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Parece que lo de Pacheco y el fríoes pura leyenda

Algunos pasajes del anecdotario en torno a Pacheco, como el de los burros con canastos, la ausencia del apellido en la zona y en los lados de Galipán, arrojan ciertas dudas

José Jesús Esteves, un descendiente de floricultores canarios que se asentaron en el Camino de los Españoles en el siglo XIX, relata que de niño sus padres se acomodaban a conversar con los vecinos en los ratos de ocio. De cuando en cuando, entre los rumbos de la amena charla, mencionaban el nombre de Pacheco, que bajaba de allá arriba a vender sus flores a La Pastora y Caracas. Años después, de acuerdo a lo que escuchaba, Esteves ubicó a Pacheco en el llamado “bienio”, es decir, en el tercer gobierno de Antonio Guzmán Blanco, alrededor de 1870.

Sin embargo, algunos pasajes del anecdotario en torno a Pacheco, como el asunto de los burros con canastos, la ruta del floricultor, la ausencia del apellido en la zona y en los lados de Galipán, arrojan ciertas dudas, a las que se suma José Jesús Esteves, sobre la existencia del hombre que traía el frío.

Una de las costumbres de quienes habitaban y cultivaban flores en el Camino de Los Españoles era traerlas en un “palo de flores “, que era una rama larga, más o menos gruesa, en la cual, en una especie de balanza, guindaban un poco de flores en un extremo y otra porción en el otro extremo.

“De hecho, así bajaba la gente caminando hasta el mercado de San Jacinto a vender las flores, con el palo en el hombro, igualito que la guinda de agua. Normalmente lo que cargaban en burros y mulas eran cambures, frutas y leche. Los últimos arrieros que tuvo el camino bajaron más o menos hasta los años sesenta y principios del setenta del siglo pasado, entre ellos los primos Alberto García y Ángel García”, asienta José Jesús Esteves.

Esteves, de apellido portugués con “s” al final, nació en el sector Río Grande, cercano a La Guaira por el Camino de los Españoles.

Explica que había dos caminos, el Camino Militar que bajaba por Rio Grande y el Camino de los Españoles, que sale a Quenepe, detrás de la iglesia de Maiquetía. Estos senderos se bifurcan en un punto que llaman los Dos Caminos, uno va hacia La Guaira y otro hacia Maiquetía. En Río Grande hay otra salida, después de pasar una zona que se llama San José de Río Grande, a mano izquierda, que sale exactamente al rincón de Maiquetía.

Redondeando la referencia geográfica, agrega que en la parte donde se bifurcan los dos caminos, el del sur, que es el más plano, sale hacia Quenepe. En alguna parte de ese trayecto, que son varios, hay uno que se llama el Camino de Pacheco, que es la referencia que se tiene en la zona de un tal Pacheco.

“Me imagino que por ahí pudo haber vivido ese señor y su leyenda debió comenzar después de su muerte”, piensa Esteves, quien nació en Río Grande, pero se crio en Sanchorquiz, otro lugar de “allá arriba”.

 “Cuando hablo del cerro, que es allá arriba, no lo digo en el sentido que se le da en la ciudad. Para nosotros el cerro es el campo, la montaña. Entonces, la gente bajaba del cerro con palo de flores para venderlo en San Jacinto “, aclara.

Esteves detalla que viene de una familia de floricultores. Antiguamente, quizá para 1930 o 1940, los sectores de Llano Grande, Campo Alegre, Las Flores, se especializaban en flores. En Galipán se sembraban menos flores, pero agarró fama por la canción de Raquel Castaños, “Los claveles de Galipán “.

En una cronología de sus antepasados relata que su padre, Jesús Esteves Bravo, nació también en Río Grande. El abuelo de su papá, José María Esteves Esteves, llegó en 1884 importado en vientre de Islas Canarias. Nació en aguas internacionales y fue presentado en La Guaira. Ellos llegaron a Puerto Rico y allí unos se quedaron en la isla, otros emigraron a Cuba. Otros Esteves se vinieron para La Guaira. Su esposa, Rosalía Delgado, también es de allá arriba, del sector Las Flores.

