
Argentina registró este lunes 4.625 nuevos casos del coronavirus SARS-CoV-2, con lo que el número total de contagios se elevó a 1.374.631, mientras que las muertes ascendieron a 37.122, tras ser confirmados 120 fallecimientos en las últimas 24 horas.
Fuente: EFE
De acuerdo con el informe diario que difunde el Ministerio de Salud argentino, la provincia de Buenos Aires permanece como el distrito con más casos confirmados hasta el momento (605.968, de los cuales 954 fueron notificados este lunes), seguida por la capital del país, con 156.653 contagios confirmados, 239 de ellos reportados hoy.
En tercer lugar se sitúa la central provincia de Santa Fe, con un total de 138.918 positivos, 1.021 notificados este lunes.
Por otra parte, según informaron fuentes oficiales, hay 1.203.800 pacientes que ya han sido dados de alta, mientras que 4.166 personas con diagnóstico confirmado de COVID-19 permanecen ingresadas en unidades de cuidados intensivos.
El porcentaje de ocupación de camas de terapia intensiva por todo tipo de patologías es del 57,1 % a nivel nacional, pero del 58,6 % si solo se considera Buenos Aires y su populosa periferia.
Hasta el momento, en Argentina se ha realizado un total de 3,69 millones de test para detectar el virus, con una tasa de 81.337 pruebas por cada millón de habitantes.
El presidente argentino, Alberto Fernández, anunció el pasado 6 de noviembre la continuidad, en principio hasta el próximo día 29, de las medidas sanitarias adoptadas desde el 20 de marzo para hacer frente a la pandemia, aunque introdujo cambios en cuanto a la calificación sanitaria de algunas zonas del país.
El cambio más destacado se ha dado en la región de Buenos Aires y su cordón urbano, que concentra a 15,4 millones de habitantes y que es el área con mayor número de casos de todo el país, pero que en las últimas semanas comenzó a desacelerar la curva de contagios.
La región metropolitana de Buenos Aires se encontraba bajo la categoría de aislamiento social preventivo y obligatorio desde el 20 de marzo y desde el 6 de noviembre ha pasado a estar bajo la categoría de distanciamiento social preventivo y obligatorio, lo que habilita a reanudar varias actividades, aunque manteniendo los protocolos de prevención.
El Gobierno decidió que otras diez zonas del país, donde la tasa de contagios está estable o en crecimiento, permanezcan bajo la categoría de aislamiento social preventivo y obligatorio.
Los positivos habían llegado en Argentina a un récord diario de 18.326 el pasado 21 de octubre pasado. EFE
La vacuna contra el COVID-19 desarrollada por la universidad inglesa de Oxford con la farmacéutica AstraZeneca ha demostrado una eficacia de hasta el 90 %, es relativamente barata y se conserva fácilmente, lo que facilitaría su distribución a nivel global.
Fuente: EFE
La reacción de la Bolsa de Londres tras el anuncio de AstraZeneca fue a la baja y al cierre de los mercados, las acciones de la farmacéutica británica han estado entre las que más han caído este lunes, con un retroceso del 3,81 %.
Con ella ha ocurrido lo contrario de con otras vacunas competidoras, como la de la alianza entre la farmacéutica estadounidense Pfizer y la alemana BioNTech con una efectividad superior al 90 % y la biotecnológica, también de EEUU, Moderna, que elevó hasta el 94,5 %, y que fueron recibidas por los mercados con subidas importantes.
La vacuna de Oxford tiene un menor costo y condiciones más favorables de almacenamiento, transporte y logística, factores que facilitarían su distribución a nivel global, lo que permite, según señalaron los expertos, que se eleven las expectativas de que puedan comenzar a adoptarse planes de vacunación en los próximos meses.
Ello también permitiría suavizar previsiblemente las medidas de restricción de la movilidad antes de lo previsto, señaló Andrés Aragoneses, analista de Singular Bank.
"Un hecho que mejoraría las perspectivas de recuperación económica, especialmente de los sectores más afectados por la pandemia", añadió Aragoneses.
Los investigadores y la empresa sueco-británica explicaron este lunes que los resultados preliminares de la tercera fase de las pruebas clínicas, que se suman a los datos anteriores que indicaron que el preparado es seguro para personas de edad avanzada y genera una respuesta inmune en todos los voluntarios.
