Costa Rica
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Alarmante extinción de los insectos

“Como abejones de mayo” era una expresión popular que tenía una connotación de abundancia, derivada del hecho, poco conocido ahora, de que en este mes y con las primeras lluvias del año emergían del suelo, por miles, los abejones.

Era también normal que, al viajar en las noches por el campo, la parte frontal de los vehículos quedara cubierta de insectos que chocaban contra el vidrio, porque eran atraídos por la luz de los focos.

Cientos de mariposas, entre muchos otros insectos, revoloteaban alrededor de las luces del alumbrado público en pueblos y ciudades, particularmente en zonas cálidas y costeras. Para los niños de aquel entonces, las mariposas, los abejones y los insectos palo eran tanto objetos de juego y recreación como de “tareas” de la escuela.

Claro, no todo era miel, pues los encuentros accidentales con gusanos “de ortiga” y las picadas de hormigas o de avispas eran experiencias comunes y dolorosas. Estos son solo algunos ejemplos de los muy diversos encuentros y vivencias en que los insectos eran el centro de atención de niños, jóvenes y adultos, pero ahora son cosas del pasado, casi desconocidas para la población urbana, en parte porque han ido desapareciendo.

Los insectos son artrópodos de seis patas articuladas, que tienen una anatomía muy particular: no poseen una columna vertebral sino un exoesqueleto rígido, que protege y da soporte a sus órganos internos y sus articulaciones. Para crecer, cambian el exoesqueleto durante cada “muda”.

Se estima que existen cerca de 5,5 millones de especies diferentes de insectos, más de dos terceras partes de los animales vivientes reconocidos por la ciencia. Sin duda, sus características particulares los hicieron sumamente exitosos; tanto así que, en comparación, todos los vertebrados conocidos, incluidos peces, anfibios, reptiles, aves y mamíferos, son apenas 73.000 especies diferentes.

Efectivamente, como lo señalan numerosas investigaciones científicas recientemente, los insectos sufren un “colapso sin precedentes de sus poblaciones”, un hecho documentado ya en muchos países, Costa Rica incluida.

Los ecólogos Daniel Janzen y Winnie Hallwachs, basándose en observaciones e investigaciones realizadas durante más de cinco décadas en Guanacaste, revelan que enfrentamos también una fuerte reducción, tanto en el número de especies diferentes como en su abundancia.

Nuestra riqueza natural no escapa a la sexta gran extinción en la historia de la vida en la tierra, pero ahora originada no por causas naturales, sino por nosotros, los humanos (vea “¿Es la humanidad suicida?”, La Nación, 18/11/2019). Irónicamente, somos la única especie que puede comprender esta situación con sus posibles desenlaces.

Los insectos son organismos de enorme importancia económica, ya que prestan servicios tan valiosos para los humanos que hacen posible la civilización moderna.

Se calcula que un 75 % de las plantas, tanto silvestres como agrícolas de interés económico y alimenticio (i. e. granos y frutas), son polinizadas por insectos (como abejas, avispas o mariposas).

¿Podemos imaginar un mercado o supermercado casi sin frutas o productos vegetales? ¿O sin vinos porque ya no hay insectos que polinicen la uva, o sin miel porque no hay abejas que la produzcan?

Muchas especies de insectos, además, cumplen la función de controladoras de plagas en plantaciones (abejas parasíticas en larvas de insectos dañinos) o en fincas lecheras y ganaderas como enterradoras y degradadoras del estiércol (los abejones comecaca). Los insectos desempeñan, de hecho, numerosas funciones en los ecosistemas, entre ellas, el constituir la base de cadenas alimentarias, vitales en particular para mamíferos, aves, anfibios y arañas.

Los estudios efectuados en Costa Rica por Janzen y Hallwachs, quienes analizaron las poblaciones de insectos y midieron sus variaciones a lo largo de medio siglo, produjeron datos contundentes que documentan un descenso notable en el número de insectos presentes y en la cantidad de las diferentes especies que aparecen en muestreos llevados a cabo cada año.

Usando diferentes metodologías (recogiéndolos en las noches sobre sábanas iluminadas con luz ultravioleta, trampas Malaise o redes) determinaron que los descensos poblacionales son abrumadores. Por ejemplo, la diversidad en los últimos 10 años, según sus datos, descendió un 9 %, esto es, un 2 % anual. A este paso, para finales del siglo, ¡habrá desaparecido la mayor parte de la diversidad de insectos en nuestro territorio!

Entre las principales causas está la destrucción de sus hábitats (bosques, manglares, humedales) por expansión agrícola y urbana. El uso excesivo e indiscriminado de insecticidas de amplio espectro en plantaciones agrícolas y sus efectos residuales son otras razones y, además, los eventos globales extremos ocasionados por el cambio climático, como lluvias, sequías o calor, provocan la desincronización en el crecimiento, floración y fructificación de las plantas.

Estos impactantes hechos nos deben motivar para, cuando menos, consolidar nuestro compromiso como país con las áreas silvestres protegidas en tierras y mares, y en particular preocuparnos por mejorar las prácticas de control de insectos en áreas agrícolas y urbanas.

En general, cumplir a cabalidad los acuerdos ambientales referentes al cambio climático es un requisito mínimo para paliar esta extinción tan acelerada, sin olvidar las otras que simultáneamente estamos causando y cuyas serias consecuencias no nos perdonarán las futuras generaciones.

Los autores son biólogos.

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La extinción de insectos se debe a la destrucción de bosques, manglares y humedales, la expansión agrícola y urbana, al uso excesivo e indiscriminado de insecticidas de amplio espectro en plantaciones y al cambio climático. (shutterstock)