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Asalto policial a universidades

Hace unos días, la policía en Perú tomó por asalto la Universidad Nacional Mayor de San Marcos de Lima. Entraron con tanquetas destrozando un portón e instalaciones para agredir a los estudiantes, obligados a estar bocabajo en el suelo en medio de vejaciones, con heridos y detenidos, como en aquel asalto a la Sorbona de Paris en mayo de 1968, cuando por primera en su historia esta Universidad fue invadida policialmente, con un saldo de centenares de heridos. Nos dice Herbert Marcuse, filósofo muy renombrado para ese entonces, que en Europa se da por sentado que los policías no entran a las universidades y ello es una antigua tradición a la que Francia y otros países han adherido. A partir de ese hecho brutal se produjeron las más grandes manifestaciones del “mayo francés” y con ellas se removieron “los buenos viejos adoquines de París, que ya habían servido en la revolución del 48 y de 1870”, usados como armas masivas contra la policía.

Aquel Paris en rebelión fue el momento de una conciencia levantada en posibilidades, propicia para estudiantes, obreros y poetas. Así renació en jóvenes y viejos un “prohibido prohibir” que hizo estremecer la palabra y con ella la interrogación. En un graffiti, de tantos en una pared de la Sorbona, se podía leer: “La revolución que se inicia pondrá en duda no sólo la sociedad capitalista sino la sociedad industrial. La sociedad enajenada debe desaparecer de la historia. Estamos inventando un mundo nuevo y original. La imaginación ha tomado el poder”.

La irrupción policial en la Universidad de San Marcos -tal como allanaban a la UCV en el pasado- ha revelado la fuerza en la unión de los estudiantes con el pueblo que no descansa de movilizaciones, de protestas masivas, de barricadas y bloqueos, de seres con sus voces y consignas expuestos a la muerte. Es el Perú profundo que ya está harto de ser maltratado y discriminado por una odiosa y racista oligarquía y sus aliados. Ahora es un pueblo insurgente, en las calles, en el campo, en las ciudades, revelador de un país en parálisis actual que no se sabe hasta cuándo podrán sobrevivirla. No paran de protestar. Se trata de algo que es común a estos dos procesos diferenciados en el tiempo, y no es otra cosa que la impugnación -como diría el mismo Marcuse- a continuar aceptando y soportando a una sociedad establecida en valores que el Perú profundo siente “podridos hasta el tuétano”.