Venezuela
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Agresividad deportiva

Si algo fue una constante en la recién finalizada campaña de béisbol profesional en Venezuela fue la forma indiscriminada en que se asignaron por igual una a otra las barras de los equipos contendores, la agresividad y la violencia gestual con la que se comportaron por lo general los jugadores, e incluso buena parte de esa fanaticada que por momentos convirtió la grada del estadio en ring de boxeo.

No es un fenómeno venezolano. Ni mucho menos expresión del proverbial talante efusivo de nuestro pueblo, cuya naturaleza festiva es definitivamente un rasgo de identidad cultural, cultivado sanamente a través del tiempo en nuestro país, sino una muestra del carácter salvaje y brutal de una cultura deportiva importada desde el imperio más violento de la historia, como es el estadounidense, que tiene en el deporte una forma más de guerra de exterminio del contendor, cualquiera que éste sea, en el plano que sea.
En Estados Unidos es donde nace la lógica del combate de exterminio del otro a como dé lugar, cualquiera sea el deporte que se practique.

Para ellos, los norteamericanos, toda contienda es una pelea que debe librarse a muerte si es necesario, para demostrar una supremacía que no puede ser de ninguna otra manera que aplastante, cruel y despiadada, como es su constante comportamiento en todos los demás planos de la vida en los que deba confrontar con alguien más allá de sus fronteras, porque en ello estriba su posibilidad de ser una potencia suprema en el mundo.

Al atleta de cualquier deporte norteamericano se le “educa” siempre en la lógica de ese exterminio necesario del contendor como fórmula indispensable para alcanzar el triunfo, más aún si la competencia, más que un deporte, es un negocio gigantesco como lo son hoy en día casi todos los que se practican no solo en esa nación sino en el mundo entero.
Es la lógica del capitalismo y su particular noción de la “libre competencia” de la que tanto se ufana y con la cual pretende exterminar de la faz del mundo la idea de soberanía y del derecho de los pueblos a elegir su propio destino.

Una agresividad irracional y virulenta que refleja la naturaleza eminentemente depredadora de una sociedad enajenada que se consume en la violencia incluso contra sí misma.
@SoyAranguibel