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Réquiem por los partidos: por qué los nuevos liderazgos huyen de la vieja política

Parece que nunca hubo tanto donde elegir. El año electoral aterriza repleto de nuevos procesos, organizaciones y plataformas que pueden (o no) convertirse en papeletas que echar a una urna. Pero casi ninguna se llama partido político. Al menos, no de momento. El círculo de Yolanda Díaz con Sumar; el recién anunciado proyecto Drago "de obediencia canaria" con Alberto Rodríguez, ex secretario de Organización de Podemos; o la fundación impulsada por Macarena Olona, en guerra abierta con Vox, son algunos de los ejemplos. Todas estas iniciativas nacen de personajes conocidos del mundo de la política institucional, sigan o no en activo.

Parece que nunca hubo tanto donde elegir. El año electoral aterriza repleto de nuevos procesos, organizaciones y plataformas que pueden (o no) convertirse en papeletas que echar a una urna. Pero casi ninguna se llama partido político. Al menos, no de momento. El círculo de Yolanda Díaz con Sumar; el recién anunciado proyecto Drago "de obediencia canaria" con Alberto Rodríguez, ex secretario de Organización de Podemos; o la fundación impulsada por Macarena Olona, en guerra abierta con Vox, son algunos de los ejemplos. Todas estas iniciativas nacen de personajes conocidos del mundo de la política institucional, sigan o no en activo.

El último barómetro del CIS colocó al Gobierno y los partidos en cuarto lugar cuando se preguntó a los españoles cuál creían que era el principal problema del país. En las pasadas elecciones, las de noviembre de 2019, más del 30% de la población nacional censada no participó. Eran los segundos comicios en un mismo año, pues la falta de acuerdo llevó a la repetición electoral en cuestión de meses. Otra encuesta de la Comisión Europea realizada entre 2020 y 2021 determinó que el 90% de las personas en España desconfiaba de los partidos políticos. La media en la UE también era alta, pero no tanto: el 75%.

Foto: El exdiputado de Unidas Podemos Alberto Rodríguez. (EFE/Ramón de la Rocha)

Hay quien cree que esto no es una novedad y ya tiene largo recorrido. También quienes piensan que es el fin de los partidos de masas y miran hacia nuevas fórmulas para atraer apoyo ciudadano. O quien considera que todas las iniciativas que ahora surgen estarán abocadas, tarde o temprano, a concurrir a unas elecciones o convertirse en una formación más. Cuatro expertos en Política y Sociología reflexionan sobre ello y tratan de arrojar luz a esta cuestión.

Desconfianza en los partidos

"Los partidos políticos siguen siendo los principales actores en nuestro ecosistema democrático. Otra cosa es que exista, y así es, una crisis coyuntural que no les quita poder, pero sí credibilidad", considera el profesor de Ciencias Políticas en la Universidad Carlos III y doctor por Oxford, Lluís Orriols. El académico y habitual tertuliano en televisión recuerda que la primera fase de este descrédito hacia los partidos en los últimos años fue la grieta en el bipartidismo que abrieron Podemos y Ciudadanos. Y este ejemplo le sirve para esbozar dos formas con las que erosionar, directa o indirectamente, a las formaciones tradicionales: el populismo y la tecnocracia. Los morados, al menos en su etapa inicial (la de 2015), se corresponderían según Orriols con la primera de ellas. El discurso de la casta, venir de los movimientos sociales y el 15-M "dinamitó la idea de que los partidos era los únicos actores con capacidad de cambio".

Lo que ocurrió después, todos lo conocen. Podemos se integró en el sistema parlamentario y entró a formar parte del Gobierno. Ciudadanos, inmerso ahora en un proceso de refundación y con primarias previstas para enero, se acerca más a una vertiente tecnócrata que, en términos generales, entendía las organizaciones políticas como "cortoplacistas y electoralistas", con predilección por los expertos frente a los políticos profesionales. Y eso que llevaba una década en Cataluña.

¿Dónde queda Sumar en todo este abanico? "El movimiento de Yolanda Díaz se mueve un poco entre las dos aguas. Hay tintes que recuerdan al populismo, rasgos carismáticos y la importancia de su líder. Pero también coloca el foco en los especialistas y académicos para configurar el proyecto", indica Orriols.

"La gente está huérfana de símbolos y busca nombres propios", apunta Iago Moreno

El individualismo en las sociedades modernas también juega su propio rol en la desconfianza hacia actores institucionales. "El partido político de masas ha dejado de tener sentido", concluye el sociólogo por la Universidad de Cambridge, Iago Moreno. Las nuevas vías de comunicación política, sumadas a una "bajada de la participación activa en los partidos, los sindicatos e incluso en la vida vecinal", han alterado los mecanismos de la competición electoral. "Quedó absorbida primero por la televisión, y luego por el mundo de las redes sociales. Esto hace que sea más fácil identificarnos con candidatos que con partidos o ideas, que busquemos una relación más cercana y afectiva", declara. Según Moreno, este panorama deriva en una sensación de interacción artificial con ciertos representantes, que empuja al personalismo. Un falso de tú a tú: "Es la única gramática posible para hacer política en una sociedad como la nuestra, en la que cuesta conectar con la gente".

Una de las dudas que subyacen a esta reflexión es si una vez que cae el nombre, también lo hace el proyecto. Y si estos movimientos incipientes están irrevocablemente relacionados con el hiperpersonalismo. Sobre la primera cuestión, depende de en qué se traduzcan en el largo plazo. "La política de hoy va rápida, y veremos en el próximo año si muchas de estas iniciativas terminan convirtiéndose en partidos para aumentar su influencia", puntualiza.