“De Pacheco lo que tengo entendido es que era de este cerro, porque los de Galipán salían hacia Caracas por la hacienda Cotiza. Nosotros partíamos directamente hacia el centro de la ciudad, hasta el mercado de San Jacinto y otros sitios. Mi papá, mis tíos, vendíamos flores cargándolas con el palo de flores, pero después se cambió el sistema y se hizo una cesta de madera, que tenía tres espacios o compartimientos. Cada división contaba a su vez con cuatro divisiones, y en cada una se metía un paquete de flores diferentes. En la central, o la más alta, se colocaban las flores largas como las gladiolas o las azucenas. Lo que se sembraba mucho en el cerro eran gladiolas, botón de oro, tulipán, cola e’ gallo, azucenas, margaritas “, recuerda Esteves, ex trabajador jubilado de la Cantv, en la cual impartió clases en la escuela de telecomunicaciones.

Esteves reconoce que en El Camino de los Españoles no hay descendientes de apellido Pacheco, y las personas más viejas tampoco ofrecen referencias directas del personaje. En general se repite la popular historia de que Pacheco era un floricultor galipanero, y que, a principios de diciembre, viniendo del Camino de los Españoles, bajaba a la ciudad entrando por La Puerta de Caracas y La Pastora.

“Allá arriba no hay nadie Pacheco. Cuando yo estaba pequeño ya la leyenda estaba. A mí, como siempre me gustó leer, asocié a Pacheco con Guzmán Blanco, ubicando el momento con las lecturas que hice, pero la única referencia que tenemos es el Camino de Pacheco.

Yo descarto la tesis de que Pacheco salía de Galipán. De aquí a Galipán es bastante lejos. Estaba una carretera hasta una zona que llamaban El Palmar. Si nos paramos del lado de acá, lo llamamos el Picacho del Palmar, pero los de Galipán, del lado de allá, lo llaman el Picacho de Galipán. Es el mismo Picacho. Allí había una pica de burros para ir a Galipán, pero es bastante lejos”, confiesa.

Admite que la hermosa historia de Pacheco puede ser más una invención, pero originada en un personaje real.

Pobladores no dan credibilidad a la existencia del hombre que traía el frío a Caracas.

Pregoneros

Al evocar aquellos años de su niñez como vendedor de flores, Esteves recuerda que las pregonaban por las calles de Caracas y La Pastora. Su padre, José Jesús Esteves Bravo, tenía un vozarrón, solo superado por el gañote de José Sinforiano Esteves, hermano de su padre.

José Sinforiano tenía una voz de tenor; lo buscaban para cantar y participó en una película.  “Mi tío estaba cantando montado en una mata de coco. El director de Bolívar Films lo vio y lo contrató. Trabajó en el filme La Balandra Isabel llegó esta tarde. Sinforiano pegaba un grito en las residencias Mercedes (en La Pastora) y se escuchaba en la avenida Baralt. Mi papá tenía su clientela abajo, nosotros no salíamos de La Pastora. Solamente en la calle principal y en el mercado ya se vendían todas las flores. Los que vendían al mayor bajaban hacia San Jacinto. Mi papá, mis tíos, todos fueron vendedores de flores, al igual que la familia de mi esposa. Estábamos acostumbrados a caminar largas distancias. Mi tío José Antonio vendía flores hasta en San Agustín, caminando con el palo de flores”, dice José Jesús.

