En verdad no se necesita ser un estudioso profundo de la realidad nacional para percibir los malos tiempos que vivimos. Junto a los sociales están los naturales, potenciados por los primeros. Se trata de una cadena de férreos eslabones donde, como en el viejo axioma, el orden de los factores no altera el producto. Allí tenemos la corrupción, la violencia, la desconfianza, la exclusión, la incompetencia, el desorden. En medio de semejante vendaval, la posibilidad de dialogar –que siempre asoma como requisito para salir adelante- resulta imposible, además que para unos pocos los diálogos son una amenaza para sus fines.
No es ningún consuelo recordar que muchos de estos problemas son bastante antiguos. Las encendidas denuncias de González Prada estremecieron y dieron al país nuevas luces iniciado el siglo XX.
En otro estilo y muchos años después, Jorge Basadre no dejó jamás de advertir lo que no debía olvidarse. He aquí algo de lo que dijo en 1979: “El presente está repleto de pasado y preñado de porvenir. (…) En el Perú no hay una unidad geográfica, ni racial, ni lingüística; pero que esta comunidad histórica, que enmarca las vidas de todos nosotros querámoslo o no, se ha ido haciendo penosamente en una marcha multisecular llena de contradicciones (…) En suma, aunque es tan rico y tan complejo el pasado del Perú, lo que importa sobre todo no es lo que fuimos sino lo que, si, venciendo la inextinguible capacidad nacional para buscar la propia agonía espiritual con el yaraví de la autoflagelación y de la autonegación, o para soplar en el futuro del encono, pudiéramos ser si de veras lo quisiéramos.” ¿Lo entenderemos algún día?
