Venezuela
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Luis Herrera Campins, involucración en la guerra de las Malvinas

La guerrilla moría con el lanzamiento de los últimos presos políticos desde helicópteros gubernamentales; el capitalismo democrático representativo iniciado por Betancourt se estabilizaba. De resto, el gobierno de Leoni es gris. Pero el mundo no. A la guerra de Vietnam, a la expansión mítica del Che Guevara se unen y en cierto modo responden, dos actos que suceden en los ambientes vaticanos y que retumbarán en el futuro del mundo sin que los simples mortales lo sepan, en el sentido y estilo en que lo hacía también el triunfo de los Estados Unidos en la guerra espacial, que nadie leía como acto de guerra y sería fundamental en la caída de la URSS.

El primer acto lo ejecuta Paulo VI, elegido tras la muerte del Papa Bueno. En su primera presentación pública, anuncia que viajará a Israel. Será la primera vez en casi dos mil años de existen­cia del cristianismo que un Papa visite la tierra cuyos hijos, según la acusación trascendental del cristianismo, crucificaron a Jesús.

La visita es cumplida con los oropeles normales del caso y poco después el pontífice posa su planta otra vez en suelo italiano. Este levantar sanciones con sabor de Inquisición y Edad Media está en el aire de los tiempos y como tal lo vive la gente, pero la cosa está movilizando una alarmada reacción tradicionalista, como lo narra y describe el libro La nueva iglesia montiniana.

Los más viejos de los cardenales vivieron la Primera Guerra Mun­dial y recuerdan que los judíos estaban muy bien con el Kaiser Guillermo II, estaban dentro de sus planes de una guerra que cambiaría y corregiría a Europa, planes en los que participaba Benedicto XV, Papa, como aliado de Alemania. Estaban adentro y la cosa salió mal. La acusación es que los judíos traicionaron a Alemania. «No debe haber confianza con el judío» es idea ratifi­cada por aquella experiencia.

En la Segunda Guerra el papado estuvo con los nazis casi todo el tiempo. Baste recordar las ceremonias diplomáticas (y ciertas fiestas privadísimas) donde el cardenal Pacelli, futuro Pío XII, bendijo los actos de ascenso nazi en su condición de delegado vaticano en Berlín. Fueron actos públicos, como pública y famosa fue la alianza de la Iglesia con Benito Mussolini. Sólo con el triun­fo aliado hubieron de cambiar las cosas. ¿Qué remedio? Hitler ha fracasado y también Mussolini y la Iglesia de Cristo tenía que seguir viviendo. La Iglesia de Roma sufrió la contaminación judaica, el mismo Pío XII hubo de sufrirla, para silente desagrado del ultraconservatismo.

El conservatismo mira con horror al capitalismo y al comunis­mo, con prevención al «social-cristianismo», fórmula burguesa —en Venezuela la expresa Copei— que en sus versiones más avanzadas, asume como verdad las extrapolaciones filosóficas de Teilhard de Chardin, que pretendió mirar a Cristo con distancia de arqueólogo.

La Teología de la Liberación es izquierdista. El franciscanismo, que se conmoviera por la frente arrugada de dolor del hermano hombre, reaparece en jesuitas que ponen el análisis marxista como la manera histórica de vivir a Cristo en el Tercer Mundo. El cura Camilo Torres arma una guerrilla en Colombia; muerto, un orador sagrado de Mérida habría de evo­car y cantar su alzamiento «contra estructuras atornilladas por siglos de incomprensión». Leonardo Boff publica sus tesis. Si a esto se añade que las mujeres han hecho obligatorio el uso del bikini en la playa, y la palabra «revolucionario» es la más usada por los publicistas para adornar y promover los productos de la industria, mientras que el vocablo «tradición» se ha convertido en una mala palabra, hay motivos para que los conservadores se preocupen. En sus círculos muy minoritarios corren espantables revelaciones: en su viaje a Israel, Paulo VI aparentemente se gra­duó de sumo sacerdote judío, reviviendo los orígenes semitas de su apellido. Los estudiosos de los viejos archivos publican textos descubriendo que el apellido Montini, original del papá de Paulo VI, es judío, de la región italiana de Brescia. Judío por las dos ramas. Comienza a decirse que el Papa es masón, todavía no se nombra a la Logia P-2.

Contra Paulo VI, el conservatismo se reúne en torno al cardenal francés Lefebvre. Enemigo de toda «novación», quizá es de justicia definirlo como un nazi incontaminado. ¿Qué tiene que ver esto con Venezuela? El futuro hablará, el mundo es uno solo y en Venezuela caben inversiones, concretamente las del Vaticano. También las hace el Vaticano en asuntos políticos, por ejemplo en la guerra de las Malvinas, en la que estuvo involucrado Luis Herrera Canpins hasta los tequeteques.

