Costa Rica
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Esperanza y realismo

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No sé a ustedes, pero ¡cómo me cuesta a mí encontrar una buena noticia sobre cualquier cosa en cualquier lugar del mundo cuando veo TV, navego en internet, oigo radio o leo diarios! Es que no es solo lo duro, sino también lo tupido de las tragedias, pandemias, guerras, errores de política, personajes infumables y otras especies que todos los días se roban mi atención. Y, de feria, resulta que varias de las cosas que me darían esperanza terminan siendo infomerciales, y uno, crédulo, pensando “ahora sí, con estos siete pasos para la eficiencia y esta dieta me pongo pura vida en solo un mes”. Tremenda decepción: adiós al quick pass hacia la felicidad.

El asunto es cómo mantener la esperanza a pesar de todo; cómo encontrar maneras de echar para adelante con las cosas que nos dan ilusión, sin perder el realismo para navegar por este purgatorio. Conozco personas que, con enorme fuerza de voluntad, siguen adelante a punta de disciplina y compromisos éticos y morales, condiciones indispensables, pero insuficientes, pues al fin y al cabo la esperanza se alimenta también de deseo y el estoicismo no alcanza. Menudo rompecabezas para resolver.

Es una cuestión que me viene rondando la cabeza hace rato. Escribí sobre ello hace casi mes y medio (“Elusiva esperanza” 14/9/2023), por lo que podría pensarse que lo de hoy es un segundo capítulo. Sí y no. En esa ocasión, caractericé la esperanza en mejor futuro como una estrategia de sobrevivencia: sin ella, el nihilismo nos liquida. Hoy me gustaría agregar un elemento menos fatalista: la esperanza, anclada en una lectura de la realidad, es una poderosa herramienta para desarrollar nuestra humanidad y la de los demás. Para decirlo en corto, la esperanza nos hace mejores.

Ese coctel de esperanza y realismo que, con dificultades, procuro tomar cada día (sin montarme en la carreta), es el que me dice que Costa Rica tiene capacidades y herramientas para enfrentar nuestras propias heridas. Si hemos logrado una disciplina fiscal, algo impensable tiempo atrás, ¿por qué no gestionarla mejor para impedir que la política social y la inversión pública sean las grandes sacrificadas? Si fuimos una sociedad segura durante tantas décadas, ¿qué nos impide pensar en encontrar maneras para seguir siéndolo? Claro que pensar así implica otra madurez para manejar nuestros enojos y diferencias de opinión. La crispación actual es deshabilitante.

vargascullell@icloud.com

El autor es sociólogo, director del Programa Estado de la Nación.