Costa Rica
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Pudo escoger Matemática, Medicina o Ingeniería, pero el primer promedio de UCR tomará otro camino

Desde niño, Ernesto Castro Meléndez estuvo muy metido en las Matemáticas. No solo destacaba por ellas en la escuela y colegio, también era un firme competidor en Olimpiadas de Matemáticas y en muchos otros proyectos en esa rama. En décimo año aprobó Cálculo 1, por lo que muchos pensaron que al terminar el colegio se dedicaría a ese campo o a otra carrera que estuviera relacionada; alguna ciencia o ingeniería, o tal vez Medicina, como su papá y su mamá.

Sin embargo no fue así... o tal vez no de la forma en que lo esperaban. Este jueves, al ser reconocido como el primer promedio de admisión de la Universidad de Costa Rica (UCR), anunció que, de ingresar a esa casa de enseñanza, combinaría estudios de Psicología con Filología, especialmente un área de la Filología llamada Lingüística, para luego convertirse en un investigador de la Psicolingüística.

Sin duda, es un rumbo muy diferente al que tomaron otros primeros promedios de admisión, pero a sus 18 años, siente que es el camino que quiere seguir, y que más allá de lo que pueda parecer de primera entrada, combina su pasión por las Matemáticas, ciencias e investigación, pero con un componente humanista y de acercamiento a la gente. De hecho, es posible que lo que quiera estudiar ni siquiera lo encuentre en Costa Rica.

“Las Matemáticas me encantan, pero yo siempre pensé que eso no era lo que yo quería hacer como carrera principal. Nada más seguí adelante y me propuse probar cosas nuevas. Amistades mías me comenzaron a mostrar lo chiva que pueden ser áreas más humanistas, de letras y ciencias sociales”, destacó en conversación con La Nación.

La sorpresa de sus declaraciones no solo fue para familiares, amigos y conocidos (salvo los más cercanos, con quienes siempre fue abierto); este asombro llegó a desconocidos que incluso le han escrito directamente.

“Gente que no me conoce me ha escrito al teléfono diciendo que me voy a desperdiciar si no estudio Ingeniería. ¿Por qué? ¿Por plata? Una persona buena en su campo le va a ir bien. La gente no puede decidir por nadie. La decisión es de uno”, subrayó.

Su determinación es clara y de ahí su consejo a los jóvenes. “Escuchen para pedir consejos, para buscar otras formas de ver la vida, pero no para que otras personas pretendan que uno tome la decisión que ellas hubieran tomado”, afirmó.

Ernesto quiere ser un investigador en relatividad lingüística, un área que solo tiene cuatro investigadores en el mundo, luego de obtener doctorados.

Llegar a esa decisión implicó un camino que inició hace varios años y de forma inconsciente.

Ernesto enfatizó que lo vivido en la educación y en otras áreas de su vida fue moldeando su decisión; la masticó durante mucho tiempo y la tomó hace cuatro o cinco meses.

“Si yo no hubiera hecho un sexto año de colegio, hubiera llegado al momento de graduarme sin saber qué estudiar”, manifestó.

En el proceso se alimentó de mucho conocimiento de la experiencia de otros. Fue así, escuchando, como se acercó más a las humanidades. Un giro importante se dio hace 5 o 6 años, cuando vio una película llamada Arrival, en la que se plantea una teoría de Psicolingüística, según la cual el idioma que hablamos cambia la manera en la que pensamos.

“Hay una tribu en África que no tiene nombre para izquierda o derecha y solo para los puntos cardinales, esa gente es un 70% más eficiente en saber dónde está el norte. Es eso, entender, saber cómo nos beneficia, cómo sacarle provecho y cómo mejorarlo”, declaró.

Cuando entró al bachillerato internacional tuvo la libertad para elegir el tema de monografía. Todos pensaron que iba elegir Matemática y él, por un acto de rebeldía, escogió Inglés. Ahí se enamoró más de las humanidades.

“Las ciencias son muy cerradas, si yo descubrí algo, cualquier otra persona puede descubrirlo. Son leyes fijas. En las humanidades me di cuenta que yo, como Ernesto, tengo algo único que nadie más tiene”, aseveró.

Volvió a ver la película y vio que investigar Psicolingüística tiene todo eso. “A la decisión solo pude llegar por mis experiencias”, añadió.

Sin embargo, sabe que será en Costa Rica donde logre aprender lo que quiere y por eso está aplicando a varias universidades extranjeras. Se imagina llevando una carrera en ciencias cognitivas, pero la llevaría en combinación con Matemáticas y ciencias.

No descarta cambios en la marcha y lo dice sin miedo a esa posibilidad.

