Guatemala
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Salir de la tumba, para vivir en dignidad

El relato de la resurrección de Lázaro, que escuchan las comunidades eclesiales este domingo, es sorprendente para conducirles al discernimiento y a la acción en medio de una sociedad, cuyos poderes fácticos pretenden mantenerla sometida en la oscuridad de la tumba o de la muerte, mediante la cooptación de sus instituciones republicanas y democráticas.

El texto primero muestra a un Jesús muy humano, hasta frágil y profundamente conmovido ante la muerte de uno de sus mejores amigos. Luego invita a creer en el poder liberador, transformador y salvador de Jesús, que vence la muerte y todo cuanto lleva a ella personal y colectivamente, cuando dijo: “Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque muera, vivirá”. Además, es evidente el cariño, la cercanía, la compasión y la solidaridad que muestra hacia la familia de Bethania ante aquella situación tan dolorosa que vive.

Sin duda aquella familia está rota, como tantas familias guatemaltecas, cuando les toca afrontar la muerte de las personas amadas. También es dolorosa la muerte de quienes se identifican con nuestra visión de la vida, nuestros principios y criterios, o la de aquellos que caen eliminados por las estructuras del mal, como los mártires de la iglesia católica y de los movimientos populares, los líderes y lideresas en los distintos territorios, defendiendo los recursos y bienes que el modelo económico extractivista les arrebata. Igualmente duelen las muertes por la migración, la violencia y el empobrecimiento, como sucede con la desnutrición y tantas otras situaciones generadas por las condiciones de vida indignas en que vive la mayoría.

Ante ese panorama de ayer y de hoy es reconfortante comprobar que Jesús no puede contenerse y se pone a llorar, a consolar y a trabajar en función de la vida, para que nadie quede atorado en la tumba. Se le rompe el alma al sentir la impotencia de todos ante la muerte, pero hace florecer la vida y la esperanza haciéndose solidario. Lo mismo debería suceder con los discípulos de hoy y los ciudadanos en Guatemala, donde la vida es amenazada por fuerzas oscuras y perversas que cooptaron las instituciones del Estado y constituyen la más peligrosa amenaza a la vida y a nuestra frágil democracia. El “buen vivir”, deseo legítimo para todo ser humano, es sistemática e históricamente bloqueado en Guatemala. Nadie, mientras pasan los días y los años luchando por la vida, debe vivir en la oscuridad de la tumba del subdesarrollo humano y social. ¡Debe salir!

La misión de la Iglesia y el objetivo de toda sociedad democrática es ayudar a levantar al ser humano de la oscuridad de la muerte y llevarlo a la trascendencia. No negamos la finitud de la existencia en la historia, pero tenemos la firme convicción de que toda la humanidad y la creación caminan hacia la plenitud. Pues, caminamos hacia la “Cristificación del universo” en la medida en que vamos “construyendo la vida”, impulsamos “la renovación de mi mundo” al mismo tiempo que somos atraídos apasionadamente por “la glorificación del universo”.

No anhelamos perpetuarnos en el mundo. “Sería horrible un mundo envejecido, lleno de viejos, cada vez con menos espacio para los jóvenes; un mundo en el que no se renovara la vida”. Luchamos por “una vida diferente, sin dolor ni vejez, sin hambres ni guerras, una vida plenamente dichosa para todos”. Al aproximarnos a la Semana Santa, los discípulos misioneros “creemos en Jesús, Señor de la vida y de la muerte. Solo en él buscamos luz y fuerza para luchar por la vida y enfrentarnos a la muerte. Solo en él encontramos una esperanza de vida más allá de la vida”. (José A. Pagola).