Colombia
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El día que los congresistas se agarraron a balazos en pleno debate

Ya muchos conocen la historia del Congreso de la República, la del día a día: la de los discursos airados, la de los ‘pupitrazos’, de las alianzas políticas, la de los ‘micos’, la de la feria de proposiciones y hasta la de las ‘jugaditas’. Pero detrás de la pompa y de la imponencia de la histórica construcción, hay más de un cuento con sello original.

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Y no tienen que ver con lo arquitectónico, sino con cuestiones curiosas ocurridas, algunas de ellas como sacadas del realismo mágico de nuestro nobel de literatura.

El Congreso es la corporación dedicada a la elaboración de las leyes con las que se rigen los colombianos y al control político de los funcionarios de los gobiernos de turno. Su conformación es el resultado de las votaciones que consiguen los partidos y movimientos políticos, los cuales tienen su máxima expresión en el Capitolio.

A dos días de que comience un nuevo año legislativo, EL TIEMPO recuerda los cinco hechos más curiosos que han sucedido en los casi dos siglos de existencia del poder legislativo, una de las principales instancias del Estado de Derecho en Colombia.

En 1983, Pablo Escobar era miembro del Congreso de Colombia.

Pablo Escobar, en aprietos por una corbata

Uno de los episodios más pintorescos de los que se tenga memoria en el recinto del Congreso ocurrió el 16 de agosto de 1983, cuando un guardia del Capitolio no le permitió la entrada al entonces congresista Pablo Escobar.

La razón: el representante a la Cámara no llevaba corbata, un requisito indispensable en ese momento para ingresar al Capitolio.
Al ver la situación, otro de los celadores que prestaban guardia le cedió la suya. Según recuerda Álvaro Forero, quien fue el grabador del Senado durante más de 40 años, Escobar agradeció el “gentil” gesto con 300.000 pesos de la época.

Así, el capo de la mafia ingresó al Capitolio con vestido crema, medias blancas, zapatos Corona y corbata floreada.

Pablo Escobar fue elegido al Congreso como suplente del representante a la Cámara Jairo Ortega, producto de una alianza entre el Movimiento de Renovación Liberal, liderado por Ortega, y el movimiento Alternativa Popular, que dirigía Alberto Santofimio Botero.

El primer demandado

La costumbre de demandar la curul de los congresistas es antigua. El primero en ser objeto de ella fue nadie menos que Antonio Nariño.

En 1821, al término del Congreso de Angostura, se eligió a Nariño, traductor al español de los derechos del hombre, como senador para las sesiones que iniciarían a partir de 1823, pero su curul fue impugnada por un par de políticos. Nariño fue acusado de malversación de fondos cuando fue Tesorero de Diezmos del Arzobispado de Santafé, y de haber permanecido ausente del país hasta pocos meses antes de su elección.

El prócer optó por no asistir a las sesiones del Legislativo, que iniciaron en abril de 1823, mientras preparaba su defensa. El 14 de mayo del mismo año, finalmente compareció ante el pleno de la corporación para defenderse.



En su favor, Nariño acusó a sus demandantes de “un vil y arrastrado interés personal”. El 20 de mayo de ese mismo año fue finalmente absuelto.
Pero pasó a la historia como el primer senador al que le impugnaron su curul.

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Esta foto muestra el Capitolio en 1930. Se ven los vehículos de la época y las piletas que estaban en la plaza de Bolívar.

Discurso que cobró un muerto

El 7 de agosto de 1946 el entonces presidente del Congreso, el liberal José Jaramillo Giraldo, pasó a la historia por un hecho pintoresco: pronunció el discurso oficial más largo que se haya escuchado en el Capitolio.

El hecho ocurrió durante la posesión del presidente conservador Mariano Ospina Pérez. Jaramillo, quien se caracterizaba por pronunciar largos discursos, rompió ese día su récord: se despachó al micrófono durante más de seis horas.

La intervención del líder liberal fue tan extensa que, según dicen los cronistas de la época, de manera jocosa, cobró una víctima: el dramaturgo español Eduardo Marquina, quien había sido enviado en su representación por el general Francisco Franco.

