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¿Quién mató a Bilicuín? Vinicio Díaz Añez (Parte 2)

El collar de William Eddleman Queen tenía semillas pequeñas hilvanadas en forma de eslabones prensados a una fina cuerda de piel de caballo, menos una que era de color negro y de mayor tamaño que sobresalía del resto porque estaba atenazada a la caída o parte inferior del amuleto. A esta última semilla los fanáticos la compararon con una “pepa de zamuro”, en alusión al popular objeto místico que, según las creencias populares venezolanas, posee poderes extraordinarios para conjurar la mala suerte y la envidia, incluso, enfermedades.

“¡Bilicuín, cuidao te sacaís un ojo con esa pepa de zamuro! fue una de las primeras expresiones que escuchó desde las gradas cuando se paró por primera vez a batear como quinto bate en la alineación del Pastora.

En un principio a los jugadores de Pastora no les llamó mucho la atención el amuleto de Bilicuín. Lo consideraron uno de los tantos objetos supersticiosos de los que se valen algunos peloteros para tener confianza y suerte en un partido. En una ocasión le preguntaron el origen y razón del porqué usaba el collar, y Bilicuín explicó que se trataba de una “cuenta de arvejas”, así lo describió, que había recibido a los 16 años de parte de su abuela materna para protección espiritual. Dijo además que su abuela materna tenía descendencia de los indios Yuchi, los primeros habitantes que vio el conquistador español Fernando de Soto cuando incursionó  con sus huestes por el sudoeste de norteamérica. Aseguró que la pieza en cuestión suelen llevarla los miembros de esa antigua tribu para recibir la protección de sus antepasados fallecidos.

Nunca aclaró, tal vez porque no se lo preguntaron, qué tipo de semillas eran las que se utilizaban para hacer el collar. Pero en 1957, el acreditado periodista deportivo Alejandro Borges, quien tenía una columna semanal  en el diario Panorama bajo el seudónimo  El de Las Gafas, luego de indagar acerca del amuleto de Bilicuín en la edición de la Enciclopedia Inglesa de 1950, escribió que se trataba de una pieza casi sagrada, confeccionada por las mujeres más viejas de la tribu Yuchi con semillas de la secoya roja, un árbol milenario que existe en Georgia, el cual para poder alcanzar los poderes de protección que le asignaban debía someterse a un rito especial de consagración antes de colgarse en el cuello. De todos estos detalles imaginamos que ni el mismo Bilicuín debió estar enterado.

María Felicia conoció a Bilicuín el primer sábado de octubre a la salida del Estadio Olímpico, luego de finalizar el partido inaugural de la temporada 1954 – 1955 que tuvo como protagonistas a Pastora y Gavilanes. Fue una tarde calurosa en la que los pastoreños superaron a su  eterno rival en un apretado partido cuyo final fue de 3 carreras por 2. Esa carrera de diferencia tuvo como artífice al forastero Bilicuín. Con un corredor en la primera base y otro en la segunda, le correspondió el turno al bate al norteamericano. Era la novena entrada, la pizarra marcaba dos outs y Pastora fungía como home club. Al tercer lanzamiento del pitcher, Bilicuín conectó una trepidante línea al centerfield que le permitió al corredor de la segunda base llegar a home sin mucha dificultad, anotando así la carrera de la victoria.

Fue el héroe del partido ese caluroso sábado y con un estadio repleto de asistentes. Por su hazaña recibió una ovación atronadora de parte de los fanáticos del Pastora, quienes desde la tribuna no cesaban de repetir: Bilicuín, Bilicuín, Bilicuín…! Ese hit fue por la pepa de Bilicuín!

Nació así la frase la Pepa de Bilicuin, la cual fue extendiéndose y afincando su arraigo verbal entre el público beisbolero en la medida en que Billy Queen iba participaba en cada uno de los encuentros. No obstante, comenzaron a surgir igualmente  frases de todo calibre para juzgar y calificar situaciones nada comunes dentro o fuera del estadio donde la palabra Bilicuin estaba casi siempre presente, pero sobre todo en torno a la eterna rivalidad entre los equipos Pastora y Gavilanes, ya que cada vez que Pastora, donde militaba Billy Queen, vencía a sus archienemigos, sus partidarios expresaban eufóricos: “Ni con la Pepa de Bilicuin nos gana Gavilanes”.

