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El Doctor vibrará interminable en la memoria nacional 

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EL AUTOR es periodista. Reside en Santo Domingo.

“El Doctor”, obra reciente del escritor, historiador, poeta y guardia José Miguel Soto Jiménez, logra decodificar anchurosos e intrincados universos psiquiátricos de Joaquín Balaguer. Estudio sin desperdicio, 319 páginas, pormenorizando episodios estelares del político que por más tiempo incidió post Trujillo en RD, esmeradamente el agónico fin del etnarca.

Soto Jiménez reitera en esta obra de socorrida consulta, para adentrarse en las complejas interioridades inmateriales de Joaquín Balaguer, los innatos atributos de natural psiquiatra, demostrado cuando buceó profundo en las interioridades cognitivas del general Pedro Santana, en su libro El corrido de los Taitas.

Ambas obras, de inéditas descripciones de dos personajes que mayor trascendencia y gravitación han influido en la historia vernácula, que completa el generalísimo Rafael Leónidas Trujillo, por el protagonismo cumbre que tradujeron sus improntas.

A manera de introito, antes de comenzar a desglosar e interpretar los códigos que en función de descifrar y explicar el interactuar de Joaquín Balaguer en ocho décadas en la vida pública, de 96 años que vivió, es preciso y menester diafanizar el concepto del escritor y articulista Ramón Alberto Font Bernard, afecto de primer orden del suscrito, cuando nos reiteraba a sus contertulios en la peña diario en su residencia, postulando que Joaquín Balaguer era «un enigma”.

José Miguel Soto Jiménez

Reiteraba a Font que Balaguer no era un enigma, porque enigma es un sonido que algunas creencias sostienen tienen poder psicológico, y Balaguer no fue sonido alguno, sino una constante realidad vibrante y objetiva, que todos percibimos cuantos vivimos su prolongada vida pública.

Tampoco puede definirse a Balaguer como un mantra, es decir, algo oculto, difícil de comprender, aunque sí vale su identificación en parte, no del todo, un asceta, cartujo, especie a ratos de Robinson Crusoe, con diferencias de contrario al personaje de Daniel Defoe, que solo dispuso en su naufragio de compañía a Viernes, Balaguer fue acompañado todo el tiempo por tres personajes históricos en las personas del general ERD Luis María María Pérez Bello, Aníbal Paéz Tertulién y Rafael Bello Andino, sus tres Angeles Custodios, hasta el final.

Saturnino Ramírez, su chofer de siempre, y Guaroa Liranzo, el ángel custodio del pantry y otras minucias del funcionamiento de La Casa. Marina Victoria, fidelísima compañera asidua diaria de Chabó, Carmen, Ema y Laíta.

Mamá Cely, transfiguración de una santa para Elito, su único hijo varón.

Gachy Antún, que amó a El Doctor y esas hermanas, con nota más subida a Ema, para el suscrito una santa, en su devocionario Cruzada del Amor, que palpé, conducido por Gachy y Papy Estrella.

Ellos fueron sus lazarillos, sus Cajas Negras, quienes escogían sus vestuarios, su Imperial de Guerlain, y Tricófero de Barry con que acicalaba a diario su cabeza, imprescindible sombrero que apenas usó, asiéndolo en su mano izquierda, un rito heredado del generalísimo Trujillo.

Trujillo tampoco fue mantra, defeccionando del palio de Rafael Estrella Ureña, acudiendo El Doctor presto al regazo del emergente brigadier, que el 23-02-1930 traicionaba a su presidente Horacio Vázquez, su protector y Comandante en Jefe, en aquel movimiento sísmico, nunca cívico, que inició el eclipse de la disidencia, y la deriva dictatorial por 31 años sin históricos perdones.

En su reciente obra El Doctor, Soto Jiménez reseña, con pormenorizaciones minúsculas y mayúsculas, como nunca nadie antes, y posible después, no solo el luengo periplo en la vida pública de Balaguer, sino la instancia postrera del adiós sin retorno, con detalles que configuran una radiografía psicológica del personaje que logró protagonismo con una dictablanda, despotismo ilustrado, manejo de los poderes fácticos, económico, eclesiástico, militar, no así la prensa.

Joaquín Balaguer.

El PRD, partido político a Balaguer vencer, y viceversa, y el pulguero político, reducidos a bisagras, que cohonestaron su indesmayable obsesión por el poder inconcluso, los relámpagos del mando, con la cultura, sus únicos dos logrados demiurgos.

El debate final de Balaguer, vencido por la noria indetenible e implacable del tiempo, que a nadie perdona esquivar el breve escarpado éxodo trayecto postrero.

Solo Ariosto en Orlando Furioso, he percibido como Soto Jiménez derrocha y desgrana caudal de imaginería, en este caso próximo a lo cierto de El Doctor, cuando suelta el cabestro elucubrativo, concibiendo e interpretando, de manera casi radiográfica, el vagaroso cognitivo final de Balaguer.

Evocando a Horacio, asocia Soto Jiménez pretender El Doctor lucubrar, en una débil pero irrenunciable enhiesta ráfaga de cordura, en los aciagos e inevitables trances finales del existir.

Que dominó el escenario político por 22 años, seis veces presidente, con tramposerías electorales, creando una infraestructura como nunca antes, con la proverbial tacañería y grima envuelta en tirria por el endeudamiento, El Doctor es ostensible y posible, en una débil ráfaga cognitiva postrera, antes de exhalar, meditó breve.

Repitiendo como Horacio, en sus interminables odas, Soto Jiménez, con argumentos descriptivos del final de un gran moribundo:

Non omnis moriar” 

“No moriré del todo”.

Para quienes le amaron, y odiaron, y como el suscrito le adversamos, El Doctor vibrará interminable en la memoria nacional.

Para bien, o para mal.

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