El banquero Calvi

Abordemos el asunto por el banquero Calvi, presidente del Banco Ambrosiano, banco central del Vaticano. Se le ha descubierto un desfalco inmenso, ha ido preso pero factores también inmensos lo han liberado provisionalmente, entre ellos

Michelle Sindona, un gangster que había sido invitado al banquete de toma de posesión del presidente Reagan, a quien hizo propaganda en Italia a través de los periódicos y revistas de la cadena Rizzoli, propiedad del Ambrosiano.

El 8 de julio de 1981 Calvi intenta suicidarse en su calabozo, el 20 es condenado a cuatro años de prisión y a una multa de quince mil millones de liras. Ese mismo día sale en libertad provisional y huye de Roma hacia las playas. Va a un caserón a la orillas del mar de Cerdeña como huésped de Filippo Carboni, un hombre a quien en el futuro calificarán de eminencia de la intriga y de des­tructor de Calvi, aunque en uno de los libros que se ocupan del tema se le titula a veces como «el picarón». Es un ambiente de jet set, con aviones alquilados, días de playa, hermosas agentes de la CIA y yates. Calvi viaja en uno de su propiedad, el Magnum Marine. Obtiene relax para su cabeza estresada empuñando el timón horas y horas. Navega con cuidado pues cerca está la costa francesa y tiene prohibición de salida del país. Piazzezi y Bonsanti narran en la página 64 de su libro el interesante encuentro que el banquero tuvo cuando alguien «le sugirió entrar a una pequeña cala, verdaderamente de­liciosa». «Pero alguien había tenido la misma idea, y otra embar­cación había echado ya el ancla. El piloto quiso alejarse de allí, pero ya no era posible, pues desde el otro yate, alguien agitaba el brazo dirigiéndole amplios saludos». Era el ya nombrado Philippo Carboni.

En el yate de Carboni, Calvi conoció a nuevos amigos, por ejemplo Néstor Coll, embajador de Venezuela en Roma; Carlo Binetti, consultor financiero de Nino Andreatta, el nuevo ministro de Hacienda; y Giusepe Pisanu, el más brillante y popular diputado democristiano de Cerdeña.

¿Pero el subsecretario, el consultor Andreatta y el embajador venezolano, sólo habían asistido por casualidad al histórico encuentro?». No, el encuentro de los dos hombres en los yates debe considerarse justamen­te «histórico» porque se lía con acontecimientos históricos.

La colaboración del presidente Herrera con el esfuerzo de guerra argentino para recuperar las islas Malvinas se objetivaba en la donación de misiles de la fábrica Otto Melara. Se requerirían otros. Los dos hombres que se dan la mano sobre la cubierta del yate, representan, uno al país comprador de los misiles y el otro al fabricante.

Protegido del sol por unos len­tes oscuros, contemplaba la escena un hombre de cara serísima y ropa anticuada, contrastante con la de los italianos y aún con la del embajador Coll. Era López Rega, el marido de la presidenta de Argentina y verdadero mandador de aquel país, el que ordenaba los asesinatos. ¿También ordenaría las compras?

El viaje desde Roma hacia el puerto donde abordó el yate lo había hecho el embajador en su carro particular, quiso evitar así la identificación que una placa oficial le hubiera dado a su presencia en la reunión.

Después de narrar el conocimiento del «banquero de Dios» y el diplomático, Piazzezi y Bonsanti acotan, a propósito del resto del paseo que «a Pisanu no le gusta el mar, pero Carlo Binetti y Nés­tor Coll eran navegantes audaces y apasionados. Carboni lo había organizado todo de modo inmejorable (…) las amistades deben nacer con naturalidad para que florezcan en toda su lozanía», con­cluyen irónicamente.

También en el viaje de regreso a Roma, el embajador fue mane­jando. Calvi quería un pasaporte especial, que le permitiera huir a Venezuela. Era seductora la oferta, sus negocios abarcaban, por ejemplo, financiamiento de las películas tituladas El padrino, de Francis Ford Coppola, en cuyo número tres aparecerían anécdotas de intrigas bancarias papales y envenenamiento de papas. Eso podía no interesarle a Coll Blasini pero Calvi significaba cosas más políticas como, por ejemplo, mercado de Rusia abierto, petróleo y Orinoco, estaño y gas de Bolivia, industrialización argentina, in­dustrialización brasileña, canal de Panamá, canal de Nicaragua y Paso Sur argentino, toda, en síntesis, la política de la logia P2, que ya comenzaba a salir en los periódicos por un escándalo vinculado a la guerra de Las Malvinas. Se tenía en contra a Inglaterra y a su servicio secreto, pero todavía era factible arrebatarle Las Malvinas a Inglaterra.  

Lejos de la dulce y tensa Italia, la guerra malvinense continuaba. La compra de los obuses sucedió. La consecuencia estará en el viernes negro, la amenaza de ello estuvo cifrada en la expresión de Herrera Campins el día de recibir la banda presidencial: “Recibo un país hipotecado”. Ahí le habían trancado el juego, pero eso será materia de próximos artículos