Allá arriba, cuenta, eran pobres pero felices. Se levantaban temprano. Con su padre ordeñaba las vacas, se tomaba el primer vaso de leche directamente de la ubre, dice Esteves, desde su casa ubicada al costado de la empinada calle que conduce al Camino de los Españoles, en La Pastora, por La Puerta de Caracas. Desde el amplio y abierto balcón de su hogar se disfruta de una espectacular y magnífica vista de Caracas. La mirada abarca gran parte del este, todo el centro, el sur y el oeste de la ciudad. A su casa llegan las bolsas del Clap que luego se reparten a la comunidad.

Rosalía Delgado, esposa de don Esteves es descendiente de canarios. “El matrimonio de mi mamá fue en burro ya que no tenían carro para subir. Mi mamá tuvo ocho muchachos atendidos por una partera, la señora Sabina, muy famosa. Era curandera, sobaba. Yo digo que crecimos como el Comandante Chávez: dormíamos en colchones y no me da pena decirlo, cortábamos hojas de cambures y de allí hacíamos los colchones; dormíamos felices. Empapelábamos la casa con periódicos y allí aprendimos a leer. Cargábamos agua del manantial en burro. Cuando llegaba el frío se decía llegó Pacheco. Nos alumbrábamos con lamparitas de gasolina y se planchaba también con plancha de gasolina”.

Con los sentidos copados

Félix Pérez vive, en el Camino de los Españoles, en una casona construida sobre una cuesta por la que asciende lentamente la neblina, arropando todo con su velo blanco. Por estos días cultiva caraotas en la ladera.

Dice, mirando a José Jesús Esteves, que por allí todos tienen la misma raza. Son descendientes de canarios.

De Pacheco menciona lo que se ha puesto en las crónicas y escritos: que baja por La Pastora, que vendía flores.

“Lo importante es que se mantenga esa tradición. Lo de Pacheco no es tan viejo, hará unos treinta años que se oye hablar de Pacheco. Mi padre decía que estaba haciendo frío, pero de Pacheco no me acuerdo”, relata.

“La venta de flores se hacía todo el año. La gente bajaba con su palo de flores. Los cargaban desde El Palmar. Del viejito Carlos Álvarez se dice que agarraba un palo de flores que pesaba como 60 kilos y llegaba hasta Puente Hierro. Yo cultivaba flores cuando se conseguía semillas. Había botón de oro, margaritas, pero las clásicas eran el nardo, la azucena, el statis. Todavía hay quienes venden flores. Eso era folclórico en la Puerta de Caracas, los viernes y sábados. Luís López todavía anda con sus flores por ahí. Es el último florero que queda”, dice.

Félix Pérez relata un pasaje que describe la delicia de aquellos parajes donde vive. Le sucedió cuando trabajaba en otro terreno, donde tenía sembrado flores, entre ellas, claveles y nardos.

Una de esas tardes de verano salió a regar. Subiendo agarró unas guayabas sabaneras y se fue comiendo los frutos.

Llegó arriba, comenzó a regar y siente aquel olor tan exquisito de los claveles y los nardos, que dan más olor en la tardecita. Escucha a las paraulatas invierneras, que cuando se va acabando el verano empiezan a cantar en los copos de los árboles. A lo lejos se formó un crepúsculo. Siente en el cuerpo algo sabroso. Divino. Le pega aquella brisita en la cara. “Tengo copado los cinco sentidos en un deleite”, afirma. “Imagínese el olor tan exquisito de las flores, el sabor de aquellas guayabitas, la vista tan hermosa del crepúsculo en la tarde, oyendo las paraulatas y la brisa que me pega en la cara. Era una cosa tan divina. Eso no lo sienten en ninguna parte. Yo digo que no hay como el campo. Ahí es donde se vive. Uno ve el desperdicio que hay en Caracas con tantos muchachos como para trabajar en los campos, y se pierden ahí. Pierden la fuerza y pierden la vida”.

Estación del tranvía en Caño Amarillo.

