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Estado Islámico sobrevive gracias a sus filiales tras la muerte de su segundo líder

París. Tras la muerte en Siria de su segundo líder en menos de un año, el grupo yihadista Estado Islámico se ha visto obligado a nombrar a un desconocido como sucesor, lo que demuestra su gran fragilidad pero también su capacidad de aguante. Muchas son las preguntas sin respuesta en cuanto a la muerte de Abu Hasan al Hashimi Qurashi, anunciada por el grupo yihadista y confirmada el miércoles por Estados Unidos, quienes dijeron que falleció a mitad de octubre a manos de rebeldes sirios.

Tras estos nueve meses de liderazgo silencioso y clandestino, “podría formularse la hipótesis que es el líder con el balance más flojo desde la creación del grupo”, afirma Colin Clarke, el director de investigación de Soufan group, un instituto privado de inteligencia y seguridad de Estados Unidos. Entre su muerte y el anuncio de ésta pasó más de un mes.

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“Probablemente, el buscó un remplazante”, añade este experto, que presenta a un grupo “bajo presión extrema de adversarios múltiples, y que tiene menos margen de maniobra que en el pasado, incluso para comunicarse con sus partidarios”.

Ninguno de los investigadores contactados por AFP fue capaz de dar información sobre su sucesor, Abu al Husein al Huseini al Qurashi.

Aunque el líder cambie, el patronímico al Qurashi se mantiene. Una referencia a la tribu del profeta Mahoma, que los jefes del Estado Islámico utilizan para intentar darse legitimidad en tanto que califas autoproclamados de los musulmanes.

“El patronímico se utiliza para la imagen de marca del líder”, apunta Hans-Jakob Schindler, director del centro de reflexión independiente Counter-Extremism project (CEP).

El grupo yihadista Estado Islámico confirmó este jueves la muerte de su jefe Abu Ibrahim al-Hashimi al-Qurashi, anunciada a principios de febrero por Estados Unidos.

Sin aliados

El último líder del grupo yihadista murió en el sur de Siria a manos de rebeldes locales, un humillante símbolo para una organización que logró imponer su “califato” entre Irak y Siria de 2014 a 2019, antes de caer bajo una gran movilización occidental dirigida por Washington. “Siria ya no es un refugio para el Estado Islámico”, explica Hans-Jakob Schindler. Además, “cuando matas a todo el mundo, ya no tienes aliados”, ironiza este experto.

El EI no tiene ya por tanto ni un bastión ni un líder carismático. Y la capacidad de su fundador, Abu Bakr al Baghdadi, para reclutar combatientes extranjeros es algo que no se ve.

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El poder de las filiales africanas

Pero paradójicamente, la organización se mantiene viva y en actividad gracias a sus filiales. El Estado Islámico de Jorasán continúa ejerciendo una presión importante sobre el régimen de los talibanes en Afganistán. La “provincia” iraquí del grupo mantiene un poder considerable y el grupo está creciendo además de forma espectacular en África, desde el lago Chad hasta Mozambique y Somalia.

Los observadores de la yihad mundial apuntan cómo desde hace años el Estado Islámico al igual que Al Qaida, se ha descentralizado y apoyado en dinámicas locales para mantenerse activo y conquistar territorios en crisis. La muerte de su último líder, tan silencioso como enigmático, no hace más que reforzar esta tendencia descentralizadora.

“Esa vulnerabilidad del mando supremo de la organización refuerza la autonomía de sus filiales, y en particular las más activas, en Afganistán y en el Sahel”, explica Jean-Pierre Filiu, profesor en Sciences Po París y especialista del islam radical.

“Cuanto más se debilite el poder central, mejor podrán las filiales africanas subir en el escalafón”, abunda Djallil Lounnas, investigador de la universidad marroquí de Al Akhawayn.