El senador Jaramillo, en su condición de fiel militante del Partido Liberal, decidió saludar al nuevo mandatario conservador haciéndole un minucioso recuento de todas las obras y realizaciones del liberalismo en sus últimos 16 años en el poder.

Desde 1930 hasta ese año, 1946, el país había tenido únicamente presidentes liberales, de allí el fervor de Jaramillo Giraldo por agitar ‘el trapo rojo’ ante el regreso de un presidente conservador.

Pero el español Eduardo Marquina, ajeno a esas controversias políticas, no estaba para esos trotes, ya que padecía problemas de próstata, razón por la cual debía ir al baño con frecuencia.



Ese día, para no romper el protocolo, el enviado español, quien llegó a Colombia con problemas renales, se tuvo que aguantar las ganas de orinar durante todo el discurso.

Poco después de ese “aguante”, tuvo que salir con apremio de Bogotá hacia Nueva York, con una grave cistitis en desarrollo.

A los pocos días falleció como consecuencia de complicaciones renales o, como dicen los cronistas de la época, por su fidelidad irreductible al protocolo.

Balacera durante un debate

El 8 de septiembre de 1949 la Cámara de Representantes se tiñó de sangre. Ese día se discutía una propuesta del Partido Liberal para adelantar las elecciones presidenciales para noviembre de ese año.

Los conservadores se oponían a adelantar los comicios. El tono de la discusión iba subiendo con cada intervención.

El choque llegó a su clímax cuando los representantes Gustavo Jiménez, liberal, y Carlos Del Castillo, conservador, se intercambiaron los peores insultos. Jiménez le recriminó a su colega que negara que su padre, en realidad, fuera un humilde campesino y le dijo que sus apellidos –Del Castillo- eran un invento. Del Castillo le contestó a gritos: “¡Yo al menos soy hijo legítimo! ¡Usted no lo es, y reaccione!”. Dicho esto se llevó su mano al bolsillo de su saco y sacó su revólver.

Jiménez alcanzó a decir: “¡Miente, malnacido!”, y lo que siguió fue un caos que nadie ha logrado aclarar.

Varios congresistas desenfundaron sus armas –en esos años era costumbre de algunos tenerlas- y comenzó la batalla. El representante Jiménez recibió dos balazos.

Uno en el brazo derecho y otro, el fulminante, en la garganta. Se desangró en cuestión de minutos sobre las escaleras de la Cámara. Mientras tanto, en su curul, el representante Jorge Soto del Corral, quien nada había tenido que ver en el enfrentamiento, yacía moribundo. Por las heridas causadas en una de sus piernas, en medio del cruce de disparos, falleció meses después. Esa noche fueron disparados 40 tiros.

El terreno en el cual se construyó el Capitolio, sede del Congreso. La cúpula de la iglesia de San Ignacio, a la izquierda.

¿Congresistas en la banca rota?

La búsqueda de castigos a los congresistas que no asisten a las sesiones es de vieja data. Pero muy pocas sanciones han sido tan severas como la impuesta en 1842, tras la cual muchos legisladores estuvieron a punto de renunciar a su curul.

En ese año, la inasistencia a las sesiones era tal que el gobierno nacional de la época resolvió multar a quien no justificara su falla con una cantidad que oscilaba entre 200 y 500 pesos de esos años, según el caso.

Era una pena severa tomando en cuenta que muchos de ellos tenían que llegar a lomo de mula a sesionar y, si estaban en provincia, les podía tomar semanas arribar en caballo a la capital. Muchas veces no alcanzaban a llegar a las sesiones.

En ese momento y dependiendo del lugar del país en el que estuvieran, a un congresista podía tomarle hasta 20 días a lomo de mula llegar a legislar.

Ante el rechazo de la medida, el gobierno de la época tuvo que retirar la medida y entender que, en ese momento, las vías de comunicación apenas se estaban comenzando a construir en Colombia.

Esta nota fue publicada originalmente el 23 de julio de 2019
JAVIER FORERO