El que trae el frío era checoslovaco

Ana Teodora Fernández Alfonzo de Gutiérrez solía decir que el frío de Caracas no estaba relacionado con alguien de apellido Pacheco, sino que se debía a unos checoslovacos que colocaban los rieles de la estación Caño Amarillo y no les afectaban las bajas temperaturas. Entonces, cuando en la Caracas de fines del siglo XIX y principios del XX el clima obligaba al uso de abrigo y cobijas, en los meses de diciembre, enero y febrero, la gente comentaba, “ese frío es pa’ checoslovacos”, “ese frío es pa’checos”, “hace un frío pacheco”. Aunque la evolución del término sigue siendo una incógnita, lo cierto es que, para comienzos del siglo XX, ya se asociaba el intenso frío caraqueño con la palabra pacheco. Con el paso del tiempo se originó una leyenda y Pacheco pasó a ser un floricultor de Galipán, de barba y sombrero, que entraba a la ciudad capital por la Puerta de Caracas, con unos burros cargados de flores. Con Pacheco y el frío también llega la navidad.

Ana Teodora Fernández Alfonzo de Gutiérrez es la bisabuela de Elio Araujo Henríquez, profesor titular, ya jubilado, del departamento de matemáticas de la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Carabobo.

Araujo, siendo un niño, escuchaba en el círculo familiar la relación que solía hacer doña Ana sobre el frío caraqueño.

“Ese cuento de mi bisabuela tengo años oyéndolo. Se lo mandé al cronista de Caracas hace como cinco años. También se lo mandé en estos días a Horacio Biord Castillo, presidente de la Academia de la Historia del estado Miranda, y presidente de la RAE en Venezuela”, señala Elio Araujo.

Araujo, refiriéndose al enigma de Pacheco, explica que “con la llegada de la época del frío a Caracas, en los meses de noviembre, diciembre y enero, a finales del siglo XIX y comienzos del XX en la ciudad de Caracas se comenzaron a colocar los rieles del tranvía con personal extranjero, con ingeniero y técnicos de nacionalidad checa, ciudadanos del Imperio Astrohúngaro. El común de las personas decía que ese frío que hace en Caracas es para checos. La expresión dio paso a Pacheco, y nada tiene que ver con un agricultor de idéntico apellido que supuestamente venía a Caracas en el mes de diciembre”.

En relación a su bisabuela señala que era hija de Brígida Alfonzo Canosa de Fernández, quien tuvo cinco hijos, cuatro hembras y un varón. Las hembras: Ana Teodora, Carmela, Josefina (Pepita) y Rosa Amelia y el varón, Agustín, quien falleció el año de 1917 a causa de la gripe española y el vómito negro, pandemia que duró de 1916 a 1918; misia Brígida murió de tristeza seis meses después de su hijo.

 “Mi bisabuela Ana Teodora Fernández Alfonso de Gutiérrez, de origen canario, era prima hermana de la mamá de Eloy Pérez Alfonso (Míster Chips) y de Juan Pablo Pérez Alfonso, uno de los fundadores de la Opep. Misia Carmen Modesta Gutiérrez Fernández, mamá de mi padre, hija de Ana Teodora, había nacido en un pueblito español, Avilés, el pueblo de los grandes hornos, en el reino de Asturias, España, entre los años 1899 y 1900. Llegaron al puerto de La Guaira a finales del año 1900”, confiesa Elio Araujo.

“Frío excesivo”

El profesor Araujo detalla que en el libro “Glosario del bajo español en Venezuela”, de Lisandro Alvarado, aparece registrado el término Pacheco como “frío excesivo. Usase en Caracas”. Esta obra fue publicada en 1929, año en que también falleció el autor. El prólogo del libro, del mismo Lisandro Alvarado, data de 1926.

Araujo comenta que, en la obra de Enrique Bernardo Núñez, cronista de Caracas durante 25 años, no se dice nada respecto a Pacheco. Otras fuentes consultadas, en relación a las investigaciones de Lisandro Alvarado sobre nuestra lengua, incluyendo las indígenas, refieren que para inicios del siglo XX ya había escrito sobre el lenguaje popular venezolano.

