Uruguay
This article was added by the user . TheWorldNews is not responsible for the content of the platform.

La fe y el rap ganaron una vida en el Comcar: la historia de Julio Alvarado

Quiso matar y quiso que lo mataran. Muchos lo vimos en un video que se hizo viral en la época en que intentaba ser asesinado. Se lo ve en el Comcar, participando en un duelo tumbero con unos cuchillos enormes. La pelea fue filmada y no tardó en llegar a los portales, los informativos y miles de celulares.

Julio Alvarado tiene 39 años y estuvo preso la mayor parte de su vida adulta.

“A mí me escrachó la prensa cuando andaba mal. Capaz que ahora que ando bien también pueden contarlo”, me dijo. Luego mostró en su teléfono el video que años atrás lo catapultó a una fama fugaz y violenta. Tiene casi 90.000 vistas en YouTube.

Julio es el encargado del hogar Lo de Carlo, parte de la fundación “Nuestros hijos nos esperan”, una institución que, en convenio con el Ministerio de Desarrollo Social, ayuda a que los liberados de las cárceles puedan conseguir una ocupación y reinsertarse en la sociedad. El director de la fundación es Gabriel Camilo, otro exrecluso.

En el hogar viven 25 personas, todos salidos de prisión, algunos que ya trabajan, otros que todavía esperan la oportunidad. Julio es un ejemplo de que rehabilitarse es posible. Ha estado preso por robo, rapiña y tentativa de homicidio. Nació en el barrio 40 Semanas. La suya no era una familia de delincuentes. Su padre siempre trabajó: en Conaprole, en la construcción, como sereno, portero y utilero de Boston River.

En 1995, cuando tenía 12 años, perdió a su madre por una leucemia. Entre hermanos y medios hermanos eran doce. Su padre trabajaba desde la medianoche hasta el mediodía.

“La muerte de mi madre fue el quiebre de mi vida. Yo estaba todo el día solo en el 40 Semanas. La calle era mi refugio, conocí las drogas muy temprano, consumía cemento…”.

Empezó a robar. “Mi padre me quiso enderezar hasta a sablazos. Veía que yo no estaba y me salía a buscar. Siempre quiso rescatarme y fue un buen ejemplo, pero yo no lo seguí”.

Julio tenía plata. Se la gastaba en ropa, en droga, en poder hacer lo que se le cantara. Eso duró poco. No tardó en ser detenido e internado en la Colonia Berro. Allí estuvo desde los 16 a los 18.

Cuando recuperó la libertad, siguió robando. En un asalto a un supermercado, apareció un policía. Se tirotearon. Lo hirió. Apenas siete meses después de salir de la colonia, ya estaba en el Comcar procesado por rapiña e intento de homicidio. Le dieron siete años.

“Yo creía que la tenía clara, pero entrar a la cárcel de mayores fue bravo, porque en aquellos tiempos llegabas y la policía te molía a palos. Tremenda paliza. Igual en aquella época todavía había algunos códigos. Hoy los pibes llegan y los roban de una, la droga está muy presente, es muy distinto el contexto carcelario”.

Estuvo ocho meses en el Comcar. De ahí lo pasaron al penal de Libertad, donde estuvo tres años y medio. Fue uno de los primeros huéspedes de “Las Latas”, una ampliación clausurada en 2011 que fue clave para que la ONU calificara a Libertad como una de las peores cárceles del mundo.

Luego fue derivado a La Tablada en donde estuvo nueve meses, hasta que se escapó.

Sentado en la sala común del hogar Lo de Carlo, Julio relata una fuga asombrosa.

“Entré al despacho de jurídica a preguntar por mi pedido de salida transitoria. Como vi que no había nadie, y que el libro de salidas estaba sobre la mesa, me anoté. Luego, cuando llegó el funcionario, pasó esa lista a la guardia y yo quedé anotado para salir. Llamé a mi padre y le pedí que me fuera a buscar, que me habían dado la salida transitoria. Mi padre inocentemente fue a buscarme. Preguntó por mí, el policía de la puerta buscó mi nombre, vio que estaba en la lista y me mandó llamar. Yo salí caminando, crucé la puerta, abracé a mi padre y nos fuimos”.

