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5 tipos de amor para el dolor

A finales del año pasado, publique acá un texto titulado “amar la soledad”, donde defendí a ultranza la necesidad de aprender a estar solos, de disfrutar la vida con nosotros mismos.

Sin embargo, hace días, me conseguí con una persona que odió esa entrega porque  -a su juicio- la soledad no buscada, la involuntaria, es terrible para la psique. “Yo sola me volvería loca. He pasado muy poco tiempo soltera. No me gusta, no le veo sentido”, me dijo.

En el fondo, entendí su punto. Obviamente, la vida está hecha para compartirla. De hecho, tener a “una persona vitamina”, alguien que te apoye, te escuche, te entienda o al menos no te juzgue, te puede hacer sentir mejor, más pleno, de una forma casi automática. 

Diversos estudios han demostrado que cuando alguien tiene un problema –económico, por ejemplo- pero se siente querido, el estrés que eso le produce es mucho menor. 

Pero la compañía no debería esconder un miedo a estar solos. Ni el amor debería entenderse únicamente como  “una relación entre dos”. La psiquiatra y escritora, Marian Rojas-Estapé, considera que en la vida hay varios amores que son fundamentales:

Primero, el amor a uno mismo. Quererse de forma sana. No hacerlo en exceso porque podríamos rayar en el narcisismo ni quererse poco porque entraríamos en cuadros de inseguridad letales. 

Segundo, el amor de pareja y el coraje que conlleva, pues ya lo decía Platón: “No existe nadie tan cobarde que el amor no transforme en alguien valiente”. Seguramente todos conocemos a alguien que se enamoró y se transformó, nada leda miedo, asume riesgos, mejoró su salud.

Tercero, el amor a los demás. Acá entra el afecto hacia tus padres, hermanos, amigos, compañeros de trabajo. Cuando estamos en armonía con nuestro entorno, somos más felices.

Cuarto, el amor a las creencias. Cuando crees en algo y amas tus creencias, tienes fuerza y superas casi todo. Si, por raro que suene. De esa forma funcionan –por ejemplo- las creencias religiosas/espirituales.

Como diría el filósofo español Ortega y Gasset: Las ideas se tienen, en las creencias se está. Las «creencias» constituyen el continente de nuestra vida, no son ideas que tenemos, sino ideas que somos. Más aún: precisamente porque son creencias radicalísimas se confunden para nosotros con la realidad misma -son nuestro mundo y nuestro ser-, pierden, por tanto, el carácter de ideas, de pensamientos nuestros que podían muy bien no habérsenos ocurrido.

Quinto, el amor a los recuerdos. Hace unos años, el científico japonés Susumu Tonegawa, Premio Nobel de Medicina en 1987, descubrió que cuando una persona recuerda algo con intensidad, el recuerdo de esa imagen placentera activa los mismos mecanismos en el cerebro que cuando esto sucedía en la realidad. 

Por eso, para mejorar los estados de angustia e incluso para tratar los cuadros de abstinencia, muchos expertos te piden traer a la mente recuerdos donde habia amor, donde te sentías querido o agradecido, para así producir efectos bioquímicos positivos en tu organismo. 

Parece ser que cuando el amor inunda nuestra mente, nos ayuda también a ser mejores con los demás, a convertirnos en personas que no juzgamos, que empatizamos, que somos cariñosos y buscamos intereses comunes.

Rojas-Estapé pone el ejemplo de su padre, quien tiene una agenda telefónica donde al lado de cada nombre y número,escribe cosas tipo “su padre tiene artritis”, “su esposa tiene alzhéimer”, “su hijo tuvo un accidente”, para no pasar por alto las preguntas verdaderamente importantes, la conexión emocional. 

Cuéntame tu historia, redáctala como sea, juntos le damos forma y la compartimos. Difundir las distintas formas del amor, siempre es necesario: [email protected]