Colombia
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Maricarmen Pérez: la embajadora del bambuco colombiano en México

Los vínculos entre la música colombiana y la mexicana, tan presentes en nosotros gracias a la ranchera y el bolero, tienen otro puente común: el bambuco, que gracias al dueto de Pelón y Marín viajó de nuestras montañas a tierras yucatecas hace 115 años, sembrando la semilla de lo que hoy se conoce como el bambuco yucateco.

Desde entonces, la música colombiana y la trova yucateca no solo están emparentadas, sino en constante intercambio, propiciando un ir y venir de canciones, intérpretes y compositores. Prueba de ello es la reciente visita de Maricarmen Pérez (Mérida, Yucatán, 12 de agosto de 1955), una de las más importantes trovadoras mexicanas, quien se presentó como invitada especial en el pasado Festival Nacional de la Música Colombiana, realizado en Ibagué.

Maricarmen se confiesa a sí misma como “un espíritu tímido”, pero quizás sea ese retraimiento sobre el escenario lo que más me cautivó cuando la escuché cantar, acompañándose con la guitarra. En ella no hay ínfulas ni poses, solo una delicadeza de manos, de voz y de acordes, todo puesto sin excesos y sin altisonancias, ahí, donde tiene que estar, con la maestría de muchos años de oficio, como no queriéndose revelar a no ser que nos entreguemos para notarlo. Su presencia transmite el temperamento de lo sutil, que va adentrándose en nosotros sin que nos demos cuenta. ¡Qué forma de tratar la canción y transportarnos al mundo de la trova yucateca, al cancionero romántico de José Alfredo Jiménez y a la hondura boleril de Luis Demetrio, Guty Cárdenas o Armando Manzanero! Qué ganas de ser como ella para brillar envueltos en preciosos ternos bordados y recogernos el pelo en marfiladas peinetas. Y qué ganas de volver a cantar a Guadalupe Trigo cuando dice: “Por las tardes, con la lluvia, se baña su piel morena, y al desatarse las trenzas, sus ojos tristes se cierran”.

Sobre ella, comenta el maestro colombiano Lucho Vergara: “Nos conocemos hace más de 20 años y es la máxima embajadora de la canción yucateca y del bambuco, porque como ya sabemos, allá en Mérida el bambuco gustó mucho y así nació el bambuco yucateco. Maricarmen es una magnífica intérprete tanto del bambuco como de los aires yucatecos y mexicanos. Es una mujer muy culta a la que quiero muchísimo”.

Según Pedro Carlos Herrera, director y arreglista de la Orquesta Típica Yukalpetén, “el principal aporte de Maricarmen ha sido justamente el de ser una trovadora. Es que de verdad lo ha hecho con un gran profesionalismo. Aquí en Mérida la trova es un mundo particularmente de hombres, y hay, desde luego, los que tocan muy bien la guitarra y todo eso, pero aparece Maricarmen, que toca y canta muy bien su repertorio, y yo creo que ella les abrió el camino a más mujeres trovadoras. Otro gran aporte suyo ha sido su generosidad, porque siempre ha buscado el intercambio entre músicos de otros países con la tradición yucateca, no se ha quedado en lo que ha cosechado merecidamente, sino que nos ha abierto muchas puertas fuera de México”.

Nombrada en 2005 como ‘Embajadora internacional de la música yucateca’ por el Museo de la Canción Yucateca, y homenajeada en 2018 con la Medalla Silvio Zavala Vallado por el Ayuntamiento (Alcaldía) de Mérida, Maricarmen ha grabado 14 álbumes sin contar un sinnúmero de colaboraciones. Como artista, se ha dado el lujo de cantar al lado de maestros como Marta Valdés, Isolina Carrillo, Armando Manzanero y José Antonio Méndez, entre muchos otros. Es además, representante de Funmúsica y del Festival Mono Núñez en México.

¿Cómo llegó a la música y cuáles fueron sus primeras influencias?

Yo no diría que llegué a la música, sino más bien que la música me llegó a mí, porque vengo de una familia muy musical. Mi abuela tocaba piano, mi mamá escuchaba ópera y zarzuela, y mi papá, que era ingeniero, tocaba guitarra y era amigo de muchos trovadores y compositores. A él le encantaba el jazz y todo lo cubano. Así que lo mío con la música es de cuna. Recién abrí los ojos ya estaba escuchando serenatas y conociendo a Pastor Cervera, a ‘Coqui’ Navarro y a muchos otros compositores importantes de la trova tradicional yucateca. Mientras jugaba con el piano de la casa y cantaba con mi papá, también escuchaba las cumbias, rancheras y boleros que les gustaban a las empleadas domésticas. Ya más grande descubrí la nueva trova y el folclor latinoamericano, la música de Brasil y los grandes musicales. Yo me veía como Ginger Rogers bailando junto a Fred Astaire. Chabuca Granda ha sido otra de mis grandes influencias.

¿Y en cuanto a los estudios de música?

