Guatemala
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El Gran Teatro Nacional de Huehuetenango

El libro de Rubén Rivas Alvarado Memorias y Recuerdos de Huehuetenango 1906-1920, cuya edición estuvo a mi cargo, es un relato agradable de la vida en provincia en el período analizado.

En 1912 fue la inauguración del Gran Teatro Escolar, que contaba con un telón con un bellísimo paisaje de los Cuchumatanes, en el centro del cual, en la parte superior, y un vistosísimo quetzal en pleno vuelo.

En 1913, don Rubén ingresó a la Preparatoria de la Escuela Práctica de Varones de Huehuetenango, situada al costado de la actual Iglesia Catedral, que ocupaba media manzana de extensión.

Recuerda una costumbre militar que en 1913, de parte de la Mayoría de Plaza, había un retén de diez a quince soldados, encabezados por la banda de música, todos los sábados, a las 5 de la tarde, para hacer la “llamada” para recordar a los milicianos hábiles que al día siguiente, domingo, tenían que pasar lista; recorrían lo que se llamaba Estación o casco de la ciudad, tocando dianas en todas las esquinas.

¿Cómo eran las fiestas juveniles en esa época? El autor relata que en 1913 asistió por primera vez a una fiesta que llamaban “Rumbos”. Esto consistía en que el rumbo empezaba a las ocho de la noche. Estaba iluminada con botecitos chiquititos de hojalata, en lugar de candelas, que tenían una mechita en el extremo superior que encendía el gas con que se alimentaban. En el comedor y resto de la casa, adornada con pino regado por todas partes, estaba la marimba lista para romper el baile.
Frente a la cocina, en un fogón, una olla de barro con tamales y otra con café hervido. También ese año, 1913, hizo viaje a Quetzaltenango para acompañar a su señor padre a comprar máscaras para utilizarlas el noveno día de la novena para recibir a la Virgen de Concepción, que visita nueve lugares diferentes. El viaje era a pie, a lo largo de dos días.

Ese año, don Vicente Molina había llevado la primera motocicleta y el jefe político había inaugurado la carretera.
De Quetzaltenango cuenta la impresión que tuvo del parque Centroamérica, que en ese entonces tenía el piso de ladrillo de cemento con hoyitos. La estatua famosa del león africano, la catedral en ruinas, el gran mercado de esas vecindades y la subida de San Nicolás. Aunque el autor no lo menciona, ahí se encontraba el entonces edificio del Banco de Occidente, y enfrente la tienda de venta de la fábrica de tejidos Cantel. Visitaron también los almacenes y tiendas de los señores Bornhold, Weissenberg y Grotewold. También, por su profesión de sastre, compraron piezas para la sastrería.

Añadió: Todo ese material de sastrería se conseguía en Huehuetenango, pero más caro en los almacenes de don Virgilio Recinos, donde los Galindo, así como en la tienda interior del mercado que tenía don Manuel Gordillo, recordado papá de los cuates de escuela Maco y Rafa Gordillo Macías —padre de María Eugenia Gordillo, exdirectora de la Hemeroteca Nacional— y Mechitas, y los otros hermanitos que poco conocí.

Interesante el relato de las ferias y fiestas de Chiantla; la primera, el 2 de Candelaria —2 de febrero—, en conmemoración de la Virgen de Plata, y otra para la Natividad de la Virgen, el 8 de septiembre.

Por su parte, las fiestas de la Virgen del Carmen, a las que se les cambió el nombre por Fiestas Julias, eran muy celebradas en el hipódromo, en donde había salones, exposiciones, un gran salón de baile. También había carreras de cintas.