María Felicia conocería a Bilicuín una vez concluido ese partido inaugural de la temporada. Fue un encuentro que desde el principio no le no agradó para nada a Emercio González Tigrera, el padre de María Felicia, quien era un experto conocedor del béisbol, propietario de una piragua con la que comercializaba plátanos traídos desde Santa Bárbara, pero, sobre todo, fanático radical del Gavilanes y profundo detractor del Pastora al que odiaba a muerte. Emercio González Tigrera tenía un sentimiento de afinidad beisbolera muy arraigado hacia Gavilanes que lo había transmitido a toda su familia, y lo confirmaba cada vez que podía con una expresión lapidaria que solía emplear para dejar por sentada su lealtad: en mi casa hasta el perro es gavilanero.

Cada vez que Pastora derrotaba a Gavilanes, Emercio González Tigrera y su familia eran los últimos en salir del estadio. El retardo era deliberado y no tenía otra finalidad que evadir los comentarios y las burlas de los partidarios de Pastora luego de concluido el juego. En esos tiempos la tribuna izquierda del Estadio Olímpico la ocupaban los partidarios del Pastora, y la del extremo derecho los de Gavilanes, así era de fuerte la rivalidad. El mencionado estadio se convertía virtualmente en una torta partida por la mitad, producto de un antagonismo que no admitía tonos grises.

Una vez concluida la última entrada, ambos bandos descendían por las escalares y confluían en el zona de entrada del estadio donde se producía un intercambio de burlas, chanzas y hasta insultos que, en ocasiones, podían terminar en furiosas riñas de no ser por la intervención oportuna de los agentes policiales. Al quedar despejado el panorama, Emercio González Trigrera autorizaba el descenso desde la tribuna a su esposa Eloísa Iguarán, a  María Felicia, su hija mayor, a Eduviges del Carmen la del medio, y a Gerardo Antonio, el menor de la familia. Era un ritual que se cumplían al pie de la letra y bajo la autoridad del patriarca de la familia desde 1938, año cuando fuera fundado el equipo Gavilanes por los hermanos Ernesto y Luis Aparicio Ortega.

Bajo el umbral de la puerta principal del estadio, entre los dos locales de venta de entrada, se encontraba la familia González Iguarán esperando el bus de la ruta Hospital que los llevaba hasta su casa en la Calle Carabobo, en el centro de Maracaibo, cuando inesperadamente se presentó Bilicuín.

El primer sorprendido fue Emercio González Tigrera cuando vio a aquel fornido jugador de 24 años, rubio como el trigo que se cultiva en su pueblo natal, de 1.90 metros de estatura y dotado de una corpulencia similar a la de los negros recolectores de algodón de Georgia. Las tres mujeres de la familia no ocultaron tampoco la impresión que les produjo la presencia del pelotero. Eduviges lo miró con seriedad de pie a cabeza, María Felicia sintió que las piernas le temblaban y un cardúmen de maripositas comenzó a revolotear incesantemente en su estómago, Eduviges quedó sumergida en un trance y sus ojos de quinceañera quedaron por varios minutos con la mirada fija en el rostro del gringo, y Gerardo Antonio, el menor de la prole,  reaccionó con una euforia descontrolada que lo llevó a gritar a su padre “mirá, papá, ese es el raigtfild del Pastora”.

“Si, lo que faltaba, que se nos acercara un esbirro del Pastora”, rezongó con desdén Emercio González, y de seguidas ordenó a todos subir al bus de Hospital que en ese justo instante había estacionado para que subieran los pasajeros. Su orgullo gavilanero estaba muy herido para mostrar algún gesto de cordialidad, menos aún para con un jugador del Pastora, quien, para colmo, había sido el responsable de empujar la carrera que marcó la derrota de sus Gavilanes.

“Que no se le ocurra sentarse al lado de nosotros porque le doy un empujón”, le dijo en voz baja a su esposa Eduviges para que nadie en el bus lo escuchara. “Ve que tenéis todas las de perder”, advirtió Eduviges, mirando a su marido de la cabeza a los pies, como para recodarle que con su exigua corpulencia y poca estatura estaba limitado a hacerle frente al gigantón norteamericano.

A veces los chiquitos damos la sorpresa, acordate de David y Goliat”, rezongo en tono bajo el humillado comerciante ante la advertencia de su esposa. (Continuará mañana)