Costa Rica
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Los árbitros en la hora del misterio

Antes les decían malos, incompetentes, localistas o prepotentes. Ahora le suman una denuncia más grave: La de influir en los resultados intencionalmente.

El arbitraje sigue en la picota. En medio de esa ráfaga de tarjetas con la que pretenden hacerse respetar, los árbitros reciben como respuesta todo tipo de reproches y, por consiguiente, quedan más expuestos a la ira, por sus repetidos errores.

El disparo al corazón arbitral lo ha detonado Jose Giacone. “Herediano tenía que ganar, si o si”, “No se puede jugar contra 14″, “Yo estuve allí y se cómo son las cosas” “Esto no es incapacidad del árbitro”.

Esta turbulencia pudo haberse evitado si, en tiempo y con valor, se hubiese revelado quiénes fueron los dirigentes y gerentes deportivos que llamaban a los árbitros durante el torneo anterior, intentando condicionar su trabajo.

Para dimensionar las quejas de Giacone, tendríamos que saber qué pasó y en qué tono se registraron los contactos. Más importante aún: El tema debió resolverse para sumar paz y trasparencia al arbitraje. Porque en medio del silencio sospechoso, cualquiera puede pensar lo que quiera.

A esos calificativos, los cuales no necesariamente comparto, le sumo uno de mi cosecha: el de timoratos. Ni el presidente de la Comisión de Arbitraje, Randall Poveda, ni los silbateros contactados se atrevieron a revelar los nombres públicamente.

Poveda tendría que haberse ido por falta de respaldo a su denuncia a medias. Ante tal desamparo, la reacción terminó siendo una colección de directrices, para infundir respeto y mantener a distancia a todos. La principal: usar las tarjetas sin asco.

A don Randall y a los árbitros les han dado atolillo con el dedo. Hace tres meses, el presidente de la FEDEFUTBOL, Rodolfo Villalobos, anunció que el asunto de las llamadas había pasado a manos del oficial de Integridad Fifa, quien además es fiscal de la Federación y fue el punto de discordia para que Marjourie Sibaja renunciara de ese ente, alegando falta de trasparencia.

Tres meses no le han bastado a William Sequeira para rendir su informe y apagar las llamas y suspicacias. Tal vez porque el mismo Villalobos dijo, 90 días atrás, que “aquí lo más importante no es esperar sangre, no es esperar muertos”.

Así que los muertos gozan de buena salud. Todos calladitos, nadie descubierto, sin sanciones, y paz y amor. Lo malo es que esa aparente impunidad para proteger a algunos desata la imaginación de otros, para quienes, pensarán, hay árbitros que si ceden a las presiones.

Al futbol lo han manchado los autores de las llamadas y quienes, pudiendo aclarar todo, han preferido que no se conozca la verdad.