Ecuador
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Viernes en San Telmo


Viernes 10h30 de la noche. El agitado día parecía haber terminado y me disponía a acercarme a mi lecho a dormir. Antes de levantarme de mi mesa de trabajo, decidí echar un vistazo a los mensajes que vía WhatsApp había recibido ese día. Textos, fotos, mensajes de voz, todos tenían el olor y el sabor de la rutina, todos eran parecidos a los del día anterior. De pronto, la sorpresa.

Parecía un “meme” como dirían mis nietas, esos mensajes referidos a tal o cual personaje, diciendo o haciendo algo que no había dicho ni había hecho, pero que en el marco del humor y de la novedad podía haber sido dicho o hecho. Los primeros compases del tango se regaron entre los viandantes de una estrecha callejuela adoquinada del barrio de San Telmo, de Buenos Aires, y sobre ella, resonaron los pasos de un bacán, bien “macho”, con sombrero de ala pequeña que apenas logra esconder su lasciva mirada, su cuello rodeado de una bufanda colorida que nada tenían que ver con el traje oscuro que alguna vez debió ser nuevo, pero hoy muestra señales de no serlo. Se mueve lentamente como un felino al acecho de su presa; se lanza al ruedo con pasos largos y medidos que sus silentes pasos enfundados en zapatos de charol lanzan una invitación para la dama de turno.
Esta llega con esa elegancia en el caminar, con zapatos de tacón alto, tal vez demasiado grandes para sus pequeños pies, su vestido de rosa encendido contrasta con el del invitante y juntos emprenden una danza de conquista y seducción al son del tango.

Parece igual, pero no es lo mismo
Parecía que ese tango era igual a otros que circulan en las redes sociales, pero, no; este era igual pero diferente. Igual en su esencia, pero diferente en la figura de sus bailarines.
Pero ¿qué importancia podía tener que quienes bailaban ese tango, que no tengan nada que ver con los arrabales de la ciudad donde se asentó para vivir eternamente el tango? Y, digo bien, donde el tango se asentó, porque hasta hoy en día no se ha encontrado la partida de nacimiento del tango. Hay quienes dicen que el tango nació en Montevideo, mientras que otros defienden con el corazón encendido que fue en la propia Buenos Aire, y hay, incluso quienes afirman que “sesudas investigaciones los ha llevado a concluir que el tango nació en Marsella, Francia”. No importa donde nació, porque el tango es universal, pertenece a aquellos que lo quieran cantar o que lo quieran bailar.

Recordando la historia
Pero no siempre fue así. Como todas las cosas bellas, el tango también tiene su historia.
Las raíces iniciales del tango se encuentran en los “tangos” y “candombes” es decir, sitios de encuentro de los esclavos de origen africano, para bailar, reír libremente sus penas, cuando Buenos Aires y Montevideo se encontraban bajo el dominio colonial de España. ​ Desde la época colonial, se llamó «tangos» a las reuniones musicales de las comunidades de origen africano del Río de la Plata, formadas como consecuencia del comercio de esclavos procedentes de las actuales Angola, República del Congo, República Democrática del Congo y Guinea Ecuatorial. ​ Buenos Aires y Montevideo habían sido habilitados por el Imperio Español como puertos para el “tráfico negrero” y por esa razón tenían importantes comunidades afrorrioplatenses, con sus peculiaridades locales.

En algún momento, la libertad
En 1813 las Provincias Unidas del Río de la Plata decretaron la libertad de vientres (los hijos de esclavas eran hombres libres) y a partir de la guerra de independencia contra España, en la segunda década del siglo XIX, había comenzado la abolición de la esclavitud. Para mediados de siglo, este proceso se hallaba prácticamente concluido. En Uruguay la esclavitud fue definitivamente abolida en 1846 y en Argentina en 1853, pero en Buenos Aires recién se abolió en 1860.