En la Fase 3, el equipo liderado por Andrew Pollard y Sarah Gilbert halló que, en un grupo de 24.000 voluntarios en el Reino Unido, Brasil y Sudáfrica, hubo 131 casos de covid: 30 en personas que habían recibido la vacuna, llamada ChAdOx1 nCoV-2019, y 101 en el grupo de control al que se administró una inyección inocua.
EL RESULTADO VARÍA SEGÚN LA DOSIS
Según señalan en un comunicado, esto significa que la vacuna ofrecida en dos dosis, preparatoria y de refuerzo, es efectiva en una media del 70,4 %, si bien la variación en la cantidad de cada dosis incide en el resultado.
Así, cuando se administra media dosis seguida de una dosis completa, el nivel de eficacia de la vacuna asciende al 90 % -además de que parece reducir la transmisión- y desciende al 62 % cuando los voluntarios reciben dos dosis enteras del antídoto, que se elaboró a partir de la modificación genética de un virus común de resfriado que afectaba a chimpancés.
El ministro británico de Sanidad, Matt Hancock, adelantó hoy que la Agencia reguladora de medicinas y productos sanitarios (MHRA, en inglés) analizará en breve, con vistas a aprobarla, la dosificación que ofrece la máxima protección y que ha generado gran entusiasmo entre la comunidad científica.
En el comunicado, Pollard destaca que uno de sus "regímenes de dosificación podría ser efectivo en aproximadamente un 90 %" y, si se usara esa pauta (media dosis más una entera), "más gente podría ser vacunada con el suministro de la vacuna planeado".
En una presentación posterior a la prensa, reconoció que ese resultado, extrapolado de un grupo de 3.000 voluntarios, requiere de más análisis, aunque aventuró que podría deberse a que una dosis más baja de entrada "prepara mejor" al sistema inmunológico de cara a una siguiente dosis completa.
"Lo que no sabemos en este momento es si la diferencia radica en la calidad o en la cantidad de la respuesta inmune", afirmó, para añadir que su equipo examinará esta incógnita en las próximas semanas.
MÁS BARATA Y FÁCIL DE TRANSPORTAR
El director ejecutivo de AstraZeneca, Pascal Soriot, declaró que el régimen que ofrece una eficacia del 90 % "es una buena noticia", porque, al utilizarse menos preparado, significa que más gente podría ser vacunada antes.
Consideró que los datos estadísticos disponibles, aunque limitados, son suficientes para que esta dosificación reciba la aprobación de los reguladores dentro y fuera del Reino Unido, que podrían aceptar eventualmente varios programas con la misma vacuna.
La vacuna de Oxford y AstraZeneca se suma a las anunciadas por Moderna y Pfizer-BioNTech, mucho más caras de fabricar y que requieren una refrigeración a baja temperatura que hace difícil su comercialización y distribución sobre todo en países de bajos ingresos a nivel mundial.
AstraZeneca dijo hoy que prevé tener unos 700 millones de dosis de su vacuna para el próximo marzo y reiteró su compromiso, junto con la universidad de Oxford, de ofrecerla sin ánimo de lucro durante la pandemia y de forma permanente, después, para los territorios más pobres.
Los anuncios de las farmacéuticas Moderna, Pfizer/BioNtech y AstraZeneca, los de esta última en colaboración con la Universidad de Oxford, sitúan el uso de las vacunas contra el COVID-19 un paso más cerca, pero ¿en qué se diferencian estos proyectos en fase III? ¿Cuáles son sus fortalezas y debilidades?
Fuente: EFE
Aunque hay cientos de proyectos en marcha, son estas tres candidatas a vacuna las que han tomado la delantera. Sus resultados de eficacia ofrecen esperanzas, pero la comunidad científica coincide en que aún hay que ser prudentes y cautelosos porque se trata de datos provisionales y quedan muchos detalles por desvelar.
En la actualidad hay 260 proyectos para generar vacunas contra el SARS-CoV-2, coronavirus que está detrás del COVID-19, en laboratorios de todo el mundo y, a día de hoy, 56 se encuentran en etapa de validación clínica, en un total de 109 ensayos. La última en dar a conocer sus resultados en fase III ha sido AstraZeneca.
