Mexico
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CAMINITO DE LA ESCUELA

Este es un recorrido cronológico de mi paso en las aulas; se trata por razones de espacio, de una síntesis de las diferentes etapas de mi educación formal.

Apolonio M. Avilés.

“Las hojitas, las hojitas,

de los árboles se caen,

viene el viento y las levanta,

y se ponen a bailar”.

Así cantábamos en el jardín de niños al cual tuve la fortuna de asistir, como lo hicieron también mis hermanos. Ingresé a principios de los años 50, y recuerdo a la directora Maruca Peña como a una mujer estricta, a Cecilia Rodríguez, que era una educadora muy bonita, y a la señorita María, que nos apretaba las tuercas, y corría a traernos del fondo del plantel, cuando inútilmente tratábamos de evitar el pinchazo de las agujas en las campañas de vacunación.

Fue una época muy feliz de mi vida, y pienso que este kínder constituye uno de los mejores ejemplos de las bondades de la educación pública de nuestra ciudad. Hace días al pasar por la calle de Juárez, observé a los padres de familia esperando la salida de sus pequeños, igual que hace 70 años.

Colegio Ignacio Zaragoza. Allí cursé la primaria, en el edificio de la calle de Hidalgo, al sur, para terminar la secundaria en las instalaciones actuales. La señorita Irene Cepeda me enseñó a leer y a escribir. Hace unos meses, convivimos mi esposa y yo con ella y su hermana Ana María. En cuarto grado, la profesora Esther Amador Páez, nos impartió importantes lecciones académicas y de vida.

A partir de quinto de primaria nuestro profesor titular fue Antonio Deloya, recién salido del cascarón; hermano lasallista quien nos impartió varias materias, era un romántico que gran parte del tiempo cantaba “Gema” de los “Dandys”. Otro hermano fue el profesor Servando de Alba, una eminencia que dominaba la física y las matemáticas. “Catón” nos ponía a leer el poema del “Cid”, despertando mi afición por la literatura, mientras que el licenciado José Fuentes, nos instruyó con sapiencia en el estudio del civismo y las leyes.

El Colegio México. Hice mi primer año de bachillerato, que era muy completo, siendo afortunado de que el profesor Miguel Ángel Perales nos impartiera la cátedra de etimologías, que después supe, ofrecía la UNAM a nivel profesional. Salvador Durón, el “Camarón” dominaba el álgebra con maestría.

Tecnológico de Monterrey. En segundo de bachillerato, recuerdo a Giancarlo von Nacker, quien nos abrió las puertas al fascinante mundo de Theilhard de Chardin, y a la señora Gossler, maestra de literatura. En profesional, Román de la Fuente, me enseñó los principios básicos de la “dismal science,” y en el último año, nos encargó la lectura de “Posdata” de Octavio Paz.

Mención especial merece Hermann von Bertrab, jesuita, ya que además de economía, nos abrió los ojos a la cultura, las artes, la historia, etc. Fue un gran humanista, quien en 1968 dejó su ministerio religioso para trabajar en varias empresas, y cuando la negociación del TLC a principios de los 90, desde nuestra embajada en Washington, contribuyó a promover el acuerdo comercial.

Estando de profesor visitante en la universidad de Tennessee, en el otoño de 1991, von Bertrab me facilitó información para impartir unas conferencias sobre la relación comercial entre nuestros dos países. También fue maestro de Herminio Blanco, negociador en jefe del tratado, quien lo apoyó para esta labor de promoción. Asimismo, entre sus alumnos, puedo mencionar a mis amigos y colegas, Luis Antonio Valdés, Enrique Martínez, Eloy Dewey y Bernardo Meza.

Hermann fue importante, pues con su ejemplo nos enseñó, que para salir adelante en la vida, no bastan los conocimientos profesionales, se requiere además de un bagaje cultural, que nos permita comprender el mundo y tener confianza en nosotros mismos, para alternar con las personas bajo cualquier circunstancia. Muchas, muchas gracias, a mis maestras y maestros; nunca habrá agradecimiento suficiente para compensar su magisterio y su ejemplo.