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La historia de la alcaldesa trans de Ciudad Bolívar

El recuerdo más antiguo que Tatiana Piñeros tiene de su vida la lleva a la tristeza de su primer día en el jardín infantil. En ese momento no se llamaba Tatiana Piñeros, llevaba otro nombre que se ha convertido en uno de sus secretos mejor guardados. Sin embargo, ese dolor se esfumó cuando vio a Claudia, una prima suya tan sólo seis meses mayor que ella. Le dio mucha tranquilidad encontrarla allí, en medio de un montón de niños y niñas con un uniforme que ella no llevaba ese día: “la sensación fue de eso: de sentirme en algo que no era mío, donde yo no hacía parte”.

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Portada Revista BOCAS #133

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Piñeros nació en Bogotá, tiene 46 años y es contadora pública de la Universidad Central y especialista en Gerencia de Recursos Humanos de la EAN. Ha trabajado en la Contraloría, fue secretaria privada encargada en algunas ocasiones durante la alcaldía de Gustavo Petro en Bogotá, además de directora distrital de Turismo, directora corporativa de la Secretaría General, directora de gestión corporativa en la Secretaría Distrital de Integración Social, coordinadora administrativa de la Fundación Radio Diversa y gerente general de la agencia de publicidad Branding y Marketing. También hizo una campaña para el Senado (2018-2022) en donde logró 5.671 votos, que no le alcanzaron para llegar al Congreso.

La alcaldesa Claudia López –después de un proceso meritocrático– la escogió como alcaldesa local. Piñeros piensa que manejar una localidad como Ciudad Bolívar, tan grande y compleja como varias capitales de departamento del país –tiene más habitantes que Ibagué, Villavicencio, Valledupar y Montería, por sólo mencionar unas cuantas–, no le daría el tiempo suficiente para ser una madre tan buena y dedicada como la suya.

Alcaldesa, cuando la estaba esperando entré a su baño y vi que tiene unas bicicletas en la ducha. ¿Usted monta bicicleta acá, en Ciudad Bolívar?

Sí, me gusta montar acá; tenemos recorrido mañana. En bicicleta analizamos situaciones de alumbrado, de falta de alcantarillas…

Es decir, usted no es de subir a La Calera por deporte, usted monta en bicicleta es para trabajar…

Exacto. Aquí subimos a Sierra Morena a mirar las cosas como a nivel de la calle, para el tema de las luces, de las basuras, los cambuches, los habitantes de calle, y pongo a todo mi equipo a salir en bicicleta.

¿Y qué decisiones ha tomado usted gracias a esos paseos en bicicleta?

Por ejemplo, Ciudad Bolívar tiene un problema grande de basuras. Entonces, nos inventamos una estrategia que consiste en que cuando vemos un botadero de basuras en una calle la recogemos y ponemos ahí unas materas, con plantas que cultivamos en un vivero que tenemos en la zona rural de Ciudad Bolívar, algo que es muy desconocido. La gente no sabe que tenemos una zona rural espectacular.

Usted también se ha caracterizado por hacer varios operativos de seguridad. Su equipo me cuenta que usted va a esos operativos y que en esa bolsa negra hay un chaleco antibalas…

Sí, con ayuda de las autoridades hemos podido desmantelar muchas ollas en las tres localidades en que he trabajado. Yo no me aguanto con que haya una situación como la que nos pasó hace poco acá, en Ciudad Bolívar, en la que había un sector en el que no nos dejaban entrar. ¿Cómo así que hay zonas de la ciudad a donde no se puede entrar? Eso nos da ira.

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Tatiana Piñeros en BOCAS

Ha liderado operativos para destruir ollas de venta de estupefacientes en las tres localidades de la capital donde ha sido alcaldesa.

Usted ya casi termina su trabajo como alcaldesa local. ¿Qué tiene en su panorama a futuro? Por su trabajo yo le calculo que ya debe tener medio millón de votos para la Alcaldía de Bogotá, ha trabajado en alcaldías locales muy grandes: Mártires, Bosa y Ciudad Bolívar.

No cualquier candidato debería lanzarse. No porque un youtuber diga algo sobre mí y esté siendo muy popular debo lanzarme a la Alcaldía de Bogotá. Yo, que he pasado por tres alcaldías locales, no me siento preparada para ser alcaldesa. Bogotá es una ciudad muy diversa, con unos temas muy complejos.