La vacuna desarrollada por la Universidad inglesa de Oxford y esta compañía tiene una eficacia media del 70,4 % (dependiendo de las dosis, la efectividad oscila entre el 62 % y el 90 %), según los resultados preliminares difundidos este lunes por el consorcio.
Estos datos difieren de la efectividad del 94,5 y 95 % anunciada por Moderna y Pfizer, respectivamente. Se trata, todos ellos, de resultados de ensayos clínicos en fase III, la última de las etapas.
Los ensayos clínicos tienen tres fases más una cuarta de revisión aplicable solo cuando el fármaco o vacuna ya tiene la aprobación de las agencias reguladoras y está en el mercado. Cada una de las etapas de un ensayo está diseñada para responder a unas preguntas.
En este caso, se está comprobando si la inmunización protege de verdad a la población frente a la exposición del patógeno. Las agencias reguladoras han comenzado a examinar los resultados en fase III, aunque ninguno se ha publicado en revistas científicas.
LOS PROYECTOS DE PFIZER Y MODERNA, PARECIDOS TÉCNICAMENTE
Los tipos de vacunas en desarrollo son variados y utilizan distintos mecanismos para enseñar a nuestro sistema inmunológico a reconocer al virus con antelación, para que sea capaz de producir los elementos necesarios para combatirlo en caso de infección.
Las candidatas de las estadounidenses Pfizer y Moderna -esta en colaboración con los institutos de salud de ese país- son bastante parecidas y están sustentadas por tecnologías que no se habían utilizado hasta ahora, por lo que no hay precedentes sobre qué esperar de ellas.
Ambas están compuestas a partir de ácidos ribonucleicos mensajeros (ARNm), una técnica con la que se puede inyectar en el cuerpo las instrucciones o moléculas que inducen a las células a producir unas determinadas proteínas. En este caso, estos ARNm se utilizan para producir la proteína S (Spike) del SARS-CoV-2, la llave que el coronavirus necesita para entrar en la célula.
En los dos casos el ARN mensajero está encapsulado en nanopartículas de lípidos con el objetivo de hacerlo llegar al interior de las células del cuerpo humano para que éstas sinteticen la proteína S y la reconozcan, generándose así una respuesta inmune.
Tanto la mRNA-1273 (Moderna) como la BNT162b2 (Pfizer junto con la alemana BioNTech) han funcionado con dos dosis.
La británica, denominada ChAdOx1, usa sin embargo otra técnica, un virus vector, que es una versión atenuada de un adenovirus de chimpancé -resfriado común- que ha sido genéticamente modificado para impedir su replicación en humanos. También el virus se ha transformado para que exprese la proteína Spike del SARS-CoV-2.
Un dato sobre esta que aún los investigadores de Astrazeneca y la Universidad de Oxford no han podido explicarse es por qué la efectividad de la vacuna subió al 90 % en un grupo de voluntarios a los que se dio media dosis inicial seguida de una dosis completa.
Puede deberse a que una dosis más baja de entrada “prepara mejor” al sistema inmunológico de cara a una siguiente dosis entera, aunque los científicos, que lo siguen investigando, aún no saben si la diferencia radica en la calidad o en la cantidad de la respuesta.
Aunque la eficacia de la candidata británica es aparentemente menor -a la espera de la explicación que sustenta ese 90 %-, es difícil compararla con las vacunas de ARNm, porque esta última tecnología es muy nueva y no hay precedentes de su potencia real, señala a Efe la viróloga española del Centro Nacional de Biotecnología (CNB-CSIC) Isabel Sola, también inmersa en el desarrollo de una vacuna.
No obstante, apunta, al no ser tan nueva la tecnología, la producción a gran escala de la de Oxford está más establecida.
LA BRITÁNICA, MÁS BARATA Y FÁCIL DE CONSERVAR
Además, su conservación es más sencilla: esta puede almacenarse a temperatura de refrigerador, entre 2 y 8 grados centígrados.
Aquí está la principal diferencia entre las tres. Las candidatas de sus competidores estadounidenses necesitan temperaturas bajo cero para mantener el compuesto durante varios meses, aunque la de Pfizer lo tiene, en este caso, más difícil: su conservación a largo plazo precisa de una cadena de frío extrema, de entre -70 y -80 grados.