Devolvámonos en el tiempo para ver otro camino paralelo, el que llevó a Ernesto Castro al 800 en la prueba de admisión.

Este no era su primer examen para ingresar a la UCR, el año pasado, cuando estaba en quinto año, ya lo había realizado; para ese momento ya su puntaje fue superior a 750.

Pero no fue cuestión de un año que creció aún más. Fue en realidad algo que se labró desde niño y que lo define no como amar estudiar, sino como amar aprender, un proceso donde poner atención es el ingrediente principal.

“Yo no soy el ‘mae’ que llega del colegio a meterse en libros y en Internet a estudiar el día antes del examen. Ese no soy yo. No soy de estudiar en el sentido tradicional y hacer resúmenes. Yo voy al cole, me siento y ni siquiera tomo apuntes, me siento y pongo atención, pero atención de verdad, en serio puse toda mi atención al profesor”, aseguró.

Esto hizo que, al acercarse la fecha de los exámenes importantes, no tuviera que estudiar en sesiones fuertes de estudio, pues ya tenía trabajo adelantado.

“Yo no creo que estudiar el día antes del examen un montón de horas funcione. Llega uno cansado, quemado. Es contraproducente”, advirtió.

Este 2022 hizo exámenes similares “más fuertes” que lo prepararon. Entre ellos uno para la Universidad de Oxford, en Inglaterra, y los SATS, los exámenes de ingreso a universidades de Estados Unidos.

Al salir del examen de la UCR sintió que era más fácil que el del Instituto Tecnológico de Costa Rica (Tec) y que le había ido mejor.

“Antes de comenzar el examen, yo esperaba un 700 bastante alto, pero no el 800″, relató.

Las cosas cambiaron en su mente cuando llegó el resultado del examen de admisión del Tec, que se anunció el pasado 25 de noviembre. Su calificación fue de 794,19 puntos de 800, el cuarto más alto.

“Ahí dije: ‘si yo sentí que me fue mejor en el de la UCR el único margen de mejora posible es ser el 800′″, pensó.

El pasado 1.° de diciembre, recibió la llamada del rector de la Universidad para confirmarle esa corazonada. Fue a las 10:30 a. m., un par de horas antes de que Costa Rica jugara con Alemania en el Mundial de Qatar, la que, sin saber, iba a ser su primera fiesta de celebración.

“Al final es un tema de calma y confianza. Confianza en el sentido de que hay que creérsela y confiar en lo que uno sabe. Calma en saber que esa confianza te ayuda a calmarte”, añadió.

Entre aprendizaje, básquetbol y cocina

Una de sus pasiones es el básquetbol y busca dedicar todo el tiempo posible a eso. (JORGE CASTILLO)

La entrevista con La Nación la concedió a las 5:15 p. m. Antes de eso no podía, tenía un compromiso de jugar básquetbol con sus amigos; una de sus pasiones, a las que dedica todo el tiempo posible. Horas antes, había preparado el almuerzo para su familia. Cocinar fue algo que aprendió de su mamá, Sandra Meléndez, y disfruta mucho.

También disfruta muchísimo de ir al cine, de salir con sus amigos, de ir un día a escuchar la Sinfónica, jugar tenis, jugar fútbol, pero igual disfrutar de una cerveza e irse de fiesta.

“Hay gente que cree que el primer promedio es un muchacho que pasa metido en los libros y yo soy todo lo contrario. Me encanta aprender, pero no soy el muchacho antisocial que interactúa más con libros que con personas. Soy un muchacho como cualquier otro”, aseveró.

“No puede verse el primer promedio con misticismo, como el muchacho perfecto que solo estudia. Mi parte académica es de 8 a 4, entre semana, el resto es hacer las cosas que me gustan”, agregó.

La cocina es de lo que más disfruta hacer, dice que lo relaja y le pone a hacer ciencia de otra forma. (JORGE CASTILLO)

Amor y covid con el Club Sport Cartaginés

Si de su madre aprendió la cocina y comparten esa pasión, la pasión compartida con su papá, Roberto Castro, es el fútbol. Ambos son aficionados al Club Sport Cartaginés y socios del equipo.

Sin embargo, no pudo celebrar el campeonato como hubiera querido. El partido de ida lo disfrutó como ningún otro. Fue al estadio con su tío y luego a celebrar a las Ruinas de Cartago, sitio que se convirtió en el epicentro del festejo.

Esa celebración también le heredó una infección con covid-19.

“Para el partido de vuelta yo estaba sintiendo que me moría, recostado en la cama, me pegó duro”, dijo lamentando que aquello ocurriera justo en ese momento.

Ahora, Ernesto se enfoca en tomar decisiones y recuerda a muchas personas que lo ayudaron a andar ese camino al 800 y a descubrir la Psicolingüística.