¿Cómo fue su niñez?

Fue muy feliz. Lo único es que yo veía a mis primas y recuerdo que quería ser como ellas, pero sabía que no podía hacerlo. Me acuerdo de una de mis primas con un vestido rosado superbonito y pensaba que qué rico sería ser así, superniñita, princesa, rosada, con el pelo superbonito. Lo que más me llamaba la atención eran los vestiditos.

¿Cómo se fue dando su transformación?

Yo participé en un reinado transformista, Miss Simpatía, en un bar de Chapinero. Era más o menos 2006, yo tenía 29 años. Quise ver cómo era exteriorizar la mujer que yo sentía por dentro. Ni siquiera había salido vestida a ningún lado. Los organizadores no daban un peso por mí. Cuando terminaron mi maquillaje transformista, yo me quedé mirándome al espejo. Era otra y sentí que sí podía llegar a salir en la vida pública como mujer. Me miraba y decía “ahora sí voy a poder ir a Paloquemao; ahora sí voy a poder ir a Carulla”.

¿Ese reinado fue, entonces, como una terapia psicológica de choque?

Sí, fue pensado de esa manera.

¿Usted veía reinados?

Sí, claro, yo no me perdía un Miss Colombia, yo no me perdía un Miss Universo, me parecía ¡guau!

¿Cómo es un reinado trans por dentro?

Es impresionante cómo uno ve hombres desgarbados, que uno pensaría que no tienen la menor posibilidad, pero el día del evento llegan con una producción impresionante. Ya son “perro viejo”, hacen muchísimas cosas. Se amarran con cinta transparente para embalar cajas, para sacarse la cintura. Se ponen espumas dentro de las medias veladas para dar forma a la cadera y que la pierna sea más gruesita. Se pegan Súper Bonder en la cara o un cordón para levantar la mirada. Yo siempre he sido flaca, nunca me puse nada de eso. Aparte del maquillaje transformista, no usé nada más. Me puse vestidito de dos piezas, algo que ellas no podían usar, porque les toca encintarse y deben usar vestidos de una pieza. Eso me dio el título. Las respuestas que di a las preguntas del jurado fueron matadoras. Además, yo ya era profesional, trabajaba en la Contraloría General de la República.

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Tatiana Piñeros en BOCAS

Esta es la historia de una mujer trans tan amante del trabajo que ya echó a la caneca la idea de adoptar un hijo, todo por su brillante carrera.

¿Le dio miedo de que en la Contraloría fueran a enterarse?

Yo no había salido del clóset en la Contraloría. Para ese entonces, quince o veinte años atrás, lo que más uno podía ver era a un hombre gay o a una mujer lesbiana, pero trans no tanto. Muchas trans se reconocían como gais o maricones, porque lo trans no estaba tan posicionado. Entonces, cuando yo empiezo a tener información de que yo no era gay ni bisexual, sino que era trans, empiezo a entender que a mí no me gustan los hombres gais y yo tampoco les gustaba a los hombres gais, porque a ellos les gustan los hombres. A mí me gustaban los hombres heterosexuales, pero yo no les gustaba, porque a ellos les gusta una mujer, les gusta la figura femenina. Si bien yo ya tenía el cabello largo, vivía un rol de chico. Las mujeres no me gustaban, nunca me han gustado, jamás he tenido una novia, nunca he tenido nada con una mujer, y yo tampoco les gustaba a las mujeres. Entonces, claro, hay un momento en el que uno piensa “¿yo qué voy a hacer si yo no les gusto a quienes me gustan, y a ellos no les voy a gustar porque un hombre heterosexual no se va a fijar en mí como chico?”. Entonces, cuando tengo esa información me entero que hay unos procedimientos para poder llegar a ser esa mujer, como las terapias de reemplazo hormonal, que con hormonas te bajan la carga de testosterona, te sube los estrógenos, y la piel y las facciones te cambian, se reacomoda la grasa corporal, etc.

¿Y usted se entera de eso gracias a internet?