La migración
Hasta mediados de siglo xix, tanto en la Argentina como en Uruguay, el “gaucho” y la “china” predominaban en el medio rural rioplatense, en tanto que las comunidades de población “negra”, “parda” y “mulata”, de ascendencia europea, indígena y africana, eran una importante minoría en el medio urbano. A partir de entonces, los sectores populares de Buenos Aires y Montevideo, vieron confluir en sus ciudades millones de migrantes, mayoritariamente varones, de las más diversas etnias e idiomas, mayoritariamente italianos y españoles, pero también franceses, alemanes, polacos, británicos, rusos, armenios y árabes, así como judíos de diversos países, que venían del otro lado del océano. Esa revolución urbana en la que confluían etnias, culturas y lenguas, y en la que “los negros” eran “los dueños de casa”, llevaría al surgimiento del tango. Daniel Vidart, otro de los autores que se han dedicado a estudiar el tango, lo concibe como un “estuario en el que desembocan diferentes ríos étnicos y culturales”.
En ese momento y ante ese aluvión poblacional que diariamente llegaba a Buenos Aires, las comunidades afrorrioplatenses crearon en los barrios populares los escenarios llamados “academias”, “milongas” o “canguelas” , que servirían de punto de reunión, baile y diversión para esos millones de trabajadores que confluyeron en aquellas ciudades-puerto. Hacia allá iban los “compadritos”, descendientes sociales de los gauchos migrados a la ciudad, las “chinas” trasladadas forzosamente luego de las “guerras contra el indio” (guaraníes, principalmente) o en busca de mejores condiciones de vida que en sus pueblos y los inmigrantes de ultramar, como los italianos que impondrían la denominación de “piringundines” a esos lugares.

La intimidad que parió el tango
Fue en esos ámbitos de intimidad entre hombres y mujeres en los que se originó el tango, a partir de una forma muy peculiar de bailar: pareja enlazada estrechamente en un abrazo sensual, con los cuerpos y rostros en contacto, moviéndose cada bailarín con autonomía, pero con el hombre “marcando” y avanzando sobre la mujer, y la mujer “respondiendo” a la marcación varonil.
Así era el tango que yo miraba embelesado. Tango de arrabales, tango de pasión, tango de libertad, tango de conquista amorosa. “Candombe, candombe negro, candombe de gente pobre…”
El tango que, aquella noche, yo escuchaba en mi teléfono, era de aquellos de las primeras décadas del siglo pasado, aquel que resuena en los barrios bajos, en los callejones del puerto, en las oscuras calles del arrabal. Recordé que, en alguna ocasión, Enrique Santos Discépolo, uno de sus máximos poetas, definió al tango como “un pensamiento triste que se baila” El que miraba en la pantalla de mi teléfono se ajustaba a esa definición.

¿Hay otra clase de tango?
Este tango nada tiene que ver con el Balada para un loco de Astor Piazzolla, que se viste de frac para presentarse en el Teatro Colón, porque hasta en la música hay la división de clases sociales.
El tango revolucionó el baile popular introduciendo una danza sensual con pareja abrazada que propone una profunda relación emocional de cada persona con su propio cuerpo y de los cuerpos de los bailarines entre sí.
Solo que, en esta ocasión, el abrazo era distinto, tanto como podía ser el de un hombre de grandes volúmenes intentando contener a una mujer de volúmenes como los suyos.
Pero si el tango viene del pasado, las imágenes que miro vienen del futuro, de la Inteligencia Artificial, que ha producido una película con los personajes del Fernando Botero, aquellos seres gordos, inflados, pero vivos; como diría el autor: mis imágenes se refieren a volúmenes que se insertan en el espacio.

Y es así, el Bacán y su mina parece que fueran sacadas de una exposición del “paisa” colombiano Botero, danzando al compás de aquella música sensual y cadenciosa del tango porteño.
En algún momento, terminó el tango, terminó mi ensueño. Había llegado la hora de enfrentar el sueño real de final de otro día más que se fue despidiendo despacito. Seguramente mañana sábado me traerá otras experiencias, otras emociones; pero, al menos, esta noche, pude acuidir a un espectáculo de vida que solo el arte es capaz de crear.