El papa Francisco enfrenta problemas. Katolisch, órgano de la Conferencia Episcopal, informa la prohibición del Camino Sinodal Alemán. Ese movimiento ha lanzado la iniciativa de establecer un Consejo Sinodal que decida modificaciones a la moral sexual incluida las relaciones homosexuales nombrado como #liebegewinnt, abandonar el celibato de ordenados, promover el sacerdocio femenino y dotar de autonomía nacional en los ritos. Se compara con las famosas tesis de Wittenberg de 1517 clavadas en la puerta de la iglesia. Los cardenales Pietro Parolin, secretario de Estado; Luis Francisco Ladaria, prefecto de la doctrina de la fe, y Marc Ouellet, prefecto de la Congregación de Obispos, han desautorizado esas asambleas a nivel nacional, diocesano o parroquial.
En Alemania, la oposición a un cisma está encabezada por el cardenal Rainer María Woelki, arzobispo de Colonia, y los obispos Bertram Meier, de Augsburgo, Stefan Oster, de Passau, Rudolf Voderholzer, de Ratisbona, y Gregor María Hanke, de Eichstätt. Por su parte, el presidente de la Conferencia Episcopal, el obispo Georg Bätzing, y no es broma, acompañado del cardenal Reinhard Marx, desean continuar con las posiciones novedosas a través de una negociación.
En el Vaticano existe un ambiente pesado por asuntos sexuales y financieros. Después que la policía italiana irrumpió en el palacio de la inquisición, donde se celebraba una orgía en junio del 2017, por parte de un sacerdote secretario del Consejo para Textos Legislativos, continúa señalamientos de mal comportamiento de la conocida como mafia lavanda. El fallecimiento el 10 de enero del corriente, del Cardenal George Pell de Australia, sirve de ejemplo de un montaje judicial donde sufrió prisión por más de un año, es una muestra de acusaciones y exculpaciones sobre pederastia o encubrimiento de la misma. No se busca terminar con abusos contra inocentes, sino negociar las indemnizaciones a las víctimas reales o supuestas.
Otro escándalo ha salido a luz, después del asesinato de Roberto Calvi, el banquero de Dios, en 1982, encontrado colgado en un puente sobre el Támesis, en Londres, se descubrían irregularidades en el Banco Ambrosiano, de propiedad pontificia, provocadas al cubrir las pérdidas financieras del Instituto de Obras de la Religión dirigido en su momento, por el cardenal Paul Marcinkus. La compra de un edificio en Londres, donde movimientos de dinero generaron comisiones dañinas contra los fondos del Vaticano, por parte de diez corredores de inmuebles que prácticamente timaron al Santo Padre. Raffaele Mincione especulando con el dinero vaticano provocó pérdidas al fondo inicial de US$200 millones, después Gianluigi Torzi se ganó US$55 millones por la compra de un edificio en Londres y después otros US$15 millones para devolverlo a la Secretaría de Estado vaticana. Enrico Crasso, un banquero suizo se coludió con Fabrizio Tirabassi de la Secretaría de Estado, para poner en marcha el préstamo, todo bajo conocimiento del cardenal Giovanni Angelo Becciu, en cuya última actuación en este asunto, quiso chantajear al Papa, grabando una conversación donde lo quería inducir a relevarlo de sus responsabilidades. Mientras tanto la dama del Cardenal como se conoce a su barragana, Cecilia Marogna, se apropió de US$598 mil para supuestamente pagar un rescate de una monja colombiana secuestrada en Malí, por Al Qaeda, mientras ella se gastaba el dinero en ropa y autos de lujo.
La promesa: las puertas del infierno no prevalecerán contra ella, se mantiene. Pero como dijo San Paulo VI, el humo de satanás entró en la Iglesia.
