Costa Rica
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Por qué Costa Rica no puede desglobalizarse

La incorporación a la Alianza del Pacífico y otras iniciativas de integración en Asia-Pacífico, así como posibles acuerdos bilaterales con Israel y Ecuador, son respuestas correctas a los desafíos que Costa Rica afronta. (Shutterstock)

John Maynard Keynes, uno de los economistas más influyentes del siglo XX, escribió en 1919 el libro titulado Las consecuencias económicas de la paz, donde advertía sobre las repercusiones del Tratado de Versalles para la paz global. En el capítulo 2, Keynes describe el período que marcó el final de una expansión de varias décadas de la integración económica que muchos llaman la primera era de la globalización. Este período fue precisamente el que antecede a la Primera Guerra Mundial.

Cuenta que el habitante de Londres tenía la capacidad de ordenar desde su casa productos de cualquier parte del mundo y recibirlos en su puerta. Podía invertir en empresas en el extranjero con seguridad, así como viajar por el mundo con la certeza de que sería bienvenido y su método de pago aceptado.

Pero lo más importante, dice Keynes, “es que él consideraba tal estado de cosas como normal, cierto y permanente, a no ser para mejorar aún más, y toda desviación de él, como aberración, escándalo y caso intolerable. Los propósitos y la política de militarismo e imperialismo, las rivalidades de razas y cultura, los monopolios, las restricciones y los privilegios que habían de hacer el papel de serpiente de este paraíso eran poco más que el entretenimiento de sus periódicos, y parecía que apenas ejercían influencia ninguna en el curso ordinario de la vida social y económica, cuya internacionalización era casi completa en la práctica”.

Más allá de las diferencias obvias, Keynes pinta un retrato muy similar a nuestra actualidad. Luego de la disolución de la Unión Soviética, la caída del Muro de Berlín, el giro democrático de muchos países, la reducción de la pobreza global y, sobre todo, la plena manifestación de la globalización en todas sus facetas, parecía que entrábamos en una época de certeza, estabilidad, paz y prosperidad duradera.

Sin embargo, las fuerzas que impulsan el fenómeno de la “desglobalización” han ganado ímpetu en los últimos años. En varios países, los avances del populismo, tanto de izquierda como de derecha, originaron una ola de oposición a la globalización y sus instituciones emblemáticas, tales como la Unión Europea, la Organización Mundial del Comercio (OMC) y la Organización de las Naciones Unidas (ONU).

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Serpientes en el paraíso

La salida del Reino Unido de la Unión Europea (UE) fue uno de los golpes más fuertes y los partidos populistas en países como Polonia y Hungría insisten en seguir los pasos de los británicos. Estados Unidos bajo la administración Trump provocó un tsunami proteccionista y debilitó a la OMC.

La Organización de las Naciones Unidas (ONU) es ampliamente vista como débil y estancada, y los movimientos populistas tienden a ridiculizar la noción de pertenecer a una comunidad internacional de naciones. Finalmente, la invasión rusa a Ucrania desafía los límites y la autoridad de la ONU y la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), y pone en riesgo la estabilidad global.

A estas fuerzas desglobalizadoras se les han unido los negacionistas, que rechazan el consenso científico, sobre todo, en dos cuestiones cruciales para la humanidad: el cambio climático y la pandemia de covid-19, los cuales precisamente son manifestaciones de problemas globales que solamente pueden ser atendidos mediante la cooperación internacional.

Así pues, el populismo, el proteccionismo, las tensiones geopolíticas y el negacionismo son las serpientes en nuestro paraíso.

Varios analistas atribuyen la reacción en contra de la globalización al resultado del desequilibrio de los mercados laborales, donde una porción cada vez mayor de la población no tiene acceso a los buenos empleos y es desplazada por la tecnología o el comercio.

Esto ha sido exacerbado por las brechas educativas y de oportunidades dentro de los países, así como por las respuestas disímiles a la pandemia, que ponen a las naciones en trayectorias de recuperación económica divergentes.

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Dependencia de la globalización

Los promotores de la desglobalización plantean un mundo menos interconectado, que restrinja los flujos comerciales, la inversión y, principalmente, la migración. Conspiran contra las organizaciones internacionales y socavan las bases de la cooperación para atender los problemas globales. Para los populistas, es muy fácil echarle la culpa a un tercero.

Costa Rica es uno de los mejores alumnos de la globalización y acrecentó su desarrollo gracias a ella. El comercio internacional representa dos terceras partes de la economía, la inversión extranjera provee muchos de los mejores empleos y el turismo aporta desarrollo y progreso social en todo el país. No se puede concebir una Costa Rica exitosa sin su conexión con el mundo.

Debemos convertir los riesgos globales en oportunidades que nacen en lo local y lo regional. Precisamente, gobiernos y empresas globales impulsan la convergencia regional para minimizar las interrupciones en la cadena de suministro. Así, Costa Rica puede posicionarse como un destino seguro, atractivo y exitoso para más empresas, pero también para inversionistas en agricultura y turismo y para individuos que buscan paz, tranquilidad y naturaleza.

La incorporación a la Alianza del Pacífico y otras iniciativas de integración en Asia-Pacífico, así como posibles acuerdos bilaterales con Israel y Ecuador, son respuestas correctas a los desafíos que nos presenta el mundo.

La globalización puede defenderse y reconstruirse un paso a la vez. La fortaleza de nuestro país es el derecho internacional y los resultados de la plena incorporación a la economía internacional son evidentes. Costa Rica debe seguir siendo líder y baluarte en las organizaciones internacionales y luchar por la solución a los problemas globales que afrontamos.

victor.umana@incae.edu

El autor es economista.