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¡Tenemos tarea!

Un maestro se quejó amargamente de sus alumnos. “Para todo preguntan, ‘¿Por qué?’ Quieren saber por qué y para qué son los materiales y los temas de la clase. Cuestionan para qué les servirá cada ejercicio, cada lectura, cada tarea.”

Al escuchar al maestro, pensé que lo que realmente quieren saber los alumnos es el para qué de la vida misma, y como no alcanzan aún formularse preguntas tan profundas y desesperantes, desahogan la frustración, sin poder ubicar su origen, pidiendo razones y significados inherentes, mientras los adultos (quienes tampoco sabemos el por qué ni el para qué de las cosas) reaccionamos como lo hacemos ante los niños de 3 o 4 años que continuamente nos bombardean con solicitudes de explicaciones.

Los maestros encargan materiales y cualquier cantidad de actividades en base a programas establecidas. Supongo que saben o intuyen o planean que todo eso que encargan llevará a los alumnos a un destino final, a un resultado, a un aprendizaje. Las intenciones son buenas, pero creo que entre el punto de partida y el resultado existe una falta de comunicación más que menos total.

Los maestros tampoco tienen las respuestas a las preguntas sobre el significado y el por qué de la vida. Pero si procuraran aportar las intenciones y resultados buscados en el trabajo de los programas educativos, podrían sembrar en los alumnos la posibilidad de hacerse las preguntas adecuadas y encontrar sus propios significados de la vida. Pero eso implicaría que los maestros tuvieran la opción de hacer ese proceso con y para ellos mismos. Señores, ¡tenemos tarea!