La de Moderna, sin embargo, podría aguantar 30 días a entre 2 y 8 grados y seis meses a -20 grados.
En los precios también hay diferencias. La más barata parece que podría ser la de Oxford (unos 3 euros por dosis/3,5 dólares), seguida de la de Pfizer (unos 16 euros la unidad/18,9 dólares) y la de Moderna (unos 20/30 euros, entre 23,6 y 35,4 dólares).
POR QUÉ ES IMPORTANTE PUBLICAR LOS RESULTADOS
Hay todavía preguntas fundamentales por responder. Por ejemplo, son necesarios más datos sobre su eficacia en los distintos grupos de edad, en particular en los mayores de 65 años y si en ellos impide la infección o, en su caso, reduce la severidad de la covid.
De ahí la importancia de la publicación de los resultados, lo que contribuye, afirma Sola, a la transparencia del proceso.
“Con independencia de que las agencias reguladoras sean las responsables de la revisión de los datos para aprobar o no su uso, el hecho de que la comunidad científica tenga acceso a la información objetiva permite reforzar el proceso de evaluación. Desde las publicaciones científicas los datos se hacen públicos y accesibles a toda la sociedad y eso siempre es positivo”, resume.
La competencia está claro que existe entre las tres farmacéuticas, aunque todas han seguido lo establecido en sus ensayos; otra cosa -dice Sola- es que hayan elegido los tiempos de las notas de prensa para conseguir mayores beneficios en todos los órdenes.
La doctora Winnie Yip afirmó que le sorprende que pese a que expertos, entre ellos científicos de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de Estados Unidos, han presentado evidencia sobre el efecto de usar tapabocas contra el SARS Cov-2, haya gente en ese país que "todavía no lo quiera creer".
Fuente: BBC News Mundo
“Me sorprende que haya estadounidenses y otras personas que le tengan tanta resistencia a las mascarillas”, le dice a BBC Mundo la doctora Winnie Yip.
La profesora de Práctica de Política de Salud Global y Economía de la Universidad de Harvard reconoce que ponerse mascarillas puede llegar a ser incómodo, particularmente en climas calientes.
Pero insiste en la importancia de usarlas, especialmente en lugares concurridos, no sólo para no contagiarse del nuevo coronavirus, sino para que, en caso de ser una persona asintomática, se evite infectar a los demás.
“No se lo quisiera pasar a un amigo, a nadie. Tengo colegas que son mucho más mayores que yo. ¿Cómo me sentiría sabiendo que se lo transmití a alguien más?”.
Le sorprende que pese a que expertos, entre ellos científicos de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de Estados Unidos, han presentado evidencia sobre el efecto de usar tapabocas contra el SARS Cov-2, haya gente en ese país que “todavía no lo quiera creer”.
Se estima que más de 1 millón de personas han muerto por el nuevo coronavirus y que más de 56 millones en diferentes países se han contagiado.
“Nos hemos quejado sobre tener que quedarnos en casa, sobre las consecuencias (de la pandemia) en la educación y en los negocios. Cuando camino por la calle y veo algunas tiendas que han tenido que cerrar, pienso en cuán duro trabajaron esas personas por abrir esos locales”.
Y esta situación con la covid-19 está “arruinando todo ese esfuerzo”.
Hay medidas que se pueden implementar a nivel personal para ayudar a reducir la propagación.
Y reflexiona: “¿Cuáles son las implicaciones de ‘mi acción’ en la sociedad?”.
“¿Por qué a algunas personas les cuesta tanto ponerse una mascarilla?”.
Una visión estereotipada
“Recientemente tuve una conversación con mi hermano menor”, cuenta Yip, quien creció en Hong Kong.
“Le conté que quería hacer planes para ir a casa y me dijo algo que me hizo reflexionar: ‘No planifiques demasiado porque la mayoría de personas en Hong Kong hemos anticipado que los próximos seis a nueve meses serán: guantes, mascarillas, desinfectante de manos, y cuando viajemos, hacer cuarentena. Hay que aceptarlo y continuar viviendo’.
Y aunque la situación pueda mejorar, la doctora advierte, no se puede bajar la guardia porque el virus sigue circulando.
“En China, usar mascarillas no se trata de obediencia”, señaló en una entrevista que le hizo la publicación de la Escuela de Salud Pública de Harvard.