En un escrito de Omar Garmendia rastreado en la web se indica que “Diversos autores estimables y respetables, dentro de la lexicografía venezolana, ya habían producido y publicado estudios, algunos de ellos fragmentarios y otros de carácter didáctico o polémico sobre la lengua criolla, pero que no llenaban las aspiraciones que Lisandro Alvarado se proponía como objetivo, como lo era el estudio exhaustivo del léxico popular en forma de diccionario, tal como lo había emprendido la mayor parte de las repúblicas latinoamericanas.

El estudio fechado en 1903 en Guanare, pero publicado en Caracas el 15 de enero de 1904 en el “El Cojo Ilustrado”, denominado Ideas sobre la evolución del español en Venezuela, involucra algunos principios que encaminan al autor para la elaboración de futuros glosarios: el de las voces indígenas, publicado en 1921, y los contenidos en la obra de 1929, que comprenden las Acepciones especiales y el Glosario del bajo español en Venezuela.

En el Diccionario de Historia de Venezuela, publicado por la Fundación Polar, se asienta que “La preocupación que mueve a Alvarado a emprender la monumental y prodigiosa obra lexicográfica a la que dedicó veinte años de su vida, lo llevó a recorrer casi todo el país, recolectando palabras y estudiando en el terreno la realidad nacional: sus paisajes, la fauna, la flora, las costumbres y tradiciones populares, la manera de hablar de los pobladores, el léxico del llano, la montaña, el litoral, y el de los pueblos indígenas que conoció y cuya lengua estudió de primera mano y aun en la literatura nacional, para dejar como legado una obra fundamental y hermosa en nuestro país”.

De manera que si para inicios del siglo XX ya los caraqueños de forma extendida asociaban el término pacheco con el excesivo frío, como lo recogió Lisandro Alvarado en su obra, entonces cobra fuerza el testimonio de doña Teodora sobre los checos y la colocación de los rieles de la estación Caño Amarillo, que era el terminal en Caracas del tren que empalmaba a La Guaira con la capital. A la estación de Caño Amarillo también llegaban los tranvías, de modo que allí se conectaban los dos sistemas de transporte.

El tren Caracas-La Guaira fue inaugurado por el entonces presidente Antonio Guzmán Blanco el 25 de julio de 1883, como parte de los festejos por el centenario del nacimiento de Simón Bolívar.

Los tranvías comenzaron a funcionar en Caracas en 1882, prestando servicio de transporte entre la plaza Bolívar y Palo Grande. En 1885 el tranvía extiende sus operaciones entre la plaza Bolívar y el ferrocarril Caracas-La Guaira.

Es en esa Caracas finisecular donde el ingenio popular fue tejiendo lo que después, a lo largo del siglo XX, en crónicas publicadas en prensa, se armó un relato en torno al personaje llamado Pacheco.

La versión, mayormente repetida y distorsionada en cuanto escrito aborda el frío decembrino, indica que “El origen del nombre Pacheco viene dado por el floricultor galipanero Antonio Pacheco, que vivía en el Ávila en la época de la Caracas de los techos rojos. A partir del mes de noviembre, el señor Pacheco bajaba del Ávila huyendo del fuerte frío y su destino era la ciudad de Caracas.

Pacheco llegaba a Caracas por el Camino de los Españoles y entraba a la ciudad por la Puerta de Caracas, en La Pastora, ahí vendía sus flores frente a la Iglesia de la zona y aprovechaba para descansar del viaje. Después del descanso, seguía su camino hacia el Mercado de las Flores de San José, en donde junto a otros galipaneros, terminaba de vender sus flores. Este recorrido lo realizaba tres veces a la semana, subía y bajaba con sus burros y sus flores, entre el mes de noviembre hasta finales de enero y regresaba nuevamente, en noviembre. Por eso, los caraqueños asociaban el frío cuando Pacheco llegaba a la ciudad y exclamaban; Allí viene Pacheco, Bajó Pacheco o Llegó Pacheco”.

