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El miedo en el cuerpo

Hoy van llegando mis contertulios con ese sentimiento tan español: muy cabreados. Asoma el fascismo en Italia

MIÉRCOLES, 29 DE SEPTIEMBRE

Antes de nada he de decirlo, el festival OUFF de cine ha sido potente y atractivo. Son las diez de la noche. Acabo de ver en el Teatro Principal el documental ‘Julia’, de Jacobo Lagüela. Salgo conmovido, muy conmovido. Entro en el bar Xes, frente al teatro. Me empujo un gin-tonic y me digo: “Esto has de escribirlo aquí ahora”, como decía César González Ruano en el café Gijón. Estoy en una esquina de la barra así que pido un par de servilletas y escribo. ‘Julia’ es un hermoso canto a nuestras abuelas, tan olvidadas. Ay, a nuestras sabias abuelas. Las que quedaron en los años cincuenta guardando a los nietos mientras los padres emigraban a trabajar a Centroeuropa.

Recuerdo ahora a aquel chico con el que yo jugaba al futbolín en el bar que montaron sus padres al regresar del extranjero, muy cerca de donde yo vivía. Cuando retornaron sus padres, mi amigo tendría 12 años. Al llegar, le llenaron de regalos, pero el chico los rehuía. Parecía decirles: “Sí, pero no sentí vuestros abrazos, solo los de la abuela”. Creció su rebeldía, siempre cerca de su abuela. Cuando jugábamos al futbolín, él le daba con una fuerza rabiosa y pocas veces le gané. Esa rabia que yo había visto en el internado del Cisneros cuando en vacaciones los hijos de emigrantes quedaban solos en el colegio.

El chico se hizo un obrero especializado. Sus padres vivían desolados, a veces oía la bronca desde mi casa. Un día, él tendría poco más de 20 años, su coche voló por un barranco.

En el documental, la abuela Julia se hacía las grandes preguntas “¿Por que, se temos todo aquí na terra, temos que traelo doutras terras? ¿Por que non limpan os montes para que non haxa incendios? ¿Sabes, neto? O mellor pan é o que se fai na casa”.

(Pido mi segundo gin-tonic. Inevitablemente, me visita mi abuela Soledad que vivía en Arzádegos, donde yo pasé muchas temporadas. Apenas cesaba de rezar plegarias. Hacía el mejor caldo de la comarca. Se enorgullecía de ayudar en los partos “Nunca me morreu ningún neno”. Conocía las hierbas medicinales. Le gustaba jugar con sus nietos. Tengo para mí que sabía hablar con los muertos. Acudía enseguida cuando había alguna desgracia. Mi abuela tenía sus secretos. En aquellos duros años, los aldeanos emigraban hacia países de Sudamérica. Te cuento, yo era muy niño y estaba a su lado cuando llegó su vecina muy alterada. Salieron juntas, yo fui detrás agazapado y muy curioso. Entraron en la casa de la mujer, deprisa, silenciosas se dirigieron a una habitación de paredes descoloridas. La mujer la tomó de la mano y le dijo llorando “Aquí durmía o meu fillo ata que marchou pra Brasil. Mira pra o espello como está cheo de bolboretas”. Y añadió con voz dolorida “É unha seña. Algo malo lle pasou”. Nunca olvidaré aquella imagen, las dos llorosas tomadas de la mano sobre el colchón de lana. Entonces el correo desde otros continentes tardaba una eternidad. Pasaría más de un mes cuando le llegó un sobre con remite de São Paulo. Brasil. Tardó en abrirlo, ella ya sabía la trágica noticia.

Recuerdo ahora aquella perenne y divertida discusión con mi abuelo. Mira que había leña en el cobertizo, pero mi abuela economizaba al echarla en la lareira. Enseguida mi abuelo me ordenaba “Jaimito, vai buscar troncos pra que haxa volume e fuxan os demos”. Cierto, guardo el rosario de cuentas en que ella desgranaba sin interrupción. A veces lo tomo en mi mano como un protector talismán).

JUEVES, 30 DE SEPTIEMBRE

Hoy van llegando mis contertulios con ese sentimiento tan español: muy cabreados. Malas noticias, no es para menos. Asoma el fascismo en Italia y ya lidera el país la peligrosa Meloni. Casi todos los contertulios hemos sido universitarios y casi todos estuvimos en las barricadas allá cuando el general Franco mandaba con mano legionaria. Si algo odiaba mi generación es la extrema derecha. Todos estamos alarmados y en silencio. Yo me atrevo a recitar aquel verso profético de Carlos Oroza “Vendrán tiempos en que europamos de tristeza”. Es el abogado el que cuenta: “Estudiaba en Santiago en los setenta, recuerdo la universidad cerrada, los antidisturbios disparaban a veces algo más que pelotas de goma. Muchos éramos libertarios y un día, liderados por el inolvidable Príncipe Galín, entramos con un burro vestido con los colores de la Falange en la facultad”. “Tenemos derecho a recordar nuestras batallas contra la extrema derecha de aquel fulano Blas Piñar, líder de aquella terrorífica ‘Fuerza Nueva”.

La tertulia transcurre lejana a la quincalla nostalgia. El músico dice: “Hay que joderse, va la fulana italiana y dice provocativa ‘¿Os doy miedo?’. El pasado vuelve como una ola. Hace justo cien años de la gran marcha de los camisas negras de Mussolini sobre Roma. Cien años de cuando el belicoso Mussolini asomaba altivo con sus gestos de ópera bufa. Claro que me das miedo, Meloni, presiento que eres como un tumor maligno”. El músico dice al camarero “Tráenos más gin tonic, que los tiempos están jodidos”. Va y me dice “Tú, Jaime, conociste bien a esos guerrilleros de extrema derecha en Madrid”. Me quedo pensativo “Hostias si los conocí. Hace poco estuvo aquí Emilio Sola, él había abierto un local maravilloso donde había buena música, muchas chicas progres y donde con frecuencia conspirábamos. Se llamaba La Vaquería allá en la calle Libertad en el centro de Madrid. A veces entraban violentos los guerrilleros y nos hacían cantar himnos patrióticos. Recuerdo bien el día, nos salvamos de milagro. Explotó una bomba de goma-2 y apenas quedaron las paredes del local”.

(Hoy la tertulia termina pronto. El psiquiatra recuerda a Marx: “Tener vergüenza también es revolucionario”, conque hermano lector, lectora, como avisó Tierno Galván, estate al loro).