Venezuela
This article was added by the user . TheWorldNews is not responsible for the content of the platform.

Instrucciones para mirar una obra de teatro

En alguna parte Rodolfo Porras ha anotado que su teatro no se casa con una sola necesidad expresiva y a uno le parece ver en esta sencilla declaración un lúcido despeje de la ecuación creativa. Si el arte debe servirle a alguien es al propio artista, por lo cual han de ser sus apremios existenciales (entendidos, por supuesto, como las manifestaciones de un delegado circunstancial de la sociedad) los primeros en pagarse una vez cuaje la creatura.

Lo curioso, cuando nos referimos a un autor teatral, resulta su decisión de allanar esta intención mediante el concurso de terceros. Algunas veces, como en el caso de Porras, a través de unos cuantos terceros. Porque la dramaturgia es, un poco más abajo de donde también es literatura o poesía, una compleja lista de instrucciones que demanda la acción de no pocas personas (directores, actores, músicos, escenógrafos, diseñadores de vestuario, iluminadores, etc.).

La obra de teatro escrita resulta por tanto un artificio parcial, un vehículo tan solo, cuyos fundamentos, podría suponerse, tienden a escabullírseles a los lectores. Esta condición equívoca hace mella en sus posibilidades, razón que explicaría su injusto confinamiento a pequeños nichos editoriales.

Todo viene a cuento a propósito de la reciente publicación de ‘Crimen y otros indicios’, volumen que incluye una selección de la obra teatral de Rodolfo Porras, novedad de la Fundación Editorial el Perro y la Rana, siempre intrépida a la hora de engrosar su formidable catálogo. Se trata de las piezas “Un giro inminente”, “Luvina”, “El depósito (Monólogo)”, “La celada”, “Una fulía y un pajarillo”, “Cuarteto de amor para una historia de dos” y “Tan cierto como la nada”.

La cuestión es que al acometer esta serie de textos hasta el lector más desprevenido intuirá el lugar desde el cual aprehender la obra, como si un patio de butacas metafísico se desplegara tras la primera acotación. Y si bien en este “manual de instrucciones” ninguna le está destinada –¡faltaba más!–, el lector tenderá a ubicarse en ese espacio vacío alrededor del cual todos los elementos parecen disponerse.

A tal punto Porras maneja los recursos escénicos, una pericia cuya sutileza viene a rescatar el propósito de este volumen. Su propuesta, en general y en este septeto de obras de manera manifiesta, no se limita solo al desarrollo de un relato extraordinario o un diálogo ingenioso. Como en otros dramaturgos a lo largo del tiempo, su secreto está en la exploración –en la explotación– de las opciones que el teatro ofrece como arte y como medio de expresión.

En ese sentido, y dentro del grupo de obras seleccionadas, “Una fulía y un pajarillo” supone una auténtica apoteosis, en la cual se reúnen para fusionarse ante la mirada del lector (convertido ya en espectador, no lo olvidemos) haces disciplinares como la música, el baile, el video y la pintura, todo simulando la estructura de un galerón (“yo podría bailar ese sillón”, que diría Isadora Duncan, aproximándose desde el absurdo a su capacidad de traducir lo imposible), un despliegue que por momentos adquiere dimensiones de arquitectura. Todo es traducible al lenguaje del teatro, reafirmará entonces Rodolfo Porras.

¿Lo será también la nada? A contrapelo de lo que nos prueba “Una fulía y un pajarillo”, hallaremos en el libro una pieza que se arriesga a probarlo. En “Tan cierto como la nada” el autor consigue un logrado simulacro de lo inexistente, si tal cosa fuera posible, suprimiendo incluso el escenario. Un absurdo sobre el absurdo, homenaje sardónico a Eugene Ionesco.

Este desvelo por indagar en las potencialidades del teatro a través de osados experimentos define la obra de Porras. En “Cuarteto de amor para una historia de dos” lo vuelve a intentar, desdoblando los personajes en escena repetidamente, descubriendo las costuras de la que pudiera tenerse por convención innegociable. ¿A partir de cuál hito un personaje es un personaje y un actor un actor?

“Luvina”, uno de sus trabajos más redondos, congrega una galería de personajes desmedidos para desarrollar de manera catártica los conceptos de maternidad, paternidad, familia y compromiso moral, vertidos en un desenlace poco complaciente. Esta obra, como las tres restantes (“Un giro inminente”, “El depósito (Monólogo)” y “La celada”), son los “crímenes” aludidos en el título, a partir de los cuales el autor discurre sobre una realidad perversa, quizá cercana al espectador. Allí se examina la naturaleza humana cuando es amenazada por un destino cruel aunque no necesariamente injusto, al modo de la tragedia griega.

En fin, que este vuelo rasante por el trabajo de un dramaturgo prolífico (con más de una veintena de obras publicadas) y ambicioso, en el buen sentido, un autor que se reta siempre a sí mismo, es también una inmersión en las amplias posibilidades del texto teatral, aun cuando, o sobre todo por ello, se le considere traicionable a la hora del montaje.