Parecía un subte pasando bajo mis pies. Pero en Caucete no hay subtes.
Apenas estaba saliendo de la adolescencia cuando me metieron de raje en una avioneta con tres de los mejores fotógrafos de la Editorial Atlántida.
El destino era la provincia de San Juan, dónde se registraba el terremoto más letal desde aquel devastador de 1944. Fue 43 años antes del sismo de este lunes, mucho más benigno, aunque removió aquellos recuerdos luctuosos, porque entonces sí hubo víctimas fatales. Y muchas.
Cuando llegamos, la tierra todavía temblaba ligeramente. El panorama era desolador: derrumbes a cada paso, autos aplastados, grupitos errantes yendo y viniendo. En los lugares abiertos, en medio de colosales rajaduras, conmovían las miradas perdidas y las lágrimas de personas abrazadas a las pocas pertenencias que habían podido salvar.
Un par de décadas más tarde, cuando estuve al frente de la redacción del diario más importante de esa provincia, no hubo sismos significativos, pero sí habituales movimientos telúricos. Imaginaba que estábamos a merced de una criatura mitológica malhumorada escondida en las profundidades a la que le divertía sacudir nuestra rutina.
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