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Petro pierde las elecciones, gana gobernabilidad

Gane quien gane las elecciones del próximo domingo, el gobierno de Gustavo Petro será quien se lleve la mayor parte de la torta de gobernabilidad que se reparte. No lo digo porque después de las votaciones por alcaldes y gobernadores, el Presidente vaya a tener más capacidad para convertir sus intenciones en hechos de gobierno (que es como se define la gobernabilidad), sino porque después de elecciones su control sobre el Congreso será de tal magnitud, que podrá sacar adelante todos los proyectos que ponga a consideración de Senado y Cámara (que es como aquí se entiende la gobernabilidad).

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La razón es simple: los senadores y representantes que ganaron gobernaciones y alcaldías correrán a ofrecer todo su apoyo al Presidente a cambio de recursos para las obras y proyectos que los elegidos han prometido a sus electores. Saben que sin la plata del Gobierno nacional es muy poco o nada lo que podrán hacer. Seguramente por esa razón, Petro no se metió en las elecciones, ni apostó por el Pacto Histórico. No los necesita. Conoce bien las necesidades y el pragmatismo voraz de los parlamentarios. Para ellos, como decía Rinaudo, “la ideología es soluble en el dinero, hasta que el dinero se acaba”.

La teoría futbolera de Maturana de “perder es ganar un poco” llegó a la política. Perdiendo las elecciones, el gobierno Petro no solo gana gobernabilidad. También capacidad de ejecución presupuestal. Con los nuevos alcaldes y gobernadores, los ministros finalmente van a tener una agenda de proyectos que desarrollar.

No es el producto de una jugada maestra del Presidente. Es la consecuencia del centralismo sin controles, ni partidos, ni jefes y con un sistema de favores que ha convertido al Presidente en un monarca que hoy tiene a Petro en China, discutiendo el cambio en la línea 1 del metro en Bogotá, a pesar de que el contrato fue firmado en 2019 y tiene un 25 % de avance en obra.

Es el drama del centralismo y la hipergobernabilidad que le harán saber al Presidente que tiene el poder de un monarca, pero de un “monarca encadenado”.

Sin embargo, en ese panorama de “hipergobernabilidad”, Petro tendrá dos serios problemas. El primero estará en los 113 municipios controlados por las organizaciones guerrilleras o por las mafias del narcotráfico y en los 286 en que tienen alta influencia. Ese no será territorio del petrismo. Será de los ilegales, de nadie más. Los que avalaron a los ganadores no podrán reclamar esas victorias. Saben que esa votación se convertirá en la nueva carta de los ilegales en la negociación en la paz total. No solo por la presión política que podrán ejercer en los territorios, sino porque a través de ellos van a poder controlar a senadores y representantes que ahora serán sus voceros en el Congreso.

El segundo problema surge del hecho de que Petro tendrá la capacidad para imponer sus reformas en el Congreso, pero no el equipo ni la carta de navegación para ponerlos en marcha. Implementar las reformas implica convertir los enunciados de las leyes aprobadas en estructuras institucionales y procesos administrativos, y luego en políticas públicas y de allí en programas y proyectos. Parece fácil, pero para conducir ese proceso, más que activistas, se van a necesitar funcionarios con el conocimiento y la experticia para ordenar ideas, priorizar acciones, dar forma a las instituciones y “bajar” los recursos de manera que, mientras avanza la reforma, no se paralice el país.

De aquí en adelante todo será una paradoja. Los congresistas ganadores van a tener recursos para cubrir deudas de campaña, cambiar de casa y carro, y financiar las obras de sus gobernadores y alcaldes. Pero no van a tener poder político en los territorios. Apenas serán intermediarios en la relación entre Petro y los nuevos gobernantes territoriales. Los alcaldes y gobernadores electos, con la excepción de las grandes ciudades y un par de departamentos, terminarán siendo los grandes ejecutores del millonario presupuesto de Petro y los implementadores de partes de las reformas aprobadas que por tiempo y alcance quedarán a la vera del camino. Es el drama del centralismo y la hipergobernabilidad que le harán saber al Presidente que tiene el poder de un monarca, pero de un “monarca encadenado”.

PEDRO MEDELLÍN TORRES
* Profesor titular Facultad de Ingeniería, Universidad Nacional

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