Argentina
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"Poblar un territorio hostil": exhiben por primera vez asombrosas imágenes de los habitantes del Delta del Paraná de hace 150 años

Juan Müller tenía 16 años cuando en 1868 se embarcó en un velero rumbo a Buenos Aires. Pedro, su padre, había llegado al país diez años antes. Como él, Juan Müller decidió cambiar los fríos fiordos de su Noruega natal, por las aguas más barrosas y templadas del Delta paranaense. 

A su padre le tocó ser uno de los primeros pobladores de ese territorio, vacío y desordenado, del cual la dinastía Müller terminó siendo patriarca. A Juan, registrar fotográficamente ese proceso. ​Los más de 400 negativos de las fotos que tomó sobrevivieron la humedad y el olvido por más de 150 años.

Hasta que una serie de episodios, fortuitos y no tanto, los condujeron hasta el Centro de Investigación Fotográfico Histórico Argentino (CIFHA). Retratos anfibios. Juan Müller y las primeras fotografías del Delta se llama la muestra que ahora presenta esas asombrosas imágenes por primera vez al público.

"Retratos anfibios. Juan Müller y las primeras fotografías del Delta". Gentileza CIFHA
"Retratos anfibios. Juan Müller y las primeras fotografías del Delta". Gentileza CIFHA

La muestra consta de 21 fotos, copiadas en los laboratorios de Fundación CIFHA por el químico Emilio Casabianca, bajo la supervisión de Alfredo Srur, fundador y director ejecutivo de la Fundación, y principal responsable de la recuperación del archivo.

Srur mantiene a fuerza de pasión el trabajo de CIFHA, cuyo espacio físico también es obra de una amorosa recuperación y puesta a punto: ubicada en el barrio de la Boca, aquella vieja casona donde hoy funcionan el laboratorio y el archivo, fue antes pulpería y conventillo. Con esta muestra ha quedado inaugurado, además, Fotoespacio 1101, su sala de exposiciones.

Poblar un territorio hostil

Las copias nuevas, realizadas a partir de los antiguos negativos, dejan ver no sólo el paso del tiempo anidando entre los haluros de plata, sino las singulares dotes de un fotógrafo que, aunque amateur, sabía muy bien lo que estaba haciendo cuando disparaba cada imagen.

“La estética de Müller es extraña –comenta Srur–. Sus fotografías son muy personales, pero a la vez parece haber sido muy consciente de que estaba registrando el proceso que implica poblar un territorio hostil”.

“La estética de Müller es extraña", comenta Alfredo Srur. Foto GG Adrasti
“La estética de Müller es extraña", comenta Alfredo Srur. Foto GG Adrasti

Hombres hirsutos con sus guadañas en la mano, paisajes caóticos en los que se fusiona la blandura de plumerillos y totoras creciendo a la vera del río, con las prolijas pilas de troncos que dejan los aserraderos a su paso. Rostros enjutos con el sol de frente, cuerpos distendidos en las horas de descanso, mujeres de mirada baja, de sonrisa sumisa. Niños y perros creciendo entre la bruma y el aserrín.

Además de un documento histórico inigualable, las fotos de Müller son de una belleza desenfadada. Sus encuadres sugestivos, las porosidades y barridos que aparecen, consecuencia de un mundo que se mueve delante de una cámara que, todavía en ese entonces, tiene tiempos lentos. Preparadas y espontáneas. Imprecisas y aun así implacables. Son las fotos de un aficionado del siglo XIX. También, las que más de un fotógrafo del siglo XX hubiese deseado tomar.

Pero no sólo hay una historia detrás de cada foto. El proceso mediante el cual estas imágenes llegaron hasta esta sala de exposiciones también está lleno de errancias y pequeñas aventuras. Cuenta Srur que las primeras imágenes le llegaron a través del cineasta Eduardo Yedlin quien, navegando un día de 1990 por las aguas del río Carapachay, terminó llevándose con él a tierra firme una extensa colección de fotografías.

Además de un documento histórico inigualable, las fotos de Müller son de una belleza desenfadada.
Además de un documento histórico inigualable, las fotos de Müller son de una belleza desenfadada.

