Venezuela
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La infinitud amorosa del Por ahora

En la tarde previa  a la rebelión militar. Chávez se fue al banco y sacó todo el dinero de la modesta cuenta. En la noche se despidió de Nancy y se lo entregó. Vio largamente a sus tres hijos, que dormían en sus camas. No los despertó. Poco después avanzaba por la carretera a oscuras dentro de un vehículo blindado, uno más de una larga fila. Oficialmente estaban saliendo para unas maniobras de salto en El Pao, pautadas para el día siguiente por la superioridad. Era otra de las casualidades que lo auxiliaban. Divinas casualidades, intuición movida por la bondad.

Una noche, allá en la casita del llano, su madre, que lavaba las vasijas y cubiertos usados en la cena, oyó en el silencio un ruido silbante: «Ssss…», «Ssss…». Se vino a la habitación y vio, en el suelo, dando vueltas alrededor de la cuna de Hugo, a una enorme boa constrictor. ¡Una tragavenados! De un salto lo arrancó de la cuna. Un tío, Ramón Chávez, acudió a los gritos y mató a la boa a palos. Era de tres metros y medio; y ancha como el caucho de un carro. La colgó por la cola de lo alto de una viga y su cabeza tocaba el suelo. Lo hubiese tragado entero. ¿Qué hubiera sido de Venezuela si la madre no hubiera oído el «Ssss…», «Ssss…».

Otra vez fue a bañarse a un río con José Angarita, buen nadador, del equipo de natación de la Academia Militar, y otros amigos. De pronto rompió a llover muy duro, se refugiaron bajo un puente. Por un reto de José se lanzaron todos al agua, la fuerza terrible de la corriente lo arrastró, se ahogaba. Angarita se arrojó al río, lo tomó por un pie y lo llevó hasta la playa del río.

¿Se hubiera dado esta noche sin la acción de José Angarita? Aquel viaje en medio de la noche recopilaba e integraba la lección varonil de Maisanta, los poemas llaneros, la canción de Mauricio Rosales cantada por Pedro Infante (Me juego la vida, para hacer justicia…/…porque no permito que al pobre lo humille el más poderoso…/…Mauricio Rosales, amigo del pueblo”), las canciones de Alí Primera (“…arriba, deja la mujer preñada, abajo está la ciudad, y se pierde en su maraña…”), el mandato de Bolívar de defender la Patria, las técnicas para triunfar en la vida aprendidas en la Enciclopedia Quillet, Ezequiel Zamora, con su guerra dura, vengadora, el reto de Fidel Castro al imperio más grande del mundo, la conspiración del derechista general Olavarría, los niños que padecen hambre, que lloran.

El comunismo había caído en Rusia, Margareth Tatcher había dicho “There is no alternative” pero él iba en el camión militar atravesando la noche llena de árboles oscuros. Comandaría desde el Museo Histórico Militar conocido como el cuartel de La Planicie. Lo demás es demasiado conocido: el tanque entrompó la puerta de Miraflores, Pérez habló por televisión, poco después el golpe estaba dominado. Los jefes de guarnición que estuviesen en posición dudosa se cuadrarían con Pérez. Chávez se comunica con el general Ramón Santeliz y le informa que depone las armas. Carlos Andrés Pérez había impartido orden de darle muerte, lo que se presentaría como producido durante un enfrentamiento pero otra vez Dios lo protegió, se vió ante varias cámaras de televisión, las luces brillaban.

Es entonces cuando dice: «Buenos días a todo el pueblo de Venezuela. Este mensaje bolivariano va dirigido a los valientes soldados del Regimiento de Paracaidistas del estado Aragua y Brigada de Blindados de Valencia. Compañeros, lamentablemente, por ahora nuestros objetivos no fueron logrados en la ciudad capital. Es decir, nosotros no logramos controlar el poder. Ustedes lo hicieron muy bien por allá, pero ya es tiempo de evitar mayor derramamiento de sangre. Por favor, reflexionen y depongan las armas. Vendrán otros momentos…». 

Este Por ahora del Comandante supremo resume la puesta en práctica de una ética que le permitió instaurar en ese momento tan transcendente el “ entre nosotros” . Es una preocupación por el Otro llevada hasta el sacrificio, hasta la posibilidad de morir por él, una responsabilidad para con lo ajeno, en donde no estarían excluidos aquellos tres hijos que dormían en sus camas. No los despertó. Viene al caso la frase de Andrés Eloy Blanco, en Giraluna, que circuló en Venezuela en 1954 y en muchas ocasiones dijo el Comandante: “El que tiene un hijo tiene todos los hijos del mundo”.

Estaba viviendo el acontecimiento ético. La vocación de un existir para Otro, para los otros era más fuerte que la amenaza de la muerte: la aventura existencial del prójimo importaba al Yo más que la suya y situaba al Yo como responsable único y elegido, un sujeto que ya no es un individuo cualquiera del género humano. La posibilidad de sacrificio entraba en la perspectiva de la santidad.