Foto: Olona en el Palacio de Linares. (EFE)

Las propuestas disruptivas del ayer —Podemos para la izquierda y Ciudadanos o Vox en la derecha— tienen hoy sus propias escisiones, alternativas o voces disonantes. Yolanda Díaz trata de reconfigurar el espacio de la izquierda. Alberto Rodríguez, tras perder su escaño como diputado y mostrarse en ocasiones crítico con sus excompañeros de partido, auspició un nuevo espacio regionalista que competirá con ellos electoralmente. Y Macarena Olona, en cuestión de meses, "pasó de pensar que los de Abascal eran la alternativa fresca y renovadora a defender que se habían autotraicionado", recuerda el sociólogo.

Otro frente: los movimientos territoriales

Todos son nombres propios conocidos que aprovechan su fuelle y experiencia en política para impulsar nuevos proyectos. Pero es un error creer que el personalismo mueve únicamente a este tipo de movimientos. Para Cristina Monge, socióloga y politóloga de la Universidad de Zaragoza, es una característica que se extiende a toda la política actual. Incluso al bipartidismo. "Ya no hablamos del PP, hablamos de Feijóo. De si hay una guerra con Ayuso por el poder. De Sánchez y los nombres fuertes del PSOE", apunta la experta, que también es especialista en movimientos sociales. En ese sentido, en el socialismo municipal hay en estos momentos un debate sobre cuál es el nombre escogido por Ferraz para designar como candidato al Ayuntamiento de Madrid. En teoría, el proyecto termina siendo el mismo, pero la importancia de la cara visible hace que ahora mismo las quinielas —y la propia estrategia de partido— estén detrás de un rostro concreto.

Otra cuestión es la de los partidos de índole territorial, como Teruel Existe o Soria ¡Ya!, que también surgieron de plataformas u otros movimientos asociativos con años de trayectoria pero no están marcados por un liderazgo consolidado. En el caso de los turolenses, llegaron incluso a obtener un escaño en el Congreso de los Diputados en pleno debate por la despoblación en la España Vaciada. Los segundos aún se plantean si concurrir o no como grupo a las generales e incluso a las municipales. Aunque, de momento, ya tienen representación en las Cortes de Castilla y León. Primero, como agrupación ciudadana. Y, tras el verano, como partido político oficial.

"En la Transición eran símbolo de democracia. Luego, de estructuras opacas", explica Cristina Monge, politóloga de la Universidad de Zaragoza

Sean de ámbito nacional, regional o municipal, está claro que surgen nuevos movimientos que, en un primer momento, se desvinculan del concepto tradicional de partido. Pero a veces terminan viendo en ellos el mecanismo más sólido desde el que hacer efectivas sus reivindicaciones en el esquema de juego. A veces, después de arduos debates internos sobre si hacerlo es la mejor opción, o si al institucionalizarse no están dejando atrás su esencia. Esto ocurrió con Podemos, que tuvo que decidir si entrar al Gobierno. Pero no son los únicos. En Soria ¡Ya! también tuvieron una discusión previa a postularse a las elecciones: ¿debían dejar de ser una plataforma ciudadana, después de una década? ¿No iba aquello a aumentar la desconfianza de sus bases?

"Es una paradoja: en la Transición se tenía una imagen de los partidos como símbolo de democracia. Eran el fin de la dictadura, porque ahí estaban ilegalizados", rememora Monge. "Pero poco a poco se han convertido en el reflejo de estructuras opacas, de corrupción y desconexión. Se ha dado la vuelta por completo", sentenció. Ahora, el mantra "todos son iguales" ha marcado y sigue marcando la imagen de los partidos que llega a la ciudadanía. Hay quienes tratan de desvincularse del concepto "partido" para no viciar su proyecto. Es una estrategia con ventajas, pero también tiene sus límites. "Las dinámicas de gobierno, la lógica de la gestión y el coordinar esfuerzos legislativos y ejecutivos es que se puede hacer con mucho más alcance solo desde el propio sistema", añade a esta reflexión Lluís Orriols.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante el debate sobre el estado de la nación. (EFE/Huesca)

Todo forma parte de la maquinaria de los partidos. Se está viendo, por ejemplo, en el debate abierto por el espacio a la izquierda del PSOE. Una de las diferencias entre Podemos y Sumar es el timing. Los primeros necesitan concretar sus candidatos para concurrir a unas autonómicas y municipales. Tener claras cuáles son sus alianzas. El ritmo de Díaz, por ahora, es ligeramente distinto. "A priori, un movimiento social no tiene el componente de reparto de poder de los grupos políticos. Hay diferencias, pero tienen estructuras concretas, secretarios en los territorios, cargos intermedios y todo tipo de trámites", señala la analista política, Berta Barbet.

"Tanta maquinaria, sumada a la falta de dependencia de la militancia, ha hecho que los partidos se entiendan cada vez menos como esas estructuras que recogen las demandas ciudadanas y las elevan a las instituciones. La percepción cada vez más extendida es que sus motivaciones están más orientadas a la interna, a colocar a sus afines y a funcionar de forma muy similar a una empresa", indica la analista. Al final, la mayoría de los expertos consultados llegan a una conclusión similar.

Si verdaderamente hay un declive de los partidos de masas, la respuesta no está siendo su desaparición. Más bien, es el intento de desvincular los proyectos de nueva creación a este concepto, que se relaciona con la desconexión y la persecución de intereses ajenos. De no llamarlos partidos, sino movimientos, proyectos, plataformas. Que no haya militancia, sino participantes. Queda ver cuál será su progreso en el próximo año y qué escenario final quedará para las elecciones de 2023.