Había bajado del bote a ver de cerca aquella casa abandonada. Fue el casero (último habitante de la mansión de los Müller después de la muerte del último descendiente) quien lo invitó a recorrerla y le entregó, de adentro de un mueble de madera, las fotos.

“Los Müller habían tomado una serie de medidas constructivas para evitar el calor y la humedad del Delta, como canales de ventilación cruzada y paredes de adobe. Eso hizo que las fotos, olvidadas en un armario, sobrevivieran en buenas condiciones por 150 años”, explica Srur.

Otras tantas imágenes le llegaron de la mano de su colega, el fotógrafo Enrique García Medina, quien un par de años después del hallazgo de Yedlin encontró, junto a unos amigos con quienes pasaba tiempo en el Delta, unos cuantos negativos listos para ser arrojados a la basura entre botellas y revistas antiguas. El resto las halló el mismo Srur, a través de un anticuario al que suele acudir en busca de viejas gemas del pasado.

Después de dos años y una pandemia mediante, la investigación que la historiadora Mariana Rosales llevó a cabo para CIFHA pudo reponer mucha información alrededor de estas imágenes.

Srur y Rosales analizaron (junto a especialistas de la UBA) los más mínimos detalles, como la trama de las telas o el diseño de los botones en la ropa de los fotografiados, para poder dar cuenta de una época, datar y contextualizar estas imágenes tan elocuentes, y sin embargo mudas.
Srur y Rosales analizaron (junto a especialistas de la UBA) los más mínimos detalles, como la trama de las telas o el diseño de los botones en la ropa de los fotografiados, para poder dar cuenta de una época, datar y contextualizar estas imágenes tan elocuentes, y sin embargo mudas.

Casi como un par de detectives en plena pesquisa, Srur y Rosales analizaron (junto a especialistas de la UBA) los más mínimos detalles, como la trama de las telas o el diseño de los botones en la ropa de los fotografiados, para poder dar cuenta de una época, datar y contextualizar estas imágenes tan elocuentes, y sin embargo mudas.

La existencia de un par de álbumes, con copias comentadas de muchas de las mismas fotografías, en el Archivo Iberoamericano de Berlín, allanó en parte el camino, permitiendo identificar a los personajes y ubicarlos en el tiempo.

Habían cruzado el océano hacia Europa como un obsequio del mismo Müller al arquitecto Carlos Altgelt, quien después de una temporada en Argentina decidió regresar a la Alemania de sus padres, llevándose con él las fotos de su amigo.

Entre las muchas bondades de los negativos de vidrio, una es el grado de precisión que ofrece a la hora de hacer copias de las fotos, impensado en esta era digital, donde las ampliaciones suelen terminar, tarde o temprano, en ruidosos píxeles.

Los nostálgicos reorientan el culto a lo analógico con las llamadas copias vintage (copias de época, muchas veces realizadas por el mismo autor de las fotos), que se han disparado en el mercado, invadiendo colecciones y muestras.

Entre las muchas bondades de los negativos de vidrio, una es el grado de precisión que ofrece a la hora de hacer copias de las fotos.
Entre las muchas bondades de los negativos de vidrio, una es el grado de precisión que ofrece a la hora de hacer copias de las fotos.

Sin embargo, el valor y atractivo de los negativos de vidrio permanece opaco para la mayoría de las personas. “Nadie los quiere porque son frágiles y complejos de copiar, pero para mí son como una cápsula del tiempo –cuenta Srur–. En ellos ha impactado directamente la energía del pasado”.

Esa misma energía es la que hoy llega hasta nuestros ojos a través de las fotos de Müller, y el eximio trabajo de CIFHA, que ya lleva rescatados varios archivos fotográficos de las fauces del olvido. E invitándonos a pensar qué futuro queremos para nuestro –algunas veces, como esta, sorprendente– pasado.

Ficha

Retratos anfibios. Juan Müller y las primeras fotografías del Delta
Dónde: Fundación del CIFHA, Gral. Daniel Cerri 1101, La Boca.
Cuándo: miércoles de 13 a 17 y los sábados de 14 a 18. Hasta el 3 de noviembre.
Entrada: gratuita, previa reserva en fundación.cifha@gmail.com.

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