Hacía referencia a información que ha leído en algunos medios de comunicación occidentales.
“Algunas personas hacen estas declaraciones de que los asiáticos son más dóciles, más obedientes. ‘El gobierno les dice que hagan eso y lo hacen’. A eso me refiero cuando digo que no se trata de obediencia”, le explicó a BBC Mundo
La experta considera que varios de esos comentarios presentan una visión estereotipada y tienen una idea subyacente que gira en torno a: “Los occidentales tomamos decisiones de forma autónoma, somos más independientes”.
En el caso del uso de las mascarillas en China, indica, se trata de “cómo ‘mi acción’ afecta a la sociedad”.
Y en ese aspecto, “creo que los asiáticos tienen un valor social comunitario más fuerte”.
De hecho, antes de que se desatara la pandemia, ciudadanos de algunos países asiáticos como Japón y Corea del Sur ya usaban mascarillas. Algunos en caso de estar enfermos y otros por la contaminación, entre otras razones.
Difícil de entender
En una serie de entrevistas que condujo junto a otros investigadores con un grupo de jóvenes en Estados Unidos percibió en algunos de ellos la creencia de que no iban a contraer el virus por ser jóvenes y que, de hacerlo, se recuperarían.
“El cálculo que hacían en sus cabezas sobre si usar mascarilla o no giraba en torno a ellos mismos y no al hecho de que podían ser asintomáticos y pasarle el virus a alguien más”.
De hecho, señala que la idea de que mucha gente en Estados Unidos sienta la necesidad de debatir si usar mascarilla llama la atención de algunos asiáticos.
“No he hecho una encuesta sobre eso. Pero entre la gente que conozco, que va más allá de mi familia” e incluyendo colegas chinos y algunos estudiantes que ya regresaron a Asia, “les cuesta entenderlo”.
Reconoce que “por supuesto, la gente tiene diferentes razones” para mostrarse en desacuerdo con la medida. Pero, añade: “Es sólo usar una mascarilla. Por qué hay estadounidenses que lo tienen que llevar al nivel de que es un símbolo de libertad”.
“Algunos de ellos sienten: ‘Soy libre de escoger lo que quiero hacer’”.
“Muchas personas no sólo en Asia, sino en Estados Unidos, encuentran ese planteamiento difícil de comprender: que haya gente que lleve el tema de usar la mascarilla al punto de discutir la libertad y la elección individual”.
Estados Unidos no ha sido el único país en que se han visto manifestaciones contra el uso de las mascarillas. Varios países europeos han sido escenario de movilizaciones que se oponen a esa medida y a los confinamientos, como Alemania, España, Reino Unido.
Aunque Yip no cuenta con una investigación sobre ese tema en particular, se anima a responder desde sus propias observaciones:
“Creo que muchas de esas personas quieren hacer una declaración, impulsados por un elemento ideológico: ‘Puedo hacer lo que quiero. Los científicos dicen eso, puede ser verdad, pero yo tengo el derecho de hacer lo que quiero, lo que creo que es lo mejor para mí’”.
“Desgraciadamente en este caso, de hecho, no es lo mejor para ti”, explica la especialista.
“Ojalá que no sea otro SARS”
Yip se encontraba en Estados Unidos cuando, a finales de diciembre, supo de unos casos que se estaban dando en China de una neumonía de causa desconocida.
“En ese momento, nadie sabía cuán grave era (el virus). Pero recuerdo que pensé y se lo comenté a una amiga: ‘Ojalá que no sea otro SARS’”.
A inicios de enero, la profesora había viajado a Hong Kong a visitar a su familia y a colaboradores en China para planificar el trabajo del resto del año.
Ya la prensa había asomado la posibilidad de que se trataba de algo similar al SARS de 2003.
“Tenías la sensación de que la gente le estaba prestando atención, pero, por supuesto, no con una intensidad muy alta porque nadie había declarado cuán grande era el problema”.
Sin embargo, ya se veían personas con mascarillas.
Los recuerdos de 2003
Hubo gente que pensó que era demasiado prematuro. “Todavía no tienes que preocuparte por eso”, decían.
Sin embargo, algunos individuos asumieron una actitud más precavida: “Por si acaso, vamos a comprar una caja de mascarillas, un par de botellitas de desinfectante de manos y dos paquetes de toallitas antisépticas”.