El hogar de los Alvarado era una fiesta por el retorno de Julio tras cinco años de encierro. Al rato un compañero de cárcel llamó a la casa de la vecina y pidió para hablar con él: le avisó que en La Tablada se habían dado cuenta de su fuga y la policía ya estaba yendo a buscarlo.

Inés Guimaraens

Alvarardo tiene 39 años y estuvo preso la mayor parte de su vida adulta

“Le dije a mi padre que iba a hacer un mandado y me fui. Cuando llegó la policía él se dio cuenta que yo lo había engañado. Fue un desastre: se peleó conmigo, perdí su amistad. Me dolió mucho. Me costó más de tres años volver a recuperar su confianza”.

Julio estuvo 14 días fugado. Cuenta que fue atrapado en la estación central de AFE, luego de asaltar la empresa de aire acondicionado Ingeniero Tugentman.

“Me pusieron fuga más tentativa de rapiña, cuatro años y medio más. En vez de redimir pena como otros, la había aumentado. Pero no lo pensaba así. Hasta que no te hastiás de esa vida, no te das cuenta que estás haciendo mal”.

Volvió al Comcar. Apenas 28 días después cortó unos barrotes e intentó escapar junto con otro recluso. Lo vieron. Los soldados de las torretas de vigilancia abrieron fuego. La fuga se frustró.

“Me dieron una paliza y a los pocos días me trasladaron al penal de Libertad y me dieron otra. Tuve que empezar allí de cero: lastimado, sin familia, sin padre, sin nada. Eso fue en 2007. En 2008 la jueza me mandó otra vez al Comcar, confinado hasta cumplir la condena. Me di cuatro puntazos para ir al hospital carcelario y tratar de fugarme. No pude. Me tiraron en una celda que no tenía luz, no tenía agua, no tenía water. Hacía una semana otro la había prendido fuego y estaba toda quemada”.

...

Julio llega entonces al momento que le cambió la vida. Recuerda de memoria el número de aquella celda: 88.

“Tiré un colchón en un rincón y me planté frente a la ventana a mirar como se iba la visita. Y me pregunté: ¿cuándo me voy a ir yo así, caminando, feliz? Y no sé explicarte qué me pasó. Me empecé a sentir triste. Me inundó una tristeza muy grande, enorme. Y empecé a sentir como un fuego en la cabeza, calor, calor… Caí arrodillado, llorando. Comencé a repetir un corito religioso que había aprendido en la cárcel y lloré, lloré, lloré desde la siete de la tarde hasta la medianoche, arrodillado… Dejé un charco de baba y lágrimas. Me sentía arrepentido. Me desperté porque un botija de la celda de al lado, a la medianoche, me empezó a golpear la pared y a preguntarme si estaba bien”.

Otro preso amigo le dijo que ese arrepentimiento se transformaría en salvación si abrazaba la religión: “Arrepentite y convertite, Julio. Es con Cristo”.

“Y ahí empezó mi cambio, el deseo de querer dejar la delincuencia y la vida que había llevado. Desde 2008 a 2012 tuve una conducta intachable dentro del Comcar. Fundamos una iglesia y predicábamos. Estuvimos cuatro años predicándole a toda la cárcel. Nuestro testimonio impactó a mucha gente, sucedieron cosas muy lindas. Además, trabajé, estudié y así desconté dos años de pena. Me fui por la puerta grande en el 2012”.

...

Por primera vez en su vida, buscó empleo y comenzó a marcar tarjeta. Pero apenas siete meses después lo acusaron de una rapiña –que asegura que no cometió- y volvió al Comcar. Fue traumático regresar con una condena pedida de seis años y diez meses.

“Yo, que había estado allí predicando el cristianismo, unos meses después volvía como rapiñero. Mi credibilidad cayó totalmente. Todos me juzgaban. El predicador esto, el pastor lo otro, decían. Fue muy difícil. Era la primera vez en mi vida que hacía bien las cosas y no podía entender por qué estaba otra vez preso si no había hecho nada. Perdí la esperanza, el deseo de vivir. Estaba tan mal, tan lastimado, que conseguí una cuerda y me quise ahorcar. Me salvó mi compañero de celda. Pero estaba ciego, quería morir, quería que me mataran y peleaba todos los días con los cuchillos tratando de lograrlo…”

Dice que tiene diez o doce peleas como las del video.

