invierno, que dura cinco meses, de Difuntos a Semana Santa, trabajan en la ciudad. Luego, en primavera y verano, recorren las ferias y fiestas de toda Galicia. “Allí vendemos un poco de todo: churros, patatas fritas, perritos, bocadillos, chocolate… Las churrerías de verano son mucho más grandes, son cinco o seis veces esta, y con terraza. Trabajamos unas nueve o diez personas. Tenemos buenas expectativas; la gente tiene ganas de disfrutar ”, afirma este churrero, que tiene aparcados en su casa tres camiones y cuatro churrerías paradas hasta mayo o junio.

Este negocio da para vivir si te administras bien y guardas para cuando no hay, asegura Yago, que dice que sus hijos tienen el futuro garantizado con la churrería, aunque le gustaría que se dedicaran a otra cosa para que tengan calidad de vida y disfruten de los festivos. “En mi familia no se jubila nadie; mis tíos siguen trabajando y cotizando. Mi idea es retirarme a los 67 años y marcharme con mi mujer a vivir a Tenerife, a un sitio de playa. Dios dirá, aún me quedan treinta años”, sueña este trabajador que lleva el frío ourensano grabado en la piel.