Y es que Asia ya había enfrentado al predecesor del nuevo coronavirus.
Aunque la investigadora dice que no tiene evidencia científica para afirmarlo, cree que ese recuerdo influyó en la forma en que muchas personas en Hong Kong y en otras partes de Asia asumieron la nueva situación, especialmente aquellos que experimentaron el brote de hace 17 años.
“Mi madre tiene 85 años y ella dijo: ‘Esto fue lo que hice durante el SARS’. Fue como algo subconsciente (…), como un círculo de expectativa psicológica de que si se trataba de otro SARS o algo parecido, esto fue lo que hicimos”.
Así que su mamá le hizo una sugerencia: “¿Por qué no simplemente compramos mascarillas?”
Fueron a un almacén, pero no había. Les recomendaron volver al siguiente día. En un farmacia les dijeron que las que tenían se las estaban guardando a una cliente regular que tiene cáncer, que volvieran en otro momento.
Finalmente consiguieron en un establecimiento donde les dijeron que sólo les podían vender dos cajas. “No era que estuviésemos en una cacería vigorosa, pero si pasábamos por una tienda, preguntábamos: ‘¿Tiene mascarillas? ¿Y desinfectante?’ (…) Eso nos dio una señal de cómo las otras personas se estaban sintiendo”.
Explica que evidentemente no todos asumieron la misma actitud, pero lo que es claro es que el punto de partida de varios países en Asia frente a la crisis fue muy diferente al de Estados Unidos o al de América Latina.
“Espíritu de comunidad”
La reunión que Yip tenía con la Comisión Nacional de Salud y la oficina de la Organización Mundial de la Salud en China se tuvo que cancelar porque le informaron que estaban ocupados con la situación en Wuhan, donde comenzó el brote.
El 23 de enero se anunció el confinamiento de esa ciudad, lo cual desató la preocupación en otras partes del país.
Poco tiempo después, Yip regresó a Estados Unidos y desde allí siguió de cerca lo que sucedía.
A través de familiares, amigos y las redes sociales conoció de expresiones de solidaridad en plena crisis.
“Al principio la gente en Wuhan no sabía realmente lo que estaba pasando. Se vino el confinamiento y todo pasó muy rápido”.
“No todos tenían claro dónde conseguir alimentos o, si alguien se enfermaba, cómo llevarlo al hospital”.
En ese contexto -la profesora reflexiona- surgió un “espíritu de comunidad” muy importante: el hombre que voluntariamente se ofreció a transportar a la gente “exponiéndose a sí mismo”, los jóvenes que se encargaron de comprar comida y llevársela a los vecinos que podían ser vulnerables a la infección, entre muchos ejemplos.
“Era como decir: ‘Vamos a hacer algo juntos’ (…) Y para mí esa fue la parte conmovedora porque no era el gobierno diciéndoles que tenían que hacerlo. Nació espontáneamente de la gente”.
Aunque en China tradicionalmente han existido comités vecinales, explica la experta, lo que se vio en plena crisis del nuevo coronavirus fue el resultado de un valor profundamente arraigado que muestra cómo los chinos han sido educados: “Eres parte de una comunidad y, por lo tanto, no se trata sólo de ti”.
Es la idea de que “nuestro comportamiento, nuestras decisiones” tienen implicaciones más allá de lo individual.
Yip cree que hay algo del Confucionismo en esa actitud porque se trata de que te importe la gente que te rodea y de que haya solidaridad.
“Era un valor muy fuerte en la China antigua, para la generación de mis padres, incluso para mí, cuando crecí en Hong Kong”, reflexiona. Y aunque para los más jóvenes quizás no lo era tanto, esta crisis lo hizo reemerger.
De acuerdo con la doctora, las organizaciones vecinales en China hacen que la gente se conozca muy bien. “Algunas personas en la sociedad occidental pueden decir que se trata de un vecino espiando al otro. Pero no lo veo así (…) Si crees que la gente que te rodea te está espiando, nunca confiarás en nadie”.
Con el paso de los días, destaca la doctora, esos comités fueron un mecanismo eficaz para detectar casos y rastrear contactos, lo cual resultó ser importante para enfrentar el brote y controlarlo.