Desde los cuatro o cinco años ya era muy afinadita y muy cuadradita, y a los diez empecé a estudiar con una profesora de piano muy mayor, y de ahí que me desanimara pronto porque cuando yo le decía que ya me sabía los nombres de las notas, ella me volvía a repetir al empezar la clase: “Hoy vamos a aprender los nombres de las notas en el piano”, una y otra vez, así que ni modo…

Pero lo suyo definitivamente es la guitarra, hablemos de la guitarra…

Después de que me aburriera con el piano empecé a tomar clases con un trovador muy conocido aquí en Yucatán. Luego estudié con un requintista que, pobrecito, me preguntó: ‘¿qué quieres aprender a tocar?’, y yo le planté un álbum de João Gilberto, casi nada, donde estaba Desafinado. En ese entonces estaba loca con la bossa nova. Mi mundo infantil y adolescente estuvo muy arropado por una gran diversidad musical. Yo iba de Elis Regina a Los Chalchaleros y de ahí a Mercedes Sosa. Cuanta más música, ya sabes, más bases, más información recibes. No tuve una escuela formal sino hasta mis veinte años, cuando me mudo a Ciudad de México y conozco a Juan Helguera, otro maestro yucateco. Él me puso un cuaderno para ejercicios y yo le dije que no sabía leer música, a lo cual me respondió: ‘fíjate que yo sí, así que a la que le toca estudiar es a ti’. Yo ya tenía facilidad con la guitarra, tocaba cosas como De repente, de Aldemaro Romero, y Águas de Março, de Jobim, pero me faltaba aprender a leer música y esa fue una tremenda exigencia. Años después, ese esfuerzo se vio compensado cuando tomé clases en Cuba con Isolina Carrillo, nada más y nada menos. También estudié canto con varias maestras, entre ellas, Beatriz Aznar.

¿Cómo ha sido el diálogo entre el bambuco colombiano y el yucateco?

El bambuco en Colombia es un género musical nacional y cada departamento tiene su modo de bambuco. En el caso de México, el bambuco es de un solo estado, que es Yucatán. O sea, no hay más bambucos. Hay algunas cosas similares, tal vez en Oaxaca y otras en Veracruz o en la zona de la Huasteca, pero como bambuco, solamente Yucatán. Desde el 2000 he estado llevando a muchos artistas mexicanos a presentarse en los escenarios del Festival Mono Núñez, del concurso Luis Carlos González, de Antioquia le canta a Colombia y del festival de Ibagué, entre otros eventos. También hemos hecho algunos festivales del bambuco aquí en Yucatán. Ha sido un constante viaje de ida y vuelta. En dos eventos entre 2000 y 2002, tuvimos una delegación de hasta 35 artistas colombianos, la más grande que haya venido a cantar a México. Y es que por aquí han pasado en distintos momentos Carmiña Gallo, Lucho Vergara, María Isabel Saavedra, Nueva Colombia, el Dueto Ensueños, en fin, la lista es larguísima. Todos ellos son parte de mi familia y conforman mi corazón colombiano.

¿Cuáles son los principales festivales de trova en Yucatán?

Aquí se instituyó el 21 de marzo como el Día del Trovador y alrededor de eso se hacen varios eventos a lo largo del mes. Hay muchas actividades, por ejemplo, la serenata en el parque de Santa Lucía, que lleva casi 50 años. Allí hay una orquesta que interpreta la jarana, que es como una especie de bambuco fiestero. La jarana se baila en las vaquerías y luego se presenta un trío a cantar algunas canciones. Los trovadores de diferentes agrupaciones están en medio de la plaza Grande y alrededor de ese parque todas las noches se paran a cantar. Es una tradición. Todo gira alrededor de la trova tradicional yucateca.

¿Cómo es eso de que están trabajando con el maestro Lucho Vergara en una marca de tiples de exportación para México?

Así es, estamos tratando contra viento y marea de que así como el bambuco vino y se transformó, lo hicimos propio y lo hicimos a nuestra manera, el tiple también debe venir y formar parte de nuestro sonido, del sonido de nuestra trova. Entonces con Bernardo Mejía nos creamos una marca de tiples de Lucho para exportar. De modo que aquí ya hay un pequeño semillero de tiples y tiplistas.

¿En alguna parte de su andar musical aparece nuestro Sofronín Martínez, quien por cierto era magnífico tiplista?

No sabes lo que fue mi amistad y mi afecto por Sofro. Nos conocimos en Cartagena y eso fue un amor musical mutuo. A él le daba risa que yo hasta lo imitaba en su forma de cantar y bueno, creo que, como todo el que conocía a Sofro, yo también quedé maravillada con su persona y con su forma de cantar y de tocar la guitarra. Aprendí mucho de él. Qué ser tan especial.

¿Cuántos álbumes ha grabado y en qué está trabajando ahora?

He grabado 14 discos y estoy trabajando en cuatro grabaciones. Me dio duro esto de la pandemia, porque llegó un momento en que mi voz entró en un duelo espantoso y no podía cantar. Pero ya estoy terminando dos discos, con producción mía y de la Orquesta Típica Yukalpetén, un recuento de muchas cosas que hemos hecho juntos, desde danzas, bambucos, claves, boleros, en fin. El otro es un rescate de la obra de Guadalupe Trigo.

Cuéntenos un poco de canciones consentidas suyas: un bambuco de allá o de aquí, acaso un bolero…

Cuando trabajé con Vicente Garrido hablábamos de lo que significa tener la orquesta puesta en las manos, en referencia a quienes tocamos el piano o la guitarra. Cuando traes una orquesta en las manos, cantas y tocas lo que tú quieras, ya sabes. En general me gustan los bambucos que los hay maravillosos en Yucatán, como Azules mariposas, Manos de armiño, Claveles, Déjame llegar a ti. Todos tienen su época, su sentido y sonoridad. Los primeros bambucos colombianos que conocí fueron los de Luis Carlos González. De allá me gustan Camino y tarde, Los viejos, La ruana, y otros como Cuatro preguntas, Ya ves, El regreso. ¿Que cómo se hace un bambuco? Ojos de yo no sé qué, de María Isabel Saavedra, es de las cosas que pueden volarme la cabeza.

Juan Martín Fierro


Para El Tiempo
@jmartinfierro