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El poder de la confianza

“Los reyes necesitan tres cosas para gobernar: armas, comida y confianza. Si un gobernante no puede poseer las tres, en primer lugar debe prescindir de las armas; luego, si es necesario, de la comida; pero nunca nunca debe perder la confianza”, dijo Confucio a su discípulo Tsze-Kung.

Sin confianza, las instituciones entran en crisis hasta paralizarse, pues se deteriora el compromiso que es necesario para ser creativos y aceptar riesgos.

La confianza nos ayuda a navegar entre la incertidumbre y la certeza con la esperanza de que unidos podemos correr riesgos y tomar decisiones difíciles, pues nada es predecible en la vida.

Se dice que estamos en medio de una crisis global de confianza porque se extendió la cultura de la sospecha. Expertos la definen como un ambiente colectivo donde la confianza se mueve lentamente y dificulta las relaciones. Señalan que esa cultura tiene dos causas: la pérdida de reputación de algunas organizaciones y la información de calidad deficiente.

Esto es delicado en las instituciones que simbolizaban el prestigio y el honor, que transmitían seguridad y equilibrio social.

La reputación es fundamento para merecer la confianza. Ella comienza por las personas, ya que todo lo social tiene su base en lo personal. Caen las personas, cae la reputación de grandes organizaciones que son seriamente cuestionadas a raíz de graves escándalos. Quien engaña socava la confianza. La mentira tiene un gran poder destructor.

El profesor de Comunicación Digital Juan Narbona señala que una sociedad en la que no se estrechan lazos termina siendo frágil y manipulable. “En un panorama confuso —ya debilitado por el relativismo ideológico del siglo XX—, el miedo a que nos engañen con información interesada nos hace desconfiar de quien enarbola la bandera de la verdad. Por eso, preferimos no dialogar y confiar únicamente en quien dice o piensa lo que se ajusta a nuestras opiniones. A la era de la posverdad (post-truth) ha seguido, de modo lógico y coherente, la era de la posconfianza (post-trust)”.

Narbona propone, para fortalecer la confianza, tres consideraciones de Aristóteles. La primera es la competencia o capacidad: la posesión de conocimientos, destrezas y habilidades que permiten a alguien desempeñar una función determinada. La competencia se transmite cuando las obras preceden a las palabras.

Benevolencia, que consiste en desear sinceramente el bien de la otra parte y demostrarlo. Facilitar información que disminuya la sensación de riesgo, declarar intenciones de modo claro y transparente, facilitar canales para verter críticas constructivas, evitar una cultura institucional que penalice el disenso y plantear vías para revertir una decisión pueden ser posibles ejemplos de ello.

La fidelidad a las ideas en las que se cree y que se asumen como guía y límite de la propia actividad es el tercer factor. Se debe evitar la mentira o ponerse en aquellas condiciones que la faciliten.

Nietzsche explicó bien sus consecuencias devastadoras: “Lo que me molesta no es que me hayas mentido, sino que a partir de ahora no podré creerte”. Es decir, la mentira no solo es mala en sí, sino que corroe nuestra capacidad para relacionarnos. Con ella, demostramos ser capaces de traicionar nuestros principios con tal de salvar un bien aparentemente mayor, pero egoísta (el prestigio de una institución o la reputación de sus trabajadores o directivos, por ejemplo)”.

Necesitamos el poder de la confianza para engranar las relaciones y así enaltecer la política y la cultura, para proteger la economía. Podremos así generar entre todos una espiral positiva de colaboración y responsabilidad que fortalezca a nuestro país.

hf@eecr.net

La autora es administradora de negocios.

La mentira no solo es mala como tal, sino que corroe nuestra capacidad para relacionarnos. (Shutterstock para EF)