Sí, porque cuando entró Windows 95 e internet se abrió un mundo para mí. Yo siempre me sentí una mujer, pero como no tenía información, no sabía ni siquiera que algún día iba a poder vivir como una mujer y que para eso había procedimientos. Claro, no vas a tener hijos, pero ya puedes vivir como una mujer. Miss Simpatía se convirtió en el medio para acercarme a ver cómo yo podía llegar a exteriorizar esa mujer.

¿Usted cree que esos reinados sirven como educación sexual o, más bien, como educación transformista o de género?

Sí, digamos que los bares gais se convierten en espacios en los que uno puede ver que hay otras chicas como uno. Por ejemplo, cuando yo comencé mi transformación fui a mi EPS e hice toda la cadena hasta llegar a una endocrinóloga especialista para lo de la terapia hormonal. Me fue terrible. Yo le dije que era una mujer trans, que ya tenía la información y que quería comenzar con mi proceso y mi terapia de reemplazo hormonal. Y su respuesta fue “¿y por qué quieres hacer eso?”. Y yo le decía que porque yo era una mujer y quería vivir como mujer, que quería que se empezaran a exteriorizar los caracteres secundarios. Yo no tengo por qué decirle a una endocrina eso.

Pero ella no tenía por qué hacer esa pregunta...

Claro que no...

Y la hizo...

Y la hizo, claro. Yo le decía que necesitaba operarme los senos, y para eso necesito que me vayan creciendo, que me ceda la piel. Yo soy flaca y no podía meterme una prótesis de 500 c. c. Su respuesta fue “no, opérate ya. Así como a una mujer no le voy a formular unas hormonas para que le crezcan los senos, no lo voy a hacer contigo”. Entonces yo salí de allá sin saber qué hacer. Ya había pasado por médico general, internista, endocrino y yo decía “¿y ahora qué hago?”. Entonces, un día me fui a un bar LGBT y vi a una trans divina y logré hablar con ella y preguntarle “oye, ¿tú qué? ¿Qué te has hecho?”. Entonces me dijo “mira, mensualmente me aplico tal inyección, luego otra quincenalmente, diariamente me tomo esta pastillita anticonceptiva de las mujeres cisgénero, luego esta otra que es un antiandrógeno, etc.”. Yo tomé nota y ya lo iba a poner en práctica hasta que, menos mal, me llegó la información del Hospital San José aquí, en Bogotá, que son especialistas en transexualidad. Eso me tocaba pagarlo a mí, y menos mal podía, entonces comencé a pagar las citas y después de que me hicieron un montón de exámenes, la endocrinóloga de allá me formuló una pastillita diaria. Yo salí de ahí como incrédula, pero comencé a tomarme esa hormona. Tú no te imaginas. Yo me tomaba esa pastillita y a mí como que me cambiaba el día, era un efecto placebo, sentía que era un poquitico más cercana a la mujer que quería ser.

¿Ha conocido personas que se hayan sometido a estos tratamientos?

Muchísimas, la gran mayoría de personas trans lo han hecho, son pocas las que no lo han hecho. Es más fácil decir quiénes no.

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Tatiana Piñeros en BOCAS

Tatiana Piñeros ha promovido la inclusión y la diversidad en su trabajo con el Distrito.

¿Usted cuando habla de su niñez dice “cuando yo era niño”, o cómo es eso?

Cuando tengo que ser demasiado gráfica y que me entiendan, digo “niño”. Pero si yo estoy hablando normal, desprevenida, digo “cuando era niña”. Siempre me sentí niña. Y me gusta que mi mamá también lo hace supernatural, porque esta semana precisamente me dijo “es que tú cuando eras niña”… tan bella mi mami. Hacer el cambio no fue fácil, yo comencé a vivir como mujer después de los 30 años.

¿Cómo lo tomaron sus papás?

Los casos exitosos de las personas trans es porque hemos tenido el acompañamiento y el apoyo de la familia. A mi mamá y a mi hermano menor, con los que vivía, les conté después de un almuerzo a las afueras de Bogotá. Era un día soleado, superbonito, y les dije que quería contarles algo. Yo tenía 28 o 29 años. Entonces les dije ahí: “esto viene de toda la vida atrás, es lo único con lo que definitivamente voy a ser feliz: yo soy una mujer trans. Yo ya he pasado por un médico psiquiatra, ya he tenido todo un acompañamiento profesional para decirte esto. No es que esté confundida, ya he tenido un acompañamiento psicológico y endocrino”.

