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La trampa del calentamiento global

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Carlos Freile

Es un hecho comprobado que nuestro planeta sufre un proceso de calentamiento; pero de allí a afirmar que somos los humanos los responsables de eso hay un abismo. Se nos ha querido vender la idea de que los científicos de manera unánime defienden la tesis del origen antrópico del ‘cambio climático’; sin embargo, no existe tal unanimidad: hace algunas semanas unos 1.600 científicos lanzaban un alerta urgente: detrás de las campañas alarmistas sobre la responsabilidad humana en el calentamiento de la Tierra no hay una base científica sino política, se trata de dar mayor poder a ciertos grupos que ya controlan gran parte de las actividades económicas y de las decisiones gubernamentales a nivel global. El Premio Nobel de Física (2022) John Clauser ha llamado la atención sobre la “falsa ciencia” que nos quieren imponer por medio de una sistemática desinformación; llega a sostener que se da una auténtica “corrupción de la ciencia”.

El prestigioso profesor italiano Antonino Zichichi ha escrito hace pocos días: “A lo largo de los años he enfatizado repetidamente que la afirmación de que la actividad humana es responsable del calentamiento global carece de una base científica sólida. Actualmente, no existe ningún cálculo científico que pueda respaldar esta afirmación”.  Para evitar interpretaciones torcidas, estos científicos no niegan ni el calentamiento global ni la contaminación, sino el origen humano del primero, no de la segunda. Decía Zichichi: “La contaminación existe, es dañina, y pone en tela de juicio el trabajo del hombre. Pero atribuir el calentamiento global a la responsabilidad humana es una enormidad sin ningún fundamento: pura contaminación cultural. La acción del hombre afecta el clima en no más del diez por ciento”.

Vale la pena recordar estas opiniones para evitar caer en una idolatría de la naturaleza cuya consecuencia es la condena del ser humano. Es obligación de todos cuidar a la Tierra, con sus plantas y animales, pero también lo es proteger a la especie humana, permitirle vivir y progresar. Es una barbaridad querer reencarnarse en un virus que acabe con toda la población humana del planeta, como soñaba un altísimo dirigente de una organización para la protección de la vida silvestre. El proteger a los osos polares no se opone al amparo de los niños y viceversa.