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Editorial: La infame temeridad de Putin

El miércoles de esta semana, cuando la Asamblea General de las Naciones Unidas entró en el segundo día de su nuevo período de sesiones, el déspota Vladímir Putin orquestó en Moscú un infame acto de graves amenazas y desafíos a la paz mundial, el derecho internacional y la integridad territorial de los Estados, pilares esenciales de esa organización. También, implícitamente, reconoció el desgaste y desastre que representa su invasión a Ucrania, que este sábado cumplió siete meses.

En un discurso grabado el martes 20, ordenó la “movilización parcial” de 300.000 reservistas, anunció la celebración de un inmediato y espurio “referendo” para anexarse varias regiones del este Ucrania y, en un desplante de temeridad inexcusable, amenazó con acudir al uso de armas nucleares ante una eventual —e inexistente— amenaza a la “integridad territorial” rusa por parte del campo democrático occidental.

La conscripción de decenas de miles de ciudadanos es un reconocimiento claro de cuán catastrófica es la agresión contra su vecino país. Por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial se acude a una movilización de este tipo, señal evidente de que en el frente ucraniano los reveses son múltiples y la pérdida de efectivos dramática.

La movilización fue puesta en marcha de inmediato: al día siguiente del discurso de Putin, miles de hombres, sobre todo de comunidades aisladas, comenzaron a ser transportados a bases militares, a la espera de entrar en acción; otros optaron por escapar del país. El propio jueves se agotaron los boletos aéreos y se formaron filas en las fronteras de algunos países vecinos. Desde semanas atrás habían sido reclutados centenares de mercenarios y presos, pero todo indica que su número y preparación son insuficientes.

El falso referendo, una torpe puesta en escena para legitimar la anexión, tiene connotaciones de otra índole, mucho más serias para el orden internacional. Comenzó el sábado y terminará el martes, como parte de un obvio plan: fingir que las poblaciones de cuatro provincias ucranianas quieren incorporarse a Rusia, aceptar de inmediato su “decisión” y, por ende, incorporarlas a su territorio.

La comunidad internacional ha rechazado este mecanismo, que viola claramente la integridad territorial de Ucrania, desconoce el verdadero ejercicio de la soberanía popular y establece un funesto precedente que otras antiguas repúblicas soviéticas verán con enorme preocupación. Pero tiene una connotación adicional de igual o mayor gravedad: si, al menos según los argumentos de Putin y su aparato oficial, esas cuatro provincias se convierten en parte de Rusia, entonces todo intento ucraniano por recuperarlas se convertiría en una agresión contra Moscú y, por consiguiente, podría activar la amenaza de usar armas nucleares. Se trata de un chantaje puro y simple, que debe ser rechazado con vigor. Ucrania tiene todo el derecho de luchar por la integridad de su territorio y la autonomía de su pueblo, y los países occidentales, el deber de apoyarla.

El jueves, en una sesión del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, su secretario general, António Guterres, calificó de “totalmente inaceptable” la amenaza nuclear y los planes de anexión, a los que calificó de “una violación de la Carta de la ONU y del derecho internacional”. Esa caracterización es tan precisa como obvia, y debe servir de acicate para enfrentar los sanguinarios ímpetus imperiales de Putin, cada vez más desesperado, impopular y debilitado.

La conscripción implica llevar la guerra a Rusia; la anexión de zonas ucranianas, un acto que revela a sus conciudadanos la verdadera naturaleza agresiva, no defensiva, de la invasión; y la amenaza nuclear, un acto irresponsable con dimensiones globales. Pero hay todavía más: acudir a los crímenes de guerra como estrategia militar. El jueves, en su primer informe al organismo, una misión investigadora independiente, nombrada por el Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, documentó el bombardeo de áreas civiles, ejecuciones sumarias, torturas y agresiones sexuales, incluso contra menores.

Ante hechos tan serios y reveladores, el mundo debe incrementar su solidaridad y apoyo a Ucrania, y su rechazo absoluto al déspota de Moscú.