¿Y qué dijo su mamá?

Lo primero que dijo mi mami fue “¿qué hay que hacer?”. Ellos sospechaban que yo era gay, pero no que era mujer. Ahí aparece la ficha del rompecabezas, porque mi mami dijo “definitivamente yo siempre sentí que tú, desde el vientre, eras mujer”. En ese momento yo ya llevaba como seis meses de tratamiento, calladita. Ya venía tomándome la pastilla, ya me estaban creciendo los senos y me tocaba fajármelos, porque ya me estaban saliendo “los limoncitos”. Días después, mi mami me dijo “si quieres vendemos el apartamento y nos vamos a otro lado donde puedas hacerlo con mayor tranquilidad”. Y mi hermano respondió “¿acaso es que mi hermano está haciendo algo malo? ¿Acaso a nosotros quién nos paga el mercado?”. En algunos momentos hasta pensé irme a otro continente, hacer mi tránsito en Europa, hacerme pasar por muerto y regresar como chica. Imagínate cómo eran las cosas quince o veinte años atrás, armando toda una película de cómo hacerlo.

¿Y cómo hubiera querido morir?

Mil formas de morir [risas]... Simplemente iba a mandar el mensaje de que ya el chico no estaba, sino que había una Tatiana que se quería acercar a su familia.

¿Cómo le contó a su papá que usted era una mujer trans?

Luego le conté a mi papá, me lo llevé a caminar al Parque Simón Bolívar. Yo tenía más o menos 28 o 29 años. Le conté de la misma forma que a mi mamá y él seguía caminando, ni caras hacía; él es un hombre muy calmado, hasta que le dije “papi, es que voy a vivir como mujer”. Entonces él me dijo: “Tuve un hombre y ahora tengo una mujer. Yo desde siempre lo noté”. Empecé a vivir como mujer a los 30 años.

¿Quién fue su primer amor?

Yo estaba en la universidad, en tercer semestre. En el colegio me parecían lindos unos niños, pero nada. Antes de la pubertad yo estaba mucho con las niñas, no me gustaban los juegos de los niños. En la universidad fue el primer beso, como a los 20 o 21 años. Él fue superlindo, superbonito. Duramos como dos años, en un secretismo…

¿Por qué estudió Contaduría?

Siempre me gustaron las cuentas, los números...

¿Cuál fue su primer trabajo?

En la Contraloría, a los 18 años. Se lanzó Windows 95 y yo hice unos cursos de sistemas, de ofimática, y necesitaban gente joven.

¿Por qué empezó a trabajar tan rápido?

Porque era la forma de poder ser independiente y de que nadie me controlara en cómo me vestía o qué me compraba. Mi papá y mi mamá me hubieran podido ayudar, pero era depender de ellos. Fue con la idea de que necesitaba plata, de ser superindependiente. Windows 95 e internet me hicieron todo en la vida [risas]. En ese entonces el salario mínimo estaba en $150.000. Yo entré a mi primer puesto y el salario fue de $433.033, casi tres salarios mínimos, y yo vivía con mi mamá.

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Tatiana Piñeros en BOCAS

En su oficina tiene un chaleco antibalas que compró con su salario.

¿Cómo nace su inquietud por la política?

Ahí en la Contraloría. Era una entidad muy politizada, pero no me gustaba. Yo ya había pasado a ganar como $700.000, yo no había entrado por política y entonces veía a los vagos, que eran de tal o cual senador, un tonto de la nada que llegaba a ser director, y uno quemándose las pestañas, sin partido ni padrino político. Pero, bueno, no me importaba, yo estaba enfocada estudiando y trabajando, haciendo muy bien las cosas, gracias a mi trabajo.

¿Cómo conoció al presidente Gustavo Petro?

