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El biohuerto, un actor a carta cabal en el proceso educativo

Algunos suponen que para hacer uso ecopedagógico de un biohuerto es necesario que este espacio consagrado a la naturaleza muestre los frutos que es capaz de generar. En el caso, por ejemplo, de las hortalizas de hojas, una lechuga ya frondosa. Nada más lejos de lo que un biohuerto puede aportar para el ejercicio educativo. 

Un biohuerto, es decir un espacio donde se siembra y cultivan hortalizas, al igual que las plantas aromáticas y, también, las denominadas medicinales, puede enriquecer desde su concepción las sesiones y actividades de aprendizaje, lo mismo que los módulos y los proyectos, métodos de enseñanza, a disposición de los profesores en las instituciones educativas, tanto de nivel inicial, primaria y secundaria. 

La explicación de este hecho mayor, de acuerdo a la perspectiva de Econtinuidad, se encuentra en el potencial ecopedagógico que trae consigo todo biohuerto, más allá del tamaño y de la forma que finalmente adopte, algo que lo convierte en un poderoso recurso al servicio de una educación acorde con los requerimientos de la fase de la transición ecológica en la que nos hallamos en nuestros días a nivel global.

Este potencial ecopedagógico, lo venimos diciendo en Econtinuidad desde hace más de dos décadas, no es otra cosa que la traducción de las múltiples vías que nos ofrece todo biohuerto para relacionarnos con él. Caminos, asimismo, a través de los que la dinámica de vida del biohuerto se proyecta al resto del espacio que le abrió sus puertas a fin de que, con la participación del ser humano, cobre vida. 

Nos referimos a las doce funciones que convierten a todo biohuerto en un espacio de índole educativo. Diez funciones, además de las dos que en un principio vienen a la mente cuando pensamos en un biohuerto -la agroecológica y, si la cosecha de hortalizas, aromáticas y medicinales se hace realidad, la nutricional-: ética, creativa, cultural, cognitiva, relacional, artística, comunicacional, terapéutica, organizacional y pedagógica.

Un biohuerto, como los maestros que utilizan ya ecopedagógicamente esta naturaleza en miniatura han tomado conciencia, puede enriquecer, a través de sus doce funciones, las áreas que componen la currícula escolar desde el momento mismo del inicio de la preparación del proyecto que le permitirá, con la participación de los miembros de la comunidad educativa, ver la luz.

En todas las instituciones educativas donde se toma la decisión de implementar un biohuerto se pone en evidencia una predisposición ética que hace posible la creación de un huerto ecológico y no simplemente de un huerto. Un proceso que desafía cognitivamente a todos los que entran en relación para plasmar esta obra del arte humano en favor de una relación armoniosa con la naturaleza.

Este simple hecho puede, no está demás decir, convertirse en un tema transversal en el marco de una unidad pedagógica en cualquiera de los grados de los diferentes niveles educativos en un centro escolar. La forma y el tamaño de los bancales del biohuerto, la preparación de la tierra con el compost y el humus, el cronograma del riego, los turnos de los que participarán en el mantenimiento del biohuerto, entre otras tareas, pueden jugar, tan solo para empezar, este rol enriquecedor del proceso educativo.

Así las cosas, desde el momento que la comunidad educativa asume el compromiso de crearlo y mantenerlo, solo o en sinergia con otros proyectos ecológicos -reutilización de residuos orgánicos (compostaje), ciudadanía ecológica (brigadas ecológicas), uso racional del agua y alimentación saludable- se pone, estamos en capacidad de sostenerlo, el biohuerto educativo se pone al servicio de una educación integral.

(*) Sophie Dmitrieff es directora de Econtinuidad y presidenta de Econtinuidad France.