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Editorial: Una gran crisis de China

A partir de la década de los ochenta, el régimen chino asentó su autoridad no solo en el partido único, el control social y la represión, sino también en el crecimiento económico, la eficacia administrativa y la estabilidad. En estos tres últimos factores, adobados con altas dosis de nacionalismo, descansa, en buena medida, su implícito “contrato” con la población.

Durante los diez años que lleva al frente del partido y el Estado, Xi Jinping se ha presentado, de manera creciente, como su gran guardián e impulsor. Con una gran concentración de poder, proyecta una imagen de superioridad personal y nacional, acrecentada durante el reciente congreso del Partido Comunista Chino, que prolongó su mandato.

Hasta hace pocos meses, el manejo de la pandemia generada por la covid-19 fue parte de esa construcción simbólica. La estrategia comenzó a aplicarse cuando surgieron los primeros brotes del virus en la ciudad de Wuhan, a finales del 2019, y no varió sustancialmente hasta ahora. Sus componentes esenciales son aislamientos prolongados y masivos, constantes pruebas para identificar posibles contagios y un sistema de seguimiento y control de movimientos facilitado por el Estado policial.

El éxito es real en vista de la limitadísima cantidad de casos y muertes. Hasta ahora. Sin embargo, padece una gran vulnerabilidad: no haber apostado por la vacunación continua. En la actualidad, alrededor del 90% de la población está inoculada, pero una gran parte solo con dos dosis, que resultan insuficientes. Además, las autoridades insisten en administrar solo vacunas chinas, seguras pero menos eficaces y duraderas en sus efectos que las europeas y estadounidenses. Y casi la mitad de los adultos mayores están desprotegidos.

Por esto, la estrategia de cero covid se convirtió en una trampa sanitaria, económica, política y social muy difícil de superar, y genera una crisis de gran proporción al régimen y, en particular, a la autoridad de Xi, quien ha hecho de ella prácticamente un dogma.

Los cierres y aislamientos draconianos, no solo en viviendas, sino también en lugares de trabajo, redujeron drásticamente la producción. La inflexibilidad con que se aplican origina una enorme fatiga social y descontento. Se manifestaron, primero, en múltiples protestas y enfrentamientos puntuales con las autoridades. Sin embargo, en las últimas semanas degeneraron en demostraciones mucho más multitudinarias, que trascienden su carácter local y sus reivindicaciones específicas, para convertirse en desafíos políticos al régimen, con demandas de “libertad” y rechazo al autoritarismo de Xi.

La gran chispa fue el incendio que el 26 de noviembre produjo la muerte de 10 personas en un complejo de apartamentos en Urumqi, capital de Xinjiang. La mayoría de la población atribuyó la tragedia al confinamiento y la tardanza de los bomberos. Días antes, decenas de miles de trabajadores, aislados durante semanas en una megafábrica de componentes para iPhone, en Zhengzhou, provincia de Henan, se alzaron por sus condiciones y en reclamo por mayor compensación. La violencia de la confrontación con la policía fue desusada.

Las protestas se extendieron a Shanghái y otras ciudades, así como a varias universidades, donde miles de personas se manifestaron el pasado fin de semana en solidaridad con las víctimas. Fue en ellas que los llamados en pro de la libertad y la renuncia de Xi hicieron aparición. Un enorme despliegue policial, no visto desde la rebelión de la plaza de Tiananmén, en 1989, logró por el momento contener la ola de rechazo público. Sin embargo, las condiciones generadoras de tan agudo descontento prevalecen, y no parece haber una salida de la situación que el propio régimen creó.

Los confinamientos masivos y la poca atención a las vacunaciones generadas por la estrategia de cero covid trajeron una cadena de funestas consecuencias: freno a la economía, mayor desempleo, problemas de abastecimiento, creciente descontento y falta de inoculación masiva. Su mantenimiento es insostenible, social, política y económicamente. De hecho, se flexibilizaron tímidamente controles en algunas ciudades, pero la relajación de los aislamientos podrá originar muy pronto una ola de contagios, para la que el sistema de salud no está preparado, y miles de muertes.

Esta es la trampa de la política seguida, a la que se añade la resistencia a un replanteamiento explícito, por mucho que el autócrata Xi y el partido hayan invertido en ella. Su pretendida infalibilidad es puesta en entredicho, con toda razón, y el discurso de superioridad del régimen hace agua en una situación de crisis. Ninguna salida será fácil.

Senadores de EE. UU. advierten a China de la represión de ola de protestas

Protestas en Shanghái el 27 de noviembre del 2022 contra la política cero covid. (HECTOR RETAMAL/AFP)