Yo estuve en un proceso de selección para entrar a trabajar a una empresa. En ese momento yo tenía una cédula que decía mi nombre, Tatiana Piñeros, pero una señora de esa empresa vio que mi cédula de ese entonces decía “M” en el sexo, es decir, “M” de “masculino”. Ella me dijo “ay, pero te quedó mal tu cédula”, entonces le dije “ay, sí, es que soy una mujer trans”. Ahí me dijo “espérame un momento”, fue a hablar con la jefe y cuando volvió me dijo el típico “no nos llames, nosotros te llamamos”. Todavía estoy esperando a que me llamen. Ahí comencé a meterme en un tema activista, porque no podía ser que en pleno siglo XXI se esté valorando qué tienes en medio de las piernas y no qué tienes en la cabeza. Ahí entré a la Fundación GAAT (Grupo de Acción y Apoyo a Personas Trans). Yo nunca había necesitado redes de apoyo ni de afecto. Yo ya era profesional, me veía bien físicamente en mi tránsito y me convertí en una referente en el grupo. Entonces empezaron las campañas políticas, uno se reunía con candidatos, entre esos Petro, cuando estaba en su primera campaña a la Presidencia. Era el Grupo de Apoyo Transgenerista, que era de personas trans que no ejercíamos la prostitución. Entonces Petro fue, habló de que necesitábamos oportunidades de estudio, temas de bonos, en fin, propuestas muy asistencialistas hacia las personas trans, y nada de eso nos aplicaba a nosotras. Yo le dije que muy chévere lo que quería hacer, pero que tenía que averiguar quiénes estábamos ahí porque no nos veíamos incluidas en su programa de gobierno, porque nosotras no necesitábamos un Sisben, no necesitábamos un bono; necesitábamos trabajo, acceso a la salud con todas las condiciones, le conté lo que me había pasado en mi transformación y también le dije que necesitábamos que no nos mataran en la calle por ir caminando y ser trans. Entonces me invitó a ser parte de la campaña, le dije que el tema político no me gustaba, pero me respondió que precisamente para lograr los cambios por los que estábamos luchando era a través de la política. Ahí ya comencé a meterme. Entré a la campaña, trabajando como voluntaria, con las comunidades.

¿Cómo ha sido su voto?

Yo no soy de derecha ni de izquierda, siempre he sido muy de centro. El mismo Petro a mí no me caía bien cuando estaba en el Senado, por ejemplo. Me parecía que tenía unas posturas muy extremistas, y los extremos son los que yo creo que hacen daño.

Y, sin embargo, usted trabajó en la alcaldía de Petro…

Yo para ese entonces trabajaba en el IDPAC (Instituto Distrital de la Participación y Acción Comunal) y me llamaron para ser parte del empalme y ahí entré a la dirección corporativa de Integración Social. Él ahí se dio cuenta del trabajo. Yo no soy amiga de Petro, lo admiro. Y de verdad que sé qué quiere hacer por el país, es ese cambio para los más vulnerables y para las personas que de verdad necesitan una oportunidad. Y no es de discurso, es de verdad, lo siente.

¿Cómo ve el tema de los escándalos en donde están relacionados Verónica Alcocer, Nicolás Petro y Juan Fernando Petro? Mucha gente opina que ellos son su propia oposición.

Yo los conocí cuando fui directora corporativa en la Secretaría General, y en las ausencias del secretario general muchas veces era yo la secretaria privada en la Alcaldía Mayor. Frente a todo lo que ha pasado con su familia, obviamente no le ayuda a Petro, pero también es muy difícil para él controlar.

¿Cómo es su relación actual con el gobierno?

Nadie dijo que iba a ser fácil, es un gobierno alternativo después de 200 años de historia de derecha y republicana. ¿Qué es lo que yo siempre le cuestionaba a Petro? La gente que lo rodea. Eso fue lo que yo en algún momento le dije: “usted necesita, más que activistas y sus amigos del M-19, es gerentes en lo que vayan a hacer”.

¿A usted le parece que Petro es un buen gerente?

Es que Petro no tiene que ser gerente.

Entonces él no le parece un buen gerente...

Pero debe tener muy buenos gerentes. Hay unas personas que dicen que ser presidente es gerenciar un país, pero Petro no debe ser gerente. Debe ser como el presidente de una Junta Directiva, llámese Colombia, rodeado con gerentes que tengan en la cabeza en qué se metieron.

Esta entrevista fue realizada por Simón Posada
Fotos de Ricardo Pinzón

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