Pero ahora, a diferencia de otros momentos de su vida carcelaria, había gente que lo había visto cambiar y que creía en su recuperación

“Tuve mucho apoyo en esa etapa, me visitaban amigos, familiares, cristianos, me visitaba el pastor. También conocí nuevas asistentes sociales, dos psicólogas que lograron que yo enfocara toda mi rabia, mi tristeza y mi ira, en la escritura”.

Él les contó que le gustaba el rap y ellas le sugirieron que escribiera canciones con su historia. Resultó.

“Empecé a escribir y cuando me quise acordar, ya llevaba casi cuatro años y medio de esa condena. Una operadora me dio la idea de pedir salidas transitorias y se comprometió a seguir todo el trámite. Y lo consiguió”.

Una de sus canciones –El Profeta- se transformó en un video clip con apoyo del Ministerio de Educación y Cultura y de Kung Fu OmBijam, exrecluso con toda una reconocida carrera en el rap. Fue filmado entre 2015 y 2016 dentro del Comcar.

Tenía autorizada una salida de la cárcel para asistir a la presentación de su propio video. Ya no quería que lo mataran, pero en la cárcel siempre pasan cosas.

Otro detenido lo invitó a pelear con cuchillos. No fue por nada en especial, dice Julio, sino por alguna de las cosas de todos los días en el Comcar: amistades rivales, barras enemigas, discusiones del momento.

Pelearon en el comedor. Alguien tenía un celular y filmó. El video se hizo viral. Le cancelaron el permiso para ir al estreno del video de El Profeta.

Pero las salidas transitorias ya habían sido autorizadas en el juzgado y se mantuvieron: “Hice dos años años más de cárcel saliendo en transitoria hasta que recuperé mi libertad, gracias a Dios”.

Tendría que ser el final feliz de esta historia, pero todavía hubo una vuelta de tuerca más.

“Volví a la cárcel porque se quisieron quedar con la casa de mi padre en el 40 Semanas”, relata Julio. “Fueron cuatro personas y me tuve que tirotear con ellos para defender nuestro hogar. Me atraparon con dos pistolas, 200 balas y me remitieron por tráfico de armas. Pero pudimos salvar la casa”.

Le dieron otros tres años y pico. Ahora hace casi dos que está libre.

Tiene dos hijos, uno de los cuales está con él en el hogar de “Nuestros hijos nos esperan”.

“Salí hace casi dos años y estoy trabajando. Trabajé en la Dirección Nacional del Liberado, en Sodimac, como albañil, hasta que me propusieron trabajar en la fundación y me gustó la idea”.

Hoy es un referente para los otros liberados que son recibidos en el hogar, ubicado en las afueras de Progreso, sede de una antigua escuela agraria. “Un amigo que es pastor me dijo que si el enemigo no logró matarme en todo este tiempo, es porque Dios tiene un propósito grande conmigo. Pero para eso tengo que mantener mi conducta. Acá soy un referente entre pares. Los demás ven que trabajo, que cumplo como padre; y si yo puedo, ellos también”.

Inés Guimaraens

Alvarado es el encargado del hogar Lo de Carlo

Mirando para atrás le duelen dos cosas: el tiempo que perdió y, sobre todo, el daño que provocó en los demás.

Lee y escribe sobre religión. Tiene un libro ya terminado. El título es El Héroe es Dios.

“Quiero editarlo y enseñarlo. Para adelante me veo con mi ministerio activo, quiero ser predicador, editor, me gustaría seguir escribiendo, disfrutando de la música y criando a mis dos hijos”.

Uno de los otros 25 huéspedes del hogar es su hermano mayor, el único de sus doce hermanos que, como él, también se había hecho delincuente.

“Hoy está trabajando en una empresa de catering y viene bien. Me pone muy feliz. Poder ayudar a la gente es muy gratificante”.