Con la era digital, las redes sociales y la proliferación de páginas web, en las que muchas mentiras circulan libremente sin proceso de verificación, la leyenda de Pacheco se ha ido llenando de disparates. En algunas crónicas, aliñadas por la imaginación, se les colocan nombres a los burros del floricultor, se describe la vestimenta de Pacheco y algunos rasgos de su modo de ser.

 “Guácimo, Chola y Cachirulo se llamaban las bestias de carga que, como en una extraña puesta en escena, hacían su entrada, bien temprano, a la nebulosa y fría ciudad de Caracas de 120.000 habitantes (…) Vestido con una ruana tipo andina. De andar pausado y de mirar confiado, el vendedor de flores de apellido Pacheco y nombre desconocido, difícilmente pasaba inadvertido junto a su comitiva en aquella apacible y aburrida Caracas, donde nunca ocurría nada (…) Guácimo, Chola y Cachirulo casi no podían distinguirse en medio de su inmenso cargamento de ramos de flores. Pacheco, desde lejos, parecía un hombre que halaba tres inmensas paletas de pintor atiborradas todas, con colores exóticos y fragancias exuberantes, las cuales esparcía a su paso sin mezquindad”, apunta uno de estos escritos.

La neblina entra a las casas en horas de la mañana.

Flores y floreros

Testimonios recogidos en La Pastora, en el Camino de los Españoles y el mercado de Las Flores, en San José, ponen en entredicho la leyenda de Pacheco y la existencia del personaje, por lo cual resultan más creíbles los comentarios de doña Ana Teodora Fernández Alfonzo de Gutiérrez en torno a los checoslovacos y el frío caraqueño.

El tradicional cuento sobre Pacheco contiene inexactitudes. El armazón no cuadra en sus partes. El relato se fue armando y asentado sin agarres en el escenario donde ocurre.

En primer lugar, el apellido Pacheco es totalmente desconocido tanto en Galipán como en el Camino de los Españoles. No hay descendientes del agricultor y nadie en el pasado, de acuerdo a la tradición oral, lo conoció de “trato y vista” u oyó mencionarlo. La versión que se reporta es la misma levantada en Caracas.

José Jesús Esteves, descendiente de floricultores canarios, y técnico jubilado de Cantv, institución en la que dictaba talleres de telefonía, y Félix Pérez, ponen en duda de que Pacheco bajara a Caracas con claveles, rosas o gladiolas montadas en burros, ya que las mismas se traían en el llamado “palo de flores”, que consistía en una vara, en cuyas puntas o extremos se guindaba un recipiente, uno en cada lado, en el cual se colocaba las flores. El palo se llevaba en hombros. En los burros se cargaban frutas y otros rubros.

Esteves y Pérez, nacidos y criados en el Camino de los Españoles, explican que la ruta tradicional de los galipaneros para bajar a Caracas era, y todavía lo es, por los lados de Cotiza, desde donde se llegaba al mercado de Las Flores, en San José. Caminar de Galipán a Caracas por el Camino de los Españoles ameritaba un recorrido largo sin mucho sentido.

Félix Pérez dice que la venta de flores en Caracas no se limitaba a diciembre. “La venta de flores se hacía todo el año. La gente bajaba con su palo de flores. Los cargaban desde El Palmar. Del viejito Carlos Álvarez se dice que agarraba un palo de flores que pesaba como 60 kilos y llegaba hasta Puente Hierro. Yo cultivaba flores cuando se conseguía semillas. Había botón de oro, margaritas, pero las clásicas eran el nardo, la azucena, el statis. Todavía hay quienes venden flores. Eso era folclórico en la Puerta de Caracas, los viernes y sábados. Luís López todavía anda con sus flores por ahí. Es el último florero que queda”, dice.

